En Lío Ibiza, donde una copa cuesta lo que una despensa de un mes, un diputado de Morena, acompañado de una rubia despampanante, baila bajo luces de neón. En Madrid, Ricardo Monreal desayuna en un hotel de cinco estrellas mientras en México se anuncian recortes; él dice que todo fue con recursos propios, pero en política hay cosas que el comprobante de pago no limpia. Y en Polanco, según investigaciones, un alto funcionario de Aduanas parece haber comprado un penthouse de tres niveles por 7.7 millones de pesos —muy por debajo de su valor real— y guarda en su casa una colección de relojes de alta gama que juntos valen más que todo lo que recibiría una familia del Bienestar en décadas.
Esto no es un caso aislado. Son episodios que se acumulan, que huelen a déjà vu, y que han desatado un coro curioso: defensores que gritan “clasismo” a quien se atreva a criticar a la nueva clase política vestida de guinda por vivir como los de antes… o peor.
No tiene nada de malo vivir con lujos si se pagan de manera legal. El problema es la narrativa: lo que se supone que haces frente a lo que realmente haces. En política, no basta con decir que eres honesto; hay que parecerlo. Pensar, decir y hacer lo mismo es un reto para cualquiera. Pero parece que, en este país, llegar al poder y no convertirse en lo que prometiste destruir es todavía más difícil.
¿Será que los líderes de Morena que hoy disfrutan del poder aún se reconocen en el espejo? ¿O ya vieron que ese reflejo es solo un priista vestido de guinda?
La austeridad en alta resolución
Las palabras inspiran, pero las imágenes convencen. Cuando el discurso y la foto se contradicen, gana la foto. El electorado más fiel de Morena —ese que vive de las pensiones, becas y programas sociales— no pisa estos lujos, pero sí los ve… y los entiende.
¿O qué creen los funcionarios? ¿Que la gente que recibe apoyos, cuando los ve en hoteles de lujo, siente orgullo y piensa “qué bueno, ya son como los de antes o hasta peores”? Esa respuesta no la tengo. Tal vez habrá unos que sientan placer o una sensación de revancha, pero seguro hay más que se sienten traicionados, burlados y usados. La 4T no ganó corazones hablando de PIB, balanzas comerciales o reservas internacionales. Ganó porque convenció al pueblo de que eran distintos, que vivían como ellos, que sufrían lo mismo. Ese relato no lo está derrumbando la oposición ni los medios: lo están dinamitando, foto a foto, quienes juraron sostenerlo.
Un reloj de lujo, no es solo un accesorio: es un mensaje de clase. Un penthouse en Polanco no es solo una dirección: es un cambio de bando. Una cena elegante en Europa no es solo un gusto: es un espejo roto que ya no devuelve la imagen de un líder del pueblo.
La batalla contra el espejo
El riesgo ya no es la crítica externa: es que la propia base deje de reconocerse en su gobierno. El día que la gente perciba que quienes prometieron austeridad viven como los de antes, la narrativa se rompe en mil pedazos. Y cuando la narrativa muere, la derrota no parece tan lejana, o si?