“El crecimiento surge de la destrucción creativa. Este proceso se basa en la innovación, pero también es destructivo porque los productos antiguos se vuelven obsoletos y pierden su valor comercial”.
Comité del Nobel de Economía
El premio nobel de economía 2025 le fue otorgado a Joel Mokyr, Peter Howitt y Philippe Aghion por su trabajos relacionados con el crecimiento económico y la innovación tecnológica. Hay que darles el reconocimiento que merecen, pero lo interesante es que estos tres economistas explican y modelan matemáticamente el concepto de destrucción creativa. Este concepto fue creado por el economista austriaco Joseph Schumpeter en su obra Capitalismo, socialismo y democracia, publicado en México, en 1951, por el Fondo de Cultura Económica.
Schumpeter se ha convertido en un clásico de la literatura económica y por ende, es uno de los autores más consultados por los economistas. El nobel otorgado ratifica la vigencia de la teoría schumpeteriana para explicar el proceso dinámico de la vida económica, convirtiéndola en un marco de referencia recurrente. Vale la pena citar cinco de sus principales conclusiones:
1. La revolución tecnológica constituye la realidad esencial del capitalismo. “La mutación industrial – dice Schumpeter- revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo sin cesar la antigua y creando sin cesar una nueva. Este proceso de destrucción creativa es la esencia del capitalismo”.
2. El eje central de la mutación proviene del empresario, quien es el que rescata al capitalismo de sus fatales tendencias entrópicas. No se trata solo de producir ideas innovadoras, sino de hacer que las mismas se materialicen y para ello se requiere de sujetos tenaces, empecinados en producir cambios tecnológicos. Más que la sed de ganancias, lo que importa es la capacidad de estos agentes para generar crecientes fuentes de valor. El empresario es, en consecuencia, el promotor del cambio.
3. La concentración del capital, más que una limitante, podría ser un factor clave para impulsar el cambio tecnológico. No se podrían reemplazar productos si los empresarios no tuvieran el deseo de innovar, retirándose de la zona de confort que les deja el producir bienes viejos. Ante el riesgo de la obsolescencia, siempre será necesario contar con los recursos suficientes, más si lo que se busca es invertir en ideas fantásticas que revolucionen la forma de vivir de millones de personas, sustituyendo y creando nuevas necesidades.
4. Los ciclos económicos dependen del cambio tecnológico, se crece más cuando este suele ser continuo; es decir, la innovación no debe detenerse; de ello depende la marcha dinámica del desarrollo del sistema capitalista. Este motor significa, en forma patente, que surjan “nuevos bienes de consumo, nuevos métodos de producción y transporte, nuevos mercados y nuevas formas de organización industrial”. El impacto de estas innovaciones genera ondas cortas, medianas o largas; sin ese impacto, lo que persiste es una estrechez productiva que mantiene inactivo estructuralmente el crecimiento económico.
5. El papel del Estado debe centrarse básicamente en fomentar la innovación y en posibilitar la transición entre lo viejo y lo nuevo dentro del proceso de destrucción creativa. Extender los beneficios de la innovación tecnológica a la sociedad en su conjunto se torna en una función vital del Estado. Pensemos sólo en el acceso al servicio de internet, cuya cobertura debe ser a bajo costo o gratuito en las diferentes regiones del país, siendo la herramienta básica para superar las brechas de desarrollo digital e impulsar la conectividad.
Existen muchas cosas que se podrían discernir sobre Schumpeter, algunos consideran que sólo es un conservador que monta su análisis en los conceptos y en la metodología marxista. Esta apreciación podría ser motivo de un debate interesante, pero para los fines de esta columna resulta más conveniente colegir sus aportaciones con las realidades de nuestro país.
Algo que suele molestar de la visión schumpeteriana es que concibe al empresario como un Übermensch nietzscheano, es decir, como una especie de superhombre. Dentro de esta concepción, el empresario sería un genio que se distingue de los demás: asume riesgos en búsqueda de mayores ganancias; pero lo importante es que con la innovación no sólo alcanza el mayor de los éxitos, sino que revoluciona el sistema de vida de las comunidades humanas, generando un nuevo resorte para la expansión de la economía. ¿Existirán este tipo de superhombres? Cuando uno hace esta pregunta, no pocos piensan en Steve Jobs: “las ganancias – decía - llegarán (y se multiplicarán) porque creas cosas valiosas”.
¿Es posible vislumbrar al empresario schumpeteriano en México? Conviene señalar que para el economista austriaco es poco relevante la existencia de monopolios o de oligopolios y la asociación entre el Estado y los grandes empresarios si esto coadyuvara a impulsar procesos de cambio tecnológico; lo importante, en su caso, sería destinar recursos – que los economistas siempre concebimos como escasos – para el desarrollo de bienes o procesos productivos alternativos e innovadores.
Carlos Slim ha sido un beneficiario de los mecanismos de protección y de inversión del Estado; pero también ha sabido alinear a sus empresas a los procesos de cambio tecnológico que han revolucionado al mundo. Con Telmex amasó una enorme fortuna, sin embargo, ahora no podría ser el hombre más poderoso de México si solo se hubiera quedado con la telefonía fija. De ser así, tendría sólo una empresa inoperante y seguramente, ya hubiese perdido una importante porción de su riqueza acumulada a lo largo de tantos años.
La incursión en la telefonía móvil ha sido el mayor de los éxitos de Slim: Telcel fue su simiente en México y su palanca de expansión hacia Latinoamérica. La empresa América Móvil es una de más grandes a nivel global en términos de suscriptores de redes móviles y se concibe a sí misma como una empresa líder (como una agente de cambio) que proporciona servicios de conectividad y de alta tecnología. Aun así, queda el amargo sabor de boca de que las empresas de Slim no ofrecen los mejores servicios, en México, muchos se quejan de las deficiencias en sus servicios.
Los monopolios se justifican sólo por su mayor potencial para generar nuevos productos y procesos: pueden durante un lapso de tiempo (entre más breve mejor) imponer precios y obtener utilidades extraordinarias; después lo que debe seguir es una mayor apertura del mercado. La competencia seguirá siendo imprescindible, aun cuando no se crea en la competencia perfecta. Es importante reiterar que para Schumpeter la competencia valiosa es la dinámica; es decir, aquella que impulsa la innovación y que introduce nuevos productos, métodos de producción y modelos de negocios. Los letargos en la destrucción creativa terminan siendo dañinos y exponen a las sociedades a un mercado restringido, poco diversificado y a estructuras productivas con coeficientes técnicos anquilosados.
Existen otros procesos innovadores líderes en el planeta que se están desarrollando en México, sin que existan empresarios con grandes capitales. La electromovilidad es un caso específico en Puebla que podría no prosperar o avanzar muy lentamente, si no hubiera estímulos, apoyos o una sociedad productiva con capitales más robustos o con el Estado.
¿Es común encontrar al empresario schumpeteriano en México? Soy optimista y pienso que son más de los que nosotros concebimos, aunque tal vez no cuenten con suficientes recursos para materializar proyectos. También existen malos ejemplos: los que además de no innovar, ni siquiera quieren resarcir o mitigar los daños que provocan en los ecosistemas; o los que conciben ciegamente que dejar de pagar impuestos sólo afecta al gobierno, olvidando al pueblo y a la integridad del territorio como elementos constitutivos del Estado.
Aun cuando creo que es difícil inhibir la especulación, también es triste observar cómo en forma masiva en algunos países de la región los que tienen dinero atentan contra su moneda, desajustando continuamente su débil equilibrio cambiario. Eso ya lo vivimos en México, pero ahora pienso en Argentina, en donde las ganancias cambiarias, drenan las reservas internacionales; lo que altera el tipo de cambio y provoca inflación; lo que a su vez obliga a recurrir a nuevos salvamentos ¿qué se puede comprometer a cambio para obtener un swap de 20 mil millones de dólares, si el país se encuentra en bancarrota? No queda más que la soberanía nacional: agua, petróleo, uranio, litio y tierras raras; haciendo factible la explotación irracional de “Vaca Muerta” en la Patagonia argentina. ¿O inocentemente se va a creer que la potencial compra de pesos argentinos por parte del Departamento de Tesoro del gobierno estadounidense es a cambio de nada?
En países como el nuestro el emprendimiento y la innovación depende en sumo grado del potencial de recursos que destine el Estado, ya sea directamente o a través de un banco de desarrollo que estimule la inversión y la innovación. Nacional Financiera solo es una pálida sombra de lo que fue en los años del milagro mexicano; pero también es triste observar que la inversión en ciencia, tecnología e innovación solo represente el 0.46% del PIB, cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) recomienda que los países inviertan entre 0.7 y 1% del PIB en estos conceptos. Con este pobre porcentaje también estamos lejos del promedio de América Latina, 0.6% y, sobre todo, de Brasil, 1.2 por ciento.
Me alienta pensar que el presupuesto aumentará gradualmente hasta en 0.53% del PIB en 2030. ¿Serán suficientes para convertir a México en una potencia científica como lo propone la presidenta? Mi esperanza es que Sheinbaum ha focalizado proyectos tecnológicos en este ámbito de precariedad de recursos. Pronto presentará el proyecto “México, país de innovación”, mismo que contempla una mayor educación científica, técnica y humanista, que, por supuesto, tendría que ser de calidad; la creación de una Impulsora Nacional de Innovación con la Banca de Desarrollo para el financiamiento a la pequeñas y medianas empresas; y la creación de un Laboratorio de Inteligencia Artificial.
Antes había anunciado la generación de proyectos estratégicos en materia de desarrollo tecnológico y de innovación, entre ellos, la fabricación de un auto compacto eléctrico con tecnología y manufactura nacional (Olinia); el fortalecimiento de la cadena de valor del litio; la iniciativa nacional de semiconductores (Kutsari); la construcción de una constelación de satélites de observación de la Tierra de órbita terrestre baja (Ixtli); el desarrollo de un sistema que integre redes de observación oceánica, atmosférica y costera (Apixqui); el desarrollo de un sistema aéreo no tripulado con tecnología nacional (Quetzal); la incorporación de nuevas tecnologías para el cultivo del maíz y del frijol; y el desarrollo de dispositivos médicos con tecnología nacional.
Prefiero creer en la utopía: que sí es viable convertir a México en una potencia científica, lo que significa, de entrada, llevar a cabo los proyectos que se proponen; en lugar de pensar – pesimista - que estamos condenados al fracaso científico y tecnológico.