En medio del desmantelamiento de las instituciones en México promovido por el obradorismo, la presidenta Claudia Sheinbaum, los voceros y los propagandistas del régimen suelen recurrir a denostar a los opositores con el adjetivo de “derechosos”, “de derechas”, o incluso repitiendo descalificativos desproporcionados como “fachos” o “fascistas”.
En otras palabras, los aplaudidores de la fracasada cuarta transformación auto definiéndose de “izquierdas”, lo que suscita numerosos cuestionamientos en términos de las ideologías abrazadas por uno u otro partido, califican a los opositores de “derechas”, como si esta afinidad política conllevase por sí misma una aberración de origen.
Tanto las izquierdas como las derechas deben existir en todo sistema, pues una realidad política sin alguna de estas tendencias en la palestra electoral no podría jamás ser considerada democrática.
La propaganda oficial, bajo el discurso de defender los intereses del pueblo, llaman derechosos a todos los que alzan la voz para denunciar la captura del Poder Judicial, la destrucción de los organismos autónomos, la persecución de mujeres como María Amparo Casar, la corrupción rampante o los vínculos de la clase política con el crimen organizado.
Otros propagandistas han llegado más lejos para acusar a políticos y activistas de ser miembros de una “conspiración internacional” dirigida a imponer una agenda de extrema derecha en el mundo. Así sucedió en el marco de la marcha de la generación X. Haya sido promovida por jóvenes o por miembros de la oposición, sea como fuere, se trató de una protesta genuina que se encontró con vallas, un Zócalo sin bandera y con grupos infiltrados dispuestos a sabotearla.
Han descrito como fachos a personajes nacionales e internacionales como Enrique Krauze, Enrique de la Madrid, Lorenzo Córdova, Cayetana Álvarez de Toledo, María Corina Machado, Carlos Manzo, Grecia Quiroz, Jesús Silva-Herzog Márquez, Azucena Uresti y Denisse Dresser, entre cientos de otras voces que, con ideas y acciones en favor de la democracia y del Estado de derecho, se han manifestado en contra de las iniciativas autoritarias del régimen gobernante.
La defensa de las leyes, de la democracia y del Estado de derecho no es de derechas ni de izquierdas, sino que proviene de una profunda convicción moral anclada en valores personales, de sociedad, y en el caso de muchos, de una larga trayectoria académica que les ofrece las credenciales y la credibilidad para expresar, con argumentos e indicadores, sus impresiones ante el retroceso político que vive el mundo.



