Un domingo, un sacerdote me enseñó un meme que decía: “ahora podríamos estar sacrificando a alguno de ustedes, pero gracias a los españoles, tenemos que ir a misa”. Hace muchísimo que no me reía tanto con un meme; debe ser porque resume problemas muy complejos que me ha tocado experimentar en carne propia en una sola queja. La respuesta al meme de mi amiga de la Ciudad de Mézxixco, por supuesto, es que a “(los otros) alguno de ustedes (incluso los enemigos)”, los perdono, y escojo no sacrificarlos. Reiteró no querer dañar a los demás porque somos católicos y compasivos y “ojalá que no les vaya tan mal ni siquiera a ellos”. Me quedé pensando: ¿Será que así responderíamos los regios? ¿o nos gusta también sacrificar a indeseables?… y hacerlo “en lugar de ir a misa”, además. Solo plantear esta pregunta me hizo reír toda una tarde. El tema que propongo abordar es la espiritualidad católica en el municipio de San Pedro Garza García. Esa idea de la religión como algo impuesto, como dice el meme, considero que merece repensarlo en el contexto de la cultura local. Hay que hacernos la pregunta incómoda: ¿Por qué aquí en San Pedro la manera de aproximarnos a la religión es diferente al resto del país?
En una conferencia sobre la historia de N.L., mi tío, Daniel Zambrano, explicó que en sus investigaciones descubrió que los ancestros de Monterrey iban a misa el domingo, sí, pero los hombres se quedaban en la plaza y no entraban en la iglesia. Y desde la plaza “oían misa”, que es casi lo mismo que no haber ido. En mi infancia en San Pedro (que aunque ya se puede considerar historia, es reciente) esta cultura continuaba: La misa diaria y piedad era casi exclusivo de las mujeres. Si analizamos las construcciones de iglesias antiguas en la localidad, la reflexión se acentúa porque la arquitectura eclesial es casi nula. Aunque el auge de Monterrey no se dio antes de la revolución industrial, en ningún área, no solo en el desarrollo religioso, no deja de ser impactante la falta de iglesias construidas aquí; especialmente si se compara, por ejemplo, con el desarrollo del catolicismo en Puebla, o la CDMX, con decenas de iglesias repartidas en cada cuadra de la ciudad. No podemos hacernos de la vista gorda que en Monterrey los cimientos de fe son bastante escuetos por donde lo quieras ver. Uno se pregunta: ¿qué pasó? ¿por qué tanta diferencia con el centro del país, si ambos fuimos fundados hace medio milenio?
Qué gusto me da ver que San Pedro en años recientes hay mucho interés por la fe. Veo a los jóvenes haciendo eventos dedicados a la adoración con alabanzas y cantos populares; también se fundaron nuevos monasterios (de Carmelitas y de adoratrices, por ejemplo, y hasta hay nuevas congregaciones que surgen). En la última década un grupo de señoras han instituido más de una decena de capillas de adoración perpetua. Veo cómo cada parroquia tiene una creciente comunidad de fieles que son literalmente muy fieles a su comunidad. Sin duda la fe aquí va floreciendo e impactando a todas las generaciones (por ejemplo en los eventos de adoración para jóvenes hay viejitos también); me da gusto ver que lo que ha crecido en la ciudad no son solo edificios y comercios.
Creo que es importante entender la historia de esta comunidad para poder ver también su desarrollo y necesidades espirituales. Desde mi perspectiva, pareciera que no llegó a Monterrey en sus inicios el catolicismo completo, sino una versión más escueta. Los primeros pobladores eran judíos conversos, y sus tradiciones sefardíes se han conservado, creo yo, hasta hoy. Aunque todos quisiéramos pretender que los fundadores son cosa del pasado, todavía hoy yo veo muchos rasgos únicos de los cripto-judíos en nuestra cultura actual. Por ejemplo, comemos tortillas de harina (que no hay buenas en el sur), el plato regional es el cabrito y los dulces regionales son de leche de cabra; en el rancho además hacemos barbacoa de borrego y tenemos higueras en el jardín. Hace unos años, leyendo la biblia, pensé: “mira, el libro de Tobías podría ser una historia de San Pedro, toda completita: Desde Tobías pidiendo al guía referencias de sus ancestros para ganar su confianza, hasta la intención de mandarlo a matrimoniar a su hijo Tobit con Sara, la parienta más cercana". Supongo que “suena la alarma” o al menos llama la atención si puedes reconocer a tu cultura en un libro que narra la historia del pueblo judío. Las burlas de los extranjeros que nos critican porque hay en San Pedro muchos matrimonios entre primos, pienso yo que olvidaron considerar que hay una justificación cultural.
Mis amigos cercanos de otros lugares me señalaron (yo no lo había notado) que nosotros los regios gritamos de una recámara a otra para llamar a alguien (al parecer en otras culturas eso no sucede). Hay una serie cómica que se llama The Big Bang Theory, en la que caricaturizan a la cultura judía y hacen muchos chistes a través de un personaje que se llama Wollowitz. Cuando alguien timbra la puerta de su casa, se oyen los gritos de la mamá a través de los muros diciendo algo horrible siempre como: “¿quién es?, ¿es tu amigo el conchudo y feo? No lo dejes entrar que se podría querer quedar a dormir”. Y claro, los gritos de la mamá los oye su hijo Wollowitz, pero también el visitante en cuestión. Me morí de la risa al reconocer el aire de muchas de nuestras costumbres en las exageraciones de ese programa.
Ni hablar de las reuniones sociales regias. Al día de hoy, nos sentamos los hombres y las mujeres separados. En mi adolescencia osé cuestionarlo y demandé a las mujeres una explicación. La respuesta: nos aburre la conversación de los señores, solo hablan de negocios y nosotros queremos platicar chismes. Me fascina esa respuesta porque evidencia que no son reglas en un libro, es una cultura que se vive y se siente como práctica, orgánica y cómoda. Sin embargo, sí hay reglas y sí se imponen. Hubiera sido impensable que me permitieran de adolescente sentarme con los hombres (aunque a mí me interesaran más los negocios que los chismes). Hay muchas costumbres que se podrían rastrear a los ancestros judíos, y otras tantas son solo simplemente diferentes al centro del país. Por ejemplo, aquí no se celebraba el día de muertos y en la mayoría del resto de México, sí. Otro dato muy curioso, por ejemplo, es que con frecuencia en San Pedro los matrimonios no compartían el dormitorio. Al menos en mi historia personal, que imagino no será la única, asombra que de mis 5 bisabuelos que conocí y 4 abuelos, de las 9 personas en total, todos tenían recámaras individuales separadas, al menos ya de mayores. Cuando yo era joven, por lo tanto, me resultaba imposible imaginar que los matrimonios en el resto del planeta normalmente comparten un solo dormitorio, especialmente en la vejez.
Quisiera mencionar una costumbre, muy regia también, que he detectado y que trato de evitar. Yo le llamo “el pobreteo criticón”. Para comenzar a hablar de cualquier chisme, especialmente si se va a criticar a alguien, se comienza por compadecer. Cuando el contenido es jugoso, la frase comienza siempre así: “Pobrecita mi comadre, con ese marido que se la pasa de fiesta. No sé cómo le hace... El otro día…”, o “pobre de mi vecino, su hija de plano le salió ligera de cascos, ayer me contaron que…”. Las conversaciones fluyen a través de “pobretear” a la gente en el arranque de la frase. Esto me parece, viéndolo desde fuera, muy grave porque hace que la mayoría de las narraciones siempre vayan cargadas de un juicio. Esta práctica provoca que antes de contar las anécdotas, ya está el juicio hecho con veredicto y todo: culpable.
Se requeriría de un doctorado para investigar y enumerar todas las costumbres de San Pedro que son únicas y diferentes al resto de México, pero lo que es incuestionable es que no es una cultura igual a la del resto del país. Si decidimos asumir que, como propongo, hay una cultura especial aquí que proviene de los inmigrantes españoles que poblaron estas tierras inicialmente, y que no se ha perdido (ni en los alimentos ni en las costumbres, por ejemplo), añadido a la inclemencia del desierto norestense, pues creo yo que se entiende mejor por qué se vive también el catolicismo aquí en una forma diferente.
Si hacemos una caricatura histórica, lo que se nota, creo yo, es que no llegó a San Pedro el catolicismo completo con todo su misticismo, historia, pompa, profundidad y tradición. Por ejemplo, no he encontrado todavía hoy aún algún monasterio donde pueda yo rezar la liturgia de las horas con cantos gregorianos (que es como yo rezo diario, y como se ha rezado en la iglesia en los últimos mil años). De niña en la escuela en el catecismo no me enseñaron la vida de ningún santo, mucho menos místicos. Yo solo conocía a San Francisco (y eso solo porque es el indicado para pedirle que llueva, necesario en el desierto, además de que era el nombre de mi parroquia). No había antes adoración disponible en ninguna parte. Ni hablar de lo mucho que brillan por su ausencia los coros, arte, músicos, adornos, organistas, arquitectura, casullas, inciensos… etc. Si lo resumo, me parece a mí que el catolicismo que se practicaba en la ciudad en mi niñez era bastante reductivo y parco, supongo que también afín a como somos nosotros.
Pero el peligro de que llegara aquí el catolicismo en su versión más magra, y no todo completo, con toda su riqueza, es que se pudiera pervertir el mensaje del Evangelio, la doctrina de Jesús, al descontextualizarse de toda la tradición e historia de la Iglesia Católica. No es lo mismo un predicador contemporáneo explicando, como a nosotros nos gusta, nuestro tema favorito de “la ley de Dios”, en el vacío del desierto de Nuevo León, que el mismo predicador moralista hablando en un contexto donde hay, en la parroquia vecina, monjes enclaustrados por más de mil años alabando a Dios, todos vestidos de blanco, entre inciensos, sacerdotes con casullas bordadas a mano del siglo XVI, retablos dorados con imágenes conmovedoras (que inspiran piedad hasta en el que no tenga fe)… todo a la luz de las veladoras, inciensos, músicos y cantores que te hacen sentir que ya estás en el cielo.
Fue impresionante para mí al dejar esta ciudad en la que crecí tener el privilegio de conocer en Europa a un monje asceta (muy sacrificado) y descubrir cuales eran sus gozos, o a un ermitaño con una mirada que nunca he visto en nadie, o a un místico que al rezar hablaba en trance en lenguas muertas, o a un sanador milagroso que era muy humilde. La belleza de la tradición católica no me parece que sea un adorno superficial. Esa riqueza te permite acceder a través de muy diversos caminos a un Dios amoroso y bello. No debemos olvidar que la beldad (belleza) es una de las cualidades propias de Dios (junto a la verdad y bondad) y, me parece a mí, consecuencia natural de lo esperanzador y bello de la doctrina Cristiana.
Hace un par de años le pedí un consejo al monje alemán cisterciense, Pater Christoff. Yo requería decidir qué recomendarle para leer a una judía practicante de 25 años de edad que estaba considerando convertirse al Catolicismo. La sugerencia del monje me impresionó: el evangelio de San Juan. Me quedé pensando que ese consejo no solo era brillante, sino que además aplica igualmente para enriquecer las flaquezas de mi espiritualidad y, por lo tanto, podría tal vez ser útil para todo Regiolandia. Lo que aporta el evangelio de San Juan a los ojos de un judío es invaluable porque explica cómo viene Jesús a cumplir las profecías mesiánicas y a enriquecer la ley. Como dijo Jesús: No a abolirla sino a darle cumplimiento (Mt 5:17,18).
Se nos olvida que cuando el apóstol San Pedro, cabeza de la iglesia, murió, su sucesor como Papa no fue San Juan, quien estaba todavía vivo. Y cuando el segundo Papa, San Lino, murió, se cree que San Juan otra vez seguía vivo y de nuevo tampoco fue nombrado como tercer Papa. Pero es que su misión era otra, mi maestro de teología decía que San Juan representa el lado oculto de la iglesia, el contemplativo, la columna mística que nos ha sostenido invisiblemente por dos mil años.
San Juan nos enseña la divinidad de Jesús (tal vez para enfrentar las herejías de su época, pero su explicación es súper relevante hoy, y más aún tema crucial para los judíos). San Juan es quien se recuesta en el pecho de Jesús en la última cena y escucha el batir de Su corazón. Es el discípulo más amado, y además, el único presente en la crucifixión. En la iglesia de oriente, no en balde, lo nombran El Teólogo, porque su evangelio no narra periodísticamente una lista de acciones (de hecho solo nos cuenta 7 milagros), sino que el texto de San Juan nos lleva a entender la divinidad en su humanidad y que en la figura de Jesús las profecías se cumplen. San Juan nos acerca a quién era Jesús en realidad; él que lo convivió tan de cerca, y desde ahí nos cuenta cómo era la intimidad de Jesús con Dios Padre, así como la divinidad misma de Jesús.
Invité a mi ermita a platicar conmigo a Fray Salvador Zamora, a quien admiro mucho porque es un gran confesor, para escuchar su opinión sobre estos temas que me preocupan a mí. Decidimos grabar estas conversaciones espontáneas en un canal de videos en línea (no tenemos un guion pre-ensayado), por si a alguien le interesaran nuestras charlas, risas y reflexiones. Me gustó mucho su comentario ante mi preocupación por la religiosidad legislativa que a veces se da en el catolicismo, especialmente en nuestra generación: “No se trata de solo seguir la ley de Dios sino de buscar encontrar la ley del amor de Dios”.
Le conté a Fray Salvador que ahora que soy monja, mucha gente se siente con la confianza de abordarme y platicarme sus problemas y quejas. Lo que más escucho son narraciones de un dios perverso, justiciero y vengativo, el que nos enseñaron en la infancia a mi generación, al que todos le tienen miedo y al que nadie logra acercarse. Yo pienso que es un ídolo falso que hemos creado aquí sin querer, y que se parece al Dios judeocristiano lo suficiente como para reemplazarlo, pero que en definitiva, no es para nada el mismo. Yo creo que ese dios malo que inventamos aquí en San Pedro no es más que la consecuencia, o un reflejo, de los temores de nuestra sociedad: la necesidad de contener libre de daños a una comunidad bastante pequeña, que conlleva, por desgracia, la tarea de juzgar y controlar.

Con esto en mente, creo yo que nos enriquece mucho enfocarnos en la iglesia escondida, no la de las “leyes de la religión” aplicadas en esta ciudad como reglas morales y sociales que ahora sé que angustian a la gente y la alejan de Dios, pero que no quiero cuestionar ahorita. Solo deseo señalar que la forma legisladora de vivir nuestra religión en San Pedro, para quienes la viven así, tiene también una explicación cultural, probablemente por la dureza y dificultades de vivir aquí para los primeros pobladores en un lugar tan árido y peligroso, así como por la influencia de la cultura sefardí. Quisiera por eso girar la atención y subrayar la necesidad de aprender sobre la iglesia mística, la contemplativa, la que ora en lo secreto, la que está en silencio y nadie ve, pero que reza por los demás, la que en la intimidad tiene una estrecha relación personal y amorosa con Dios, la de gente imperfecta que busca sanación y guía, en resumen, el modelo de San Juan que nos transmite el Evangelio, la buena noticia… la doctrina amorosa de Jesús.
Por eso me emociono tanto al ver a los jóvenes de hoy buscando ese misticismo. Por poner un ejemplo específico, hay un grupo de chicos formados como intercesores del Espíritu Santo que organizan y asisten a los eventos de adoración en la noche. En mi última visita a San Pedro, reconozco que estos jóvenes me impresionaron mucho más que presenciar como el municipio se ha convertido en una mega megalópolis que en definitiva antes no era. Me asombra más el crecimiento espiritual porque no es tan visible, pero al fin es lo que más cala en lo profundo de mi corazón. Mi anhelo es que San Pedro no sea en 50 años la ciudad de los despilfarros, el ostento, la abundancia y una sociedad conformada por gente intachable y perfecta.
Yo sueño que San Pedro podría ser el territorio del silencio del desierto, pero no desierto en el sentido de gente vacía, “desierto” como el de los Padres de la Iglesia, de gente austera y plena que no tiene necesidades superfluas, profunda y verdadera, enamorada de Dios y transformada por ese amor en místicos y santos.
Facebook: https://www.facebook.com/reel/1639481417246964?locale=es_LA
Instagram: https://www.instagram.com/p/DSLNCPzkUs9/
Sobre la autora:
La madre Stella Maris es una monja ermitaña diocesana de San Pedro Garza García y es Familiaris Cisterciense de la abadía de Heiligenkreuz en Austria. Después de trabajar en arte contemporáneo como crítica y curadora casi 30 años, dejó su trabajo en Frieze Art Fair (Londres y N.Y.) y el Museo Tamayo en CDMX en donde dirigía la Fundación (FORT) y se mudó a Alemania del este en 2018 para ser monja. Vivió sola en una granja que convirtió en su ermita por ocho años desde donde ayudó a fundar un nuevo claustro de monjes Cistercienses en Neuzelle. El nuevo monasterio en construcción fue diseñado por la arquitecta mexicana Tatiana Bilbao. Stella Maris creó y editó la revisa Celeste, asociada con Federico Arreola y después con Jorge Vergara. Como dueña de Editorial Celeste, Stella Maris publicó también la premiada revisa BabyBabyBaby entre muchas otras publicaciones.



