“El mezquino lleva en sí su propio infierno.”

GEORGE HERBERT OF CHERBURY

Federico, leí tu texto sobre María Corina Machado y, más que un análisis, encontré una colección de reflejos automáticos. Llamas “disparate” al Nobel de la Paz 2025, pero lo que en realidad exhibes son las grietas de una argumentación que confunde sospecha con prueba, ideología con criterio.

Empiezas insinuando que el premio a Machado es producto de la injerencia de Estados Unidos porque Marco Rubio —sí, un senador republicano— firmó una carta de respaldo. Eso no es un argumento, es una falacia de causalidad insuficiente. Una carta no determina la decisión del Comité Nobel ni un apoyo político convierte un proceso internacional en un complot. De hecho, miles de nominaciones provienen cada año de legisladores, activistas, universidades e incluso organizaciones gubernamentales. Reducir todo a “Rubio lo pidió, entonces Washington lo impuso” es un salto lógico sin puente.

Luego caes en un ad hominem encubierto: descalificas el premio no por lo que María Corina representa —una mujer que ha enfrentado cárcel, exilio político y censura— sino por quién la apoya. Es decir, si alguien con apellido republicano o demócrata la respalda, entonces su causa pierde legitimidad. Ese es el razonamiento típico del prejuicio: juzgar al mensajero, no el mensaje.

También incurres en una culpabilidad por asociación. Dices que al estar “apoyada por Marco Rubio (Trump)”, Machado se alinea automáticamente con intereses estadounidenses. ¿De verdad crees que todo aquel que acepta solidaridad internacional es un agente imperialista? Esa lógica es la misma que han usado los regímenes autoritarios para deslegitimar a toda disidencia. Bajo ese criterio, Mandela habría sido un peón de Londres, Havel de Washington y Malala de la OTAN.

Tu argumento se apoya además en una generalización impropia: afirmas que esos apoyos “le quitan mérito” al Nobel, como si la política internacional fuera un espacio aséptico donde nadie toma partido. El Nobel nunca ha sido neutral: se ha entregado en contextos cargados de intereses, tensiones y diplomacia. Lo relevante no es quién aplaude a los premiados, sino qué causa se reconoce. Y en este caso, es la lucha por la libertad en un país asfixiado por el autoritarismo.

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Omites también un dato fundamental: el proceso del Comité Nobel no responde a presiones de gobiernos, sino a un procedimiento institucional que ha resistido dictaduras, guerras y controversias durante más de un siglo. No mencionas eso porque debilita la narrativa de conspiración que sostienes. Es una omisión selectiva: solo te interesa la parte que encaja con tu sospecha.

Después haces un giro de distracción: te lanzas contra el Nobel en general, recordando polémicas del pasado. Una falacia de distracción manual. Como si desacreditar el premio en otros casos validara tu argumento sobre este. Mezclas lo histórico con lo coyuntural, lo estructural con lo anecdótico, y terminas atacando al símbolo para no discutir el fondo.

Y, por último, cierras con una afirmación categórica: que el Nobel fue “consecuencia de presiones del gobierno de Estados Unidos”. Lo dices sin una sola fuente, sin un documento, sin un testimonio. Es una acusación sin evidencia envuelta en tono de certeza. Un recurso retórico eficaz, pero intelectualmente flojo.

En resumen, Federico, tu columna no desmonta el mérito de María Corina Machado: lo confirma. Porque si la única manera de cuestionarla es sugiriendo conspiraciones o culpándola por quién la respalda, entonces el problema no es el Nobel. Es la incomodidad que produce ver reconocida a una mujer que desafía a una dictadura y desmonta, con su sola existencia, los discursos complacientes del poder.