La falsa conciencia consiste en aceptar como naturales, justas o inmutables las relaciones sociales que en realidad son históricas, contingentes y producto de relaciones de poder. Opera como un mecanismo ideológico que lleva a las personas a interiorizar valores, creencias y normas que legitiman el orden social capitalista, incluso cuando éste les perjudica. Un trabajador que cree que el éxito depende únicamente del esfuerzo individual y no de las condiciones estructurales, asumiendo que la pobreza es resultado de “falta de mérito” y no de desigualdad sistémica.

En síntesis: falsa conciencia es la conciencia invertida que oculta la explotación, naturaliza la dominación y convierte en universales los intereses de la clase dominante.

Las personas trabajadoras adoptan como propias creencias, valores y aspiraciones que, en realidad, perpetúan su propia alienación y subordinación dentro de las estructuras capitalistas. En vez de reconocer las causas materiales de la explotación, la falsa conciencia desvía la atención hacia explicaciones superficiales o individuales, impidiendo que surja una conciencia de clase capaz de impulsar una transformación social real.

El wokismo no es la izquierda del siglo XXI, es la falsa conciencia posmoderna, una caricatura, el cadáver exquisito pintado de colores corporativos. Una ideología dentro de un mundo que ha postulado el fin de los grandes relatos, que no es más que un instrumento funcional al capitalismo tardío global.

El wokismo elimina la categoría de clase social del análisis crítico, sustituyéndola por identidades fragmentadas: raza, género, orientación sexual. Esto genera una falsa conciencia: lucha por símbolos en lugar de transformar las estructuras materiales. Para Diego Fusaro, el wokismo es el rostro amable del capital: corporaciones que predican diversidad mientras precarizan empleos. Slavoj Žižek lo llama “la ideología perfecta del capitalismo global”, porque disfraza la explotación con discursos de inclusión.

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La lógica woke disgrega la lucha común contra el capital en micro-luchas por reconocimiento. Mientras los trabajadores pierden derechos y viven en la precariedad, el debate público se concentra en pronombres y filtros culturales. El wokismo no combate al capitalismo: lo maquilla. Es el perfume moral del neoliberalismo, el opio identitario que tranquiliza conciencias mientras el capital sigue devorándolo todo.

El wokismo es el coaching espiritual del capitalismo tardío: te vende conciencia social como Apple te vende un iPhone. No libera: mercantiliza la moral, los principios, la libertad, la igualdad, la creatividad y en especial el gusto por la vida lúdica. La cultura woke desvanece cualquier intento de reivindicación estructural o lucha revolucionaria, su interés se dispersa en las formas y en el sometimiento de todos al lenguaje de lo “moralmente correcto”. Es la mayor de las servidumbres tardocapitalistas que se somete ante el imperio de las marcas.

X: @RubenIslas