La prensa suele cubrir el primer nacimiento del 2024. La nota internacional documenta a los bebés del nuevo año mientras que nuestro país, ofrece el otro lado de la moneda: el de los feminicidios. La primera muerte violenta de una mujer.

Morelos. Una vez más, en ese espacio de impunidad en el que un fiscal ha sido cómplice de un feminicidio. Donde las mujeres no le importan al gobernador y donde poca esperanza brinda que sea una de ellas la que aspire a gobernar con mayoría de preferencias en las encuestas.

Muertes violentas de mujeres que desde los primeros minutos del nuevo año hieren a familias que se quedan incompletas. Mafer además de ser mujer, era ambientalista, feminista, libre, bohemia, artista, activista, amorosa y entregada. Solía viajar igual que salir a protestar.

Cada mujer asesinada deja miles de puntos suspensivos: Marchas en las que Mafer no estará, canciones que no podrá bailar, pinturas que se quedaron sin ser pintadas y un montón de lugares que se quedaron pendientes por descubrir en viajes seguros. Historias incompletas, miles de ellas.

En las sombras de la autopista México-Acapulco, el oscuro relato que causa indignación y tristeza se desarrolló desde la desaparición y posterior, hallazgo de muerte de María Fernanda Rejón Molina, mejor conocida como Mafer.

Activista, artista, con tan solo 32 años, fue reportada como desaparecida desde el 21 de diciembre. Las carreteras de Morelos se han convertido en zona de alto riesgo, territorio de nadie en el que igual puede ser secuestrada una familia, arrojada una mujer asesinada en bolsas o desaparecidas quienes se atrevan a ejercer su libertad de viajar.

Uriel Carmona, el mismo fiscal de Morelos que llevó el caso de Ariadna Fernanda, será quien deba esclarecer este asunto. A la par que enfrenta un proceso de desafuero en la Cámara de Diputados para enfrentar las consecuencias, paradójicamente, de otro feminicidio ocurrido en carreteras de aquella entidad. Para ese fiscal, las mujeres tienen la culpa, sin importar las circunstancias.

Mafer Rejón fue destacada directora de la Fundación Comunidad y ferviente participante en diversos colectivos feministas y de promoción de arte y cultura, dedicaba su vida a la lucha contra la violencia de género. Su pasión por la música y su compromiso con la libertad de la mujer la convertían en un faro de inspiración para quienes la conocían.

La tragedia se hizo evidente cuando su cuerpo fue descubierto en la autopista, a la altura del Puente Sin Fin en Cuernavaca. La noticia confirmó los peores temores de su familia, quienes desde el primer día insistieron en la posibilidad de un feminicidio. Mariana Molina, madre de Mafer, expresó su preocupación por la falta de acciones concretas por parte de las autoridades para garantizar la seguridad de las mujeres en la región. No es una sorpresa. De hecho, es una realidad que sería totalmente distinta si el congreso de aquella entidad no hubiese encubierto al principal promotor de la impunidad en contra de las mujeres. A Mafer nadie la quiso buscar a tiempo. Me refiero a las autoridades, por supuesto. Estaban de vacaciones. Suponían que pasando navidades tal vez, podría volver, pero no fue así. La única búsqueda fue de familiares, feministas y amistades.

La búsqueda desesperada de respuestas llevó a la familia a reportar más de 3 veces su desaparición en la Fiscalía General del Estado de Morelos. Sin embargo, la confirmación de su fallecimiento llegó el 23 de diciembre, y la Fiscalía Especializada para la Investigación y Persecución del Delito de Feminicidios inició una investigación sobre esto después de que el cuerpo fuese identificado con señales de posible feminicidio.

La historia de Mafer no solo es la de una activista y artista apasionada, sino también la de una víctima más en una carretera marcada por la vulnerabilidad de las mujeres. También es una víctima del congreso que permitió el retorno y protegió al criminal fiscal Carmona, quien carga responsabilidad por las omisiones que la institución a su cargo cometió desde el inicio, cuando se negó a buscar a tiempo.

Cada día, más ambientalistas son asesinados. Como si los asesinatos matasen las causas.

Seguramente, de Mafer se dirán diez mil mentiras que busquen atenuar su muerte: si viajó sola y estaba en un mal momento, si consumía drogas o le compró alguna sustancia al cártel equivocado, si estaba de fiesta, si la dejaron sola sus amigas, si se encontró con hombres o cualquier otro contexto que, ante los ojos machistas y el juicio misógino de la sociedad, permitan cargarle la culpa por su propio feminicidio.

Y la realidad es que hay dos culpables: el o los asesinos, así como las autoridades indolentes, impunes, omisas de un sistema criminal que odia a las mujeres.