La violencia contra las mujeres persiste. No podemos quedarnos con los brazos cruzados cuando las niñas, adolescentes y jóvenes siguen violentadas por sus agresores; no debemos convertirnos en cómplices.
Los hogares en muchas ocasiones son lugares de riesgo por la violencia que se puede generar por parte de muchos agresores que viven en esas casas. Sumado a ello, también se da en las calles, en los parques y en las oficinas de las empresas y de los gobiernos, las cifras existen.
Vivimos en una sociedad en donde el patriarcado como estructura de poder continúa, es un sistema histórico y cultural que ha marcado la organización de las sociedades, se basa en la supremacía de los hombres sobre las mujeres y otras identidades de género, asignando roles, derechos y responsabilidades de manera desigual.
Debido a los esfuerzos y trabajo de muchas mujeres hay avances significativos en materia de igualdad, pero las huellas del patriarcado siguen presentes en la política, la economía, la cultura y la vida cotidiana.
“Las mujeres y las niñas han conseguido grandes logros, derribando barreras, desmantelando estereotipos y dictando el camino hacia un mundo más justo e igualitario”.
“Así y todo, se enfrentan a inmensos obstáculos. Miles de millones de mujeres y niñas se enfrentan a la marginación, la injusticia y la discriminación, y la persistente epidemia de violencia contra las mujeres es una ignominia para la humanidad”, palabras del secretario General de las Naciones Unidas, con motivo del Día Internacional de la Mujer, (8 de marzo de 2024).
Es importante abordarlo críticamente para que se permita comprender cómo opera, cómo se reproduce y qué alternativas existen para superar el patriarcado.



La historia nos cuenta que se consolidó con la transición de sociedades nómadas a agrícolas, donde la división del trabajo colocó a los hombres en el espacio público y productivo, mientras que las mujeres quedaron relegadas al ámbito privado y doméstico.
Esta separación fue legitimada por discursos religiosos, filosóficos y jurídicos que naturalizaron la subordinación femenina.
En el mundo contemporáneo, el patriarcado se manifiesta en fenómenos como la brecha salarial, la violencia de género, los feminicidios, la subrepresentación política de las mujeres y la sobrecarga de trabajo doméstico no remunerado.
La problemática no es un hecho aislado, sino expresiones estructurales de un sistema que aún privilegia a los hombres en la toma de decisiones y en el acceso a recursos y oportunidades.
El patriarcado no es natural, sino una construcción social que puede transformarse; necesitamos sociedades democráticas, igualitarias y libres de violencia, es fundamental reconocer las desigualdades e implementar cambios estructurales en la educación, la economía, la política y la cultura.
Las políticas públicas y leyes dirigidas por la igualdad sustantiva, la redistribución de los cuidados y la erradicación de la violencia de género son pasos fundamentales hacia una sociedad donde las relaciones de poder no se basen en la opresión.
El poder es para servir, no para vulnerar los derechos humanos de millones de personas que se encuentran en este momento en la indefensión, muchos gobernantes se quedan de brazos cruzados ante la violencia generada hacia las niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres.