Fue un único desencuentro, antes de la pandemia Covid-19; justo en 2019. Algo sucedió que no contaré, mas lo tengo bastante claro, algo al medio entre lo literario y extraliterario. No fue mi responsabilidad, eso también es muy claro. Un solo desencuentro que ni siquiera fue directo bastó para no hablar más con Dionicio Morales, el poeta mexicano, tabasqueño nacido en el municipio de Cunduacán, “la Atenas de Tabasco”, solía decir más en serio que en broma. Un desencuentro solo contra muchos encuentros gratos. Los dos primeros y sustanciales: con el poeta y escritor profesional, y con la persona.
Como en un típico comienzo de algunos de sus escritos diré que “conocí a Dionicio Morales en una reunión de tabasqueños” en 2014, en algún evento de la Casa de la Cultura de Tabasco en la Ciudad de México, Carlos Pellicer, en la colonia Juárez. Y pronto se dieron encuentros que, como él escribió en una ocasión, hicieron “nacer una amistad, creo yo, honesta y profunda”; lo mismo podría decir yo, que tuve oportunidad de confirmarlo en no pocas conversaciones y ocasiones. De 2014 a 2019 fueron cinco años de sincera amistad y cercanía con el poeta y la persona tanto a nivel público como personal.
Públicamente lo vi realizando lecturas poéticas con la actriz Susana Alexander, en Coyoacán, y con el gran actor y generosa persona Carlos Bracho, con quien hacía muy buena mancuerna. Elogié un texto suyo sobre el insoportable Cuevas, “José Luis Cuevas: El gato macho ataca de nuevo”, que leyó en un homenaje post mortem al pintor y escultor: “Ah, bueno, es que soy un escritor profesional, más de cincuenta años escribiendo”, me respondió con seriedad.
Y sí, en 2015 se le habían hecho diversos homenajes y eventos relacionados con esa celebración. Un texto suyo sobre Abigael Bohórquez, leído en la Sala Ponce de Bellas Artes, fue magnífico en torno al homenaje al poeta sonorense en 2019. Por cierto, Dionicio me obsequió el libro de Bohórquez, Poesía reunida e inédita, una muy buena edición con estudio y notas de Gerardo Bustamante Bermúdez editado por el Instituto Sonorense de Cultura. Esa tarde de domingo fuimos varias personas a una cantina restaurante de Gante, donde, tras algún vodka o tequila me refirió casi en secreto algunos comentarios e intrigas tabasqueñas o, mejor, de tabasqueños en Tabasco, o de no tabasqueños parasitando en Tabasco; “pero no lo digas”, me dijo. Claro, las intrigas eran contra mí al mismo tiempo que un reproche para él.
De ahí que en alguna caminata le preguntara por qué no había regresado a vivir a su tierra: “¡Ah, no!, te comen vivo, te devoran, te acaban; nunca regreses”. Él lo supo pronto. Por eso, después de ser un secretario particular adolescente del poeta Carlos Pellicer en Villahermosa, de que este le obsequiara la poesía de Rubén Darío, de que ingresara a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y de que probara el éxito temprano como periodista cultural y poeta, decidió quedarse en la Ciudad de México para siempre.
Pero volamos juntos cierto día a Villahermosa. “Te voy a invitar a comer hoy a un restaurant que me gusta. Tengo ganas de comer gallina horneada”. Gallina horneada y se pidió un vodka con agua de matalís. Al día siguiente presentábamos mi libro En busca de Nils Runeberg y otros ejercicios, en el Museo Regional de Antropología Carlos Pellicer Cámara, del cual se expresó generosamente, y que habíamos presentado también en la Casa de la Cultura de Tasco en Ciudad de México (su texto se publicó como artículo en SDPnoticias). Antes del evento, me había presentado a su amigo el escultor Sebastián, con quien fuimos a una gratísima cena esa misma noche. Solía decir, “uno siempre recurre a la gastronomía y a la bebida, porque es la mejor manera de ablandar, de suavizar y de convencer”.
En la Ciudad de México tuvimos varias ocasiones de convivir en restaurantes. Pero sobre todo, tuvimos no pocos desayunos en el Sanborns de los Azulejos que le gustaba frecuentar. Ahí, además de hablar de literatura (no tanto de política, teníamos algunas diferencias), chismeábamos con libertad. Ya luego caminábamos sobre Cinco de Mayo rumbo al Zócalo hasta que detenía un taxi y se iba. Alguna vez compramos tacos de canasta “Don Chuy” para llevar, que eran muy buenos y ya desaparecieron de esa calle. Otra vez seguimos de largo hasta la Feria del Libro regenteada por Taibo Segundo; platicamos, escudriñamos y compramos libros de poesía y un vaso de pozol con cacao en una carpa tabasqueña.
Hablado de poesía y de Sebastián, Dionicio había escrito sobre la obra del famoso escultor del Caballito amarillo de Reforma. Tengo tres lindas ediciones: El águila, escultura; 10 de junio; Puerta Soledad. Sobre este último poemario escribí un artículo en noviembre de 2016 que le agradó mucho, haciéndomelo saber tanto en persona como en un correo electrónico que aún tengo; “Puerta soledad, de Dionicio Morales; intensidad poética, inteligencia e instinto”.
La casa Carlos Pellicer, en la esquina de Berlín y Marsella, tuvo mucha actividad artística entre 2013 y 2018. Dionicio protagonizó varias participaciones y homenajes. Yo canté en tres ocasiones, Dionicio estuvo presente en uno de esos conciertos. Pero compartimos el escenario en mayo de 2018, Dionicio Morales, Perla Estrada del Río y yo en una charla entre artistas tabasqueños. Ese mismo año Dionicio escribió el prólogo a mi libro De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México que publicó la UJAT en coedición con Laberinto Ediciones en 2019.
|Dionicio y Héctor hablando con la compañera de SDPnoticias, Deliha Trucks; mayo de 2018|:
Si no recuerdo mal, la última vez que vi a Dionicio en persona fue en el Casino Español del centro de la ciudad en algún punto del mismo 2019. De entrada, pedimos una botella de vino tinto. Pronto saldría yo a un viaje prolongado a Europa, así que platicamos, comimos y bebimos. “¡Aunque ya no tomo lo que tomaba!, en mis épocas, tomábamos de todo, hasta alcohol del 96 con horchata o cualquier refresco; ¡hasta el perfume de una botella nos tomamos en una borrachera!”; más esa última vez fuimos moderados, de cerveza y tinto no pasamos, aunque por Dionicio había conocido el Herradura Blanco de 46 grados “¡Ese es el mejor!”, dijo imperativo cuando me lo recomendó.
Cuando me enteré de su fallecimiento el 25 de julio pasado, no me sentí mal más allá de la natural nostalgia. Pues durante el tiempo que se dio la amistad fue sincera, siempre le expresé mi reconocimiento y admiración, leí parte de su obra, charlamos sobre literatura y arte en general. Incluso estuvo en mi casa al menos en tres ocasiones (acompañado de una amiga en común, la comunicadora y periodista Norma Domínguez de Dios), y en una de ellas pudimos libar, además de otras cosas, el Herradura Blanco que enfático me había recomendado.
Su muerte fue cubierta por la prensa nacional, algo que seguramente le habría encantado saber, pues él, pegado a la poesía, creció en el periodismo cultural tanto en diarios como en revistas. Y lo más importante será que su obra permanezca vigente, esa es otra cosa que él querría: ser leído. “Cuando el maestro Pellicer me obsequiaba un libro, yo me iba derechito a leerlo, a devorarlo”, algo de lo que Dionicio se quejaba de estos tiempos, la falta de seriedad, el desdén por la literatura. Por cierto, un compañero de la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea en la UAM Azcapotzalco, hizo el año pasado (2024) una buena referencia a Dionicio en una exposición sobre la poeta Margarita Michelena, a quien Morales había estudiado a fondo (entre tantos otros poetas de ambos géneros).
En febrero de este 2025, Dionicio ofreció una lectura en la Casa Pellicer, junto a su compañero de viaje poético Carlos Bracho. En abril pasado, en una entrevista realizada por la actriz María Rojo para la televisión mexiquense, Dionicio dijo estar ocupado en reunir toda su poesía y en encontrar un editor. “No por capricho, porque es un testimonio de vida. Porque uno cambia como hombre, como mujer, conforme pasan los años, conforme la experiencia, conforme las vivencias. Entonces, eso viene en mi libro. Distintos tonos. Van a encontrar alejandrinos que manejaba Rubén Darío, poemas en prosa, sonetos. En fin, los temas también van cambiando conforme los tiempos. Pero también en mis gustos personales. Yo soy gente de ir al teatro, de ir a conciertos, me crié y me eduqué en eso. Y además tuve el privilegio de tratar a muchos artistas”. Ojalá haya tenido tiempo de avanzar en esa empresa y que haya alguien interesado en publicar y promover ese libro aspirado por Dionicio.

Lo más importante ahora de Dionicio Morales (1943-2025) es su obra. Decía que la he leído parcialmente. En la entrevista con Rojo, Dionicio dijo haber publicado 30 libros; relaciono aquí los que ahora al escribir tengo frente a mí, no necesariamente en orden cronológico:
1. Retrato a lápiz. Obra escogida. Magnífica obra de 2010 (UJAT) que recopila poesía, crítica literaria, de artes plásticas, de teatro, periodismo cultural y crónica, con un brillante prólogo de José Homero. En 2015, el actor Roberto D’Amico ofreció un espectáculo con el mismo título basado en la poesía de Morales celebrando sus 50 años de escritor.
2. El alba anticipada. (UAM, 2016). Primera plaqueta publicada por el poeta en 1965, en la revista Pájaro Cascabel, dirigida entonces por Thelma Nava.
3. Inscripciones y señales. (Anfión, 1985). Poemario con la presentación de Sergio Mondragón e ilustraciones de Leticia Ocharán.
4. El águila: escultura de Sebastián. Fundación Sebastián A.C, 2010.
5. 10 de junio. F. Sebastián A.C., 2011.
6. Puerta Soledad. Gatsby. 2015.
7. Poemas para no morir en el invierno. Antología personal. Gob. Edo. de Tabasco, 2012.
8. Era mi corazón piedra de río. Dionicio Morales reunió con este título la poesía amorosa y erótica de Carlos Pellicer con un Prólogo exhaustivo y magistral. Aldvs, 2002 (primera edición, 1997).
9. Conjuros y divagaciones II. Libro que reúne crítica literaria, poética y teatral. Un libro de agradable lectura donde habla el periodista y crítico de la cultura. IPN, 2009.
10. Música para los ojos. Lindo título que colecciona nota y ensayos sobre artes plásticas: pintura, grabado, escultura, fotografía, cerámica, arte objeto. UAM, 2005.
11. El espejo habitado. Reúne fotografías de gráficas de diversos autores que Morales poéticamente comenta. Gob. Edo. de Tabasco, 2016.
12. Concierto para varias voces y un intérprete. Otra inmersión de Dionicio Morales en la literatura, las artes plásticas y el teatro. UAM, 2008.
Dionicio Morales lee su poema “El árbol”, uno de los más celebrados; tenía una versión anterior de la Enciclopedia de la Literatura Mexicana, pero ha desaparecido:


Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo