Otoñal aquí significa la estación previa al frío invierno y la condición madura, y a la vez crítica, de prudencia ante el riesgo de fenecer más rápidamente.

La jerarquía es la condición de poder que permite fijar las reglas del juego de los demás y evitar que sus implicaciones negativas dan̈en al jerarca.

En cada ciclo otoñal-invernal del capitalismo de la modernidad, unos países jerarcas pierden la posición mientras que otros los equilibran o los desplazan rediseñando el juego.

En la primera etapa de la modernidad, España y Portugal se irrumpieron como imperios territoriales, en la segunda fueron sustituidos sobre todo por Inglaterra y Francia, que más adelante se relegaron ante Estados Unidos y la Unión Soviética. Ahora, la puja crece entre Estados Unidos y China junto con otros países y actores, formales, informales e ilícitos de gran magnitud.

Ya sabemos que México entró en el proceso de su refundación mestizada a costa de los pueblos originarios en la primera etapa de la modernidad. Se independizó en la segunda, consolidó su identidad en la tercera y ahora lucha por no perder la posición semi periférica alcanzada y reinsertarse en el nuevo mundo en gestación. Este juego sugiere varias cosas.

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Primero, en el ámbito global e interamericano Estados Unidos se muestra decidido a no perder la posición ante China y los BRICs por lo que está usando varios instrumentos pragmáticos de diverso signo, ya sea armonizadores o conflictivos.

En la dimensión económica, al contrario de lo que hizo durante la fase neoliberal, ahora impone una política más o menos proteccionista, dinámica y selectiva para atizar la guerra comercial a favor o en contra de sus aliados o adversarios.

En la vertiente política, si la presión económica no funciona, entonces la operación se dirige a intervenir el sistema político, de gobierno, partidario y electoral, lo que incluye instrumentos como universidades, partidos, liderazgos, redes o movimientos sociales, por ejemplo, la Generación Z, que se manifiesta con diversas suertes e implicaciones en lugares tan apartados como Nepal, Bangladesh, Madagascar, Perú o Mèxico.

En el terreno social, varios insumos coadyuvan a debilitar las estructuras nacionales de clase, sector, etnia o adscripción, y provoca desorden, anemia, anomia y conflictividad.

En la dimensión cultural, en la cual también se ganan o pierden fortalezas positivas, penetra vía el uso, generación o destrucción de patrimonios y símbolos mediante industrias de audiovisuales y tecnología digital.

Desde luego, cada dimensión encara vectores contrapuestos.

Ciertamente, en el ámbito nacional un país como México, pegado a la gran potencia desafiada por aquellos otros actores, tiene que precaverse, reaccionar y avanzar en lo posible en varios frentes.

En la dimensión económica habrá de negociar los nuevos y exigentes términos comerciales y a la vez intervenir y regular sus mercados internos, en parte coptados por el crimen organizado transnacional, de manera táctica con su estrategia y políticas de desarrollo y sin descuidar los índices macroeconómicos (precios, salarios, inflación, etc).

En la vertiente política debe volver a proteger el sistema, unificar o coordinar lo mejor posible a sus actores y respaldarse en el apoyo popular masivo sin eliminar su perfil democrático pluralista, hasta el punto en que deje de ser gobernable o se deslegitima por no garantizar bienes básicos, entre estos el valor esencial de la seguridad vital, la participación o la obediencia.

En lo social, asegurar derechos y focalizar el apoyo presupuestal en las clases populares promoviendo activamente sus causas es funcional y debería ser sostenible en el largo plazo para los efectos de la estrategia general de preservación y reacción pertinente y oportuna.

La variable cultural representa un elemento poderoso tanto en su acepción más amplia, antropológica, como en la más restringida, la de los bienes o patrimonios y su simbolización masiva. De allí que los cortes y giros intergeneracionales (boomers, millennial o Gen Z) e interculturales (género, indígenas, afrodescendientes) cobran enorme importancia en su intersección política y electoral de apoyo al nuevo régimen.

Los elementos de análisis hasta aquí apuntados pueden ayudar a entender mejor los cambios profundos impulsados por los gobiernos de la Cuarta Transformación a través del marco institucional y ojalá que también en las prácticas reales, plano en el que el Derecho suele distorsionarse y provocar efectos contrarios deslegitimantes.

Sin duda, la complejidad creciente torna difícil la conducción hacia aquellos propósitos y hay que prever aún más y mejor para afrontar turbulencias y sacudidas venideras.

Ya Emmanuel Wallerstain y otros pensadores globales lo han advertido: la transformaciones en curso del orden mundial lo cambiará para siempre y el litigio e inestabilidad para conformar y liderar la configuración internacional por venir puede durar an̈os, decenios o centurias.

Prever las implicaciones del nuevo ciclo otoño-invierno del antiguo patriarca del mundo de la modernidad es un imperativo obligado.

Esto aun cuando ya se sabe que no es posible hacer más que lo que se sabe y se puede imaginar y practicar.

El resto no depende de nosotros, sino de múltiples factores inasibles, incluida la veleidosa fortuna que puede jugar en nuestra contra o en nuestro favor.