En el mundo de las ideas y de la política, pocas palabras han experimentado una mutación tan acelerada y polémica como Woke. Lo que comenzó como un llamado a la conciencia contra la opresión racial, se transformó en un fenómeno global cargado de significados, contradicciones, disputas ideológicas y como movimiento colonizado por el neoliberalismo. Hoy, el término wokismo aparece en la prensa, en discursos presidenciales y en las trincheras de las redes sociales.
Pero ¿qué es realmente el wokismo? ¿Una corriente emancipadora o una etiqueta llena de ideología individualista neoliberal?
El término Woke nació en la jerga afroamericana del siglo XX. Originalmente significaba mantenerse despierto ante la injusticia, especialmente el racismo sistémico. La frase “stay woke” circulaba en la música y en el discurso político de la comunidad negra como advertencia: no bajar la guardia frente a la opresión. En los años 60, en plena lucha por los derechos civiles, la idea de estar “despierto” resonaba en discursos y canciones de protesta.
Tras décadas de relativo silencio, la palabra resurgió en el siglo XXI. Primero, en la música: Erykah Badu popularizó “I stay woke” en 2008. Luego, en el activismo digital, el hashtag #StayWoke se convirtió en consigna del movimiento Black Lives Matter tras los asesinatos de jóvenes afroamericanos como Michael Brown. En 2017, Woke ingresó al diccionario Oxford con la definición: “consciente de la injusticia, especialmente el racismo”.
Con la ola global de movilizaciones sociales –MeToo, luchas LGBTQ+, anticolonialismo, ambientalismo– el wokismo dejó de ser un concepto ligado solo a la cuestión racial. Hoy se presenta como una sensibilidad progresista que abarca múltiples frentes:
-Feminismo, animalismo, igualdad racial y de género, derechos lgbtq+, lenguaje inclusivo y cultura no discriminatoria, reconocimiento de minorías étnicas y descolonización cultural-
Con la globalización neoliberal digital (el capitalismo tardío), el wokismo trascendió la militancia social y penetró la economía, las finanzas, la política, la publicidad, el arte, el deporte y el entretenimiento. Empresas multinacionales colonizaron tanto el discurso como a las organizaciones Wok y adoptaron agendas “inclusivas”, universidades revisaron sus planes de estudio bajo criterios de diversidad, y hasta Hollywood se vistió con narrativa Woke. Todo ello bajo la regla no escrita de eliminar cualquier mención a la lucha de clases. Una inclusividad ideológica excluyente de la relación hegeliana del amo y el esclavo, felizmente para los amos capitalistas, que confronta a los esclavos en razón de sus diferencias superestructurales.
Esta expansión discursiva y normativa vino acompañada de polarización social de las y los proletarios que forman parte del precariado neoliberal. Un signo de progreso para lo políticamente correcto, que no es otra cosa que sinónimo de censura, moralismo y corrección política extrema. El wokismo ya no es solo un movimiento: es un campo de batalla material y simbólico donde el proletariado se confronta ante el ojo siempre magnánimo de una burguesía que ha ganado la lucha de clases.
¿Revolución ética o moda neoliberal?
En apariencia, el wokismo parece un despertar colectivo contra las injusticias históricas. Sin embargo, la pregunta incómoda es inevitable: ¿es también una estrategia funcional al orden neoliberal? ¿Una ideología que sustituye la lucha social y de clases por un activismo superficial?
@RubenIslas3