Los cobardes asesinatos de Ximena Guzmán y José Muñoz han enviado una serie de mensajes escalofriantes a Clara Brugada, a los funcionarios, a las fuerzas del orden, a la opinión pública nacional y a todos los mexicanos.
A reserva de conocer los resultados de la investigación, se espera la confirmación de que ha sido el crimen organizado, probablemente un cartel de operación local, el autor intelectual y material de los hechos.
Los hechos del pasado martes no tienen que ver, a mi juicio, con el asunto de seguridad en términos de crímenes del fuero común. No se ha tratado, pues, de un asalto regular, de un asesinato pasional o de un ajuste de cuentas entre particulares, sino de una operación coordinada desde las más altas esferas de una organización criminal.
Ximena y José se han sumado a la lista de mexicanos que han pagado con sus vidas la penetración sin precedente del crimen organizado en lo más profundo del tejido social.
Quizás derivado de la decisión de Brugada y del aparato de seguridad de la Ciudad de México de hacer frente a la delincuencia organizado capitalina, estos deleznables sujetos decidieron cercenar la vida de dos inocentes con él objetivo de enviar un mensaje inequívoco : “no se metan con nosotros”.
Los delincuentes se han apoderado del país. A pesar del aparente cambio de estrategia por parte de la presidente Sheinbaum en materia de seguridad en relación con su antecesor en Palacio, los resultados no están a la vista. Por el contrario, a pesar del ocultamiento de cifras, este gobierno parece quedarse muy corto ante el desafío gigante presentado por los carteles de la droga.
Ha sido un acto atroz. Como consecuencia, no obstante las diferencias partidistas, la sociedad mexicana debe unirse en favor de la lucha contra el crimen organizado. Debe hacerse a través de la inteligencia del Estado mexicano, la coordinación de todos los órdenes de gobierno y con el conocimiento previo de que el país se encuentra en un proceso de degradación política, democrática y en materia de seguridad.