El mtro. Enrique de la Madrid es acaso la única cabeza de la oposición que cuenta con respetabilidad, con idea de lo que se ha hecho bien, de lo que se hace mal y de lo que es posible hacer mejor. Lamentablemente y dado la correlación de fuerzas en la política mexicana desde 2018 al día de hoy, hace que no encuentre un camino viable hacia la consecución de espacios de poder real. Su actividad es testimonial fundamentalmente, limitada a foros y entrevistas en uno que otro medio de comunicación, ya sea analógico ó digital; sea propio el espacio (en sus redes sociales) o invitado a alguno de otro comunicador.

Un símil histórico con De la Madrid pudiera ser el de don Valentín Gómez Farías y el germinal intento de un paquete de leyes de reforma en 1833, que limitaba el inmenso poder de los fueros militar y eclesiástico y que, quizás por intentar instrumentar dichos cambios en las leyes de manera muy rápida y no tan gradual (aún así no mencionando siquiera el tema de la intolerancia religiosa, por ejemplo), hicieron que naufragara ese loable intento reformador de 1833.

Luego, recapituló, ante uno de tantos regresos a la presidencia de Antonio López de Santa Anna, y tenía fuerzas Gómez Farias que lo habrían apoyado, pero quizás las supo no superiores y también adivinó el costo en vidas humanas que tendría ese arrojo dejado de lado. A la postre, a don Valentin se le menciona poco en el apartado de la historia de bronce, ya que no fue sino hasta el triunfo de la Revolución de Ayutla y su plan, reformado en Acapulco en 1857, que se elabora la constitución que le da forma a la República y a la Nación, mismo Estado que, básicamente, pervive hasta nuestros días, y sabido es que fueron Juárez y su generación constituyente, misma que tuvo en el gabinete el fugaz presidente Don Juan N. Alvarez quienes se llevaron todo el crédito histórico, cuando menos para el que no se sumerja un poco en ese periodo de la historia fundamental que supone la reforma, proceso tortuoso que todavía habría de enfrentarse a dos guerras: la de los tres años (1857 al 61) y de intervención francesa (1861 al 67), no siendo sino hasta el fusilamiento de el emperador impuesto por Napoleón 3ero, Maximiliano de Habsburgo en Querétaro que viene el primer periodo de sosiego de la República, la llamada República restaurada, de 1867 al 72, que muere en funciones el presidente Benito Juárez en su modesta residencia en palacio nacional.

Pero más allá del posible símil histórico, en el cual el presente texto se ha extendido demasiado, don Enrique de la Madrid debería revisar su brújula y ajustar las velas hacia objetivos, si bien graduales, pero perfectamente viables. Como por ejemplo, intentar conquistar espacios poco menos desde la esfera nacional y sí más visualizando metas en lo local.

Me explico: él cuenta con los recursos (base política) más que suficientes como para la creación de un partido político de corte local, ya sea en la Ciudad de México o en el Estado de México (ignoro en cuàl resida y estè registrado para efectos electorales) y de ahí enfocarse a una postulacion, sea en su municipio ó bien en su alcaldía, no sólo con reales sino con amplias posibilidades de triunfo en las urnas, y de ahí en adelante y en base a sus logros de gobierno, tener con que presentarse a subsecuentes procesos electorales, cada uno en lo sucesivo de mayor peso; el tiene la ventaja de haber nacido y crecido en un ambiente de política, y también de (hecho no tan habitual en México) de que no sólo su apellido no sea un lastre para el, sino inclusive suponga lo contrario. Otra ventaja es su edad, con mucho por delante y no un hombre ya cansado por la edad, cómo ciertamente era el caso del aquí multicitado Valentin Gómez Farias y sus demás circunstancias.

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