Aceptémoslo, los debates de esta elección están siendo protagonistas en la conversación, principalmente por los memes, que aunque balizan también politizan.

Tal es el caso del debate chilango. El primero fue muy esperado porque uno de los candidatos, Santiago Taboada, se encuentra en medio de una investigación por una trama de corrupción que involucra a su alcaldía y a su partido. Se esperaba que la candidata de Morena, Clara Brugada, lo mencionara, y así fue.

El primer debate fue todo lo que esperábamos y más: la candidata que representa la zona oriente de la ciudad salió airosa con su férrea defensa de los cambios que hizo en la alcaldía. Taboada recibió señalamientos por sus negocios y por sus comentarios clasistas, mientras que el candidato de MC, Salomón Chertorivski, se enfocó en dar a conocer sus respuestas a las preguntas y en expresar sus quejas sobre sentirse ajeno.

Aquí quizá pudo ganar terreno al distanciarse de aquellos personajes que, al querer hacerse los interesantes, se quejan de que “en los debates hay de todo, menos propuestas”. Claro, cuando los debates empezaron a existir a partir de la elección de 1994, era importante saber qué plan de gobierno tenía cada candidato, pero ahora, en la plataforma de cualquier aspirante o partido puedes acceder al proyecto punto por punto.

La idea de que proponer es lo importante ya no tiene mucho sentido, pues con la experiencia sabemos que un partido puede proponer algo en campaña que históricamente ha votado en contra o cuyos líderes partidistas han negado.

Es el legado histórico de un partido lo que en realidad representa a un candidato que llevará las siglas de los mismos en la boleta. El tema es que llegó el segundo debate chilango y los señalamientos fueron casi los mismos, y como el formato del debate no es innovador, tampoco las preguntas dejan mucho margen para sostener el interés.

Es absurdo que se hagan debates como si estuviéramos en 1994, cuando la mayoría de las personas los ve en redes sociales y más aún si una gran parte del electorado es joven.

El segundo debate puede ser una premonición del tercero, y que simplemente los tres hayan sido iguales, lo que resta interés.

El reto es que los candidatos logren salir del formato impuesto, del desgaste de decirse las mismas cosas, de perder tiempo sacando fotos impresas para que se logre colar algo que les distinga, o que deje peor parado al adversario. Porque en una elección tan importante, la irrelevancia es peligrosa, pero más aún el aburrimiento.