El primer informe de gobierno de Eduardo Ramírez Aguilar no es uno más en el calendario político: es el corte de caja del inicio de un periodo que llega tras una de las etapas más complejas y dolorosas de la vida reciente de Chiapas. El gobernador arriba a su primer balance anual cargando una doble expectativa: la urgencia de revertir el deterioro heredado y la obligación de demostrar que la estabilidad no es un discurso, sino una realidad palpable para millones de chiapanecos.
La herencia de un estado lastimado
Durante el gobierno de Rutilio Escandón Cadenas, Chiapas vivió una escalada crítica de violencia, desplazamientos forzados y procesos institucionales debilitados. La percepción ciudadana —y también la evidencia documentada por organizaciones civiles— coincidía en algo: el Estado había cedido terreno frente a estructuras criminales, dejando comunidades enteras atrapadas entre el miedo, la incertidumbre y el abandono.
No es casualidad que miles de familias hayan abandonado sus hogares en los últimos años. Tampoco lo es que municipios enteros —como Pantelhó, Chenalhó o Frontera Comalapa— se convirtieran en ejemplos de descomposición territorial. El vacío institucional dejó cicatrices profundas.
El giro de timón: lo que Ramírez Aguilar sí ha modificado
Desde que tomó protesta, Eduardo Ramírez Aguilar —el “Jaguar Chiapaneco”— se posicionó con un estilo distinto al de su antecesor: más activo, más presente y decidido a reforzar la seguridad como eje rector. Sus primeros meses de gobierno generaron señales relevantes:
Mejoría en zonas calientes: Municipios antes ingobernables lograron celebrar elecciones sin mayores incidentes, como Pantelhó, un símbolo del colapso anterior.
Retorno paulatino de familias desplazadas: No es un proceso concluido, pero sí un movimiento que genera esperanza.
Despliegue operativo y reordenamiento institucional: Relevos en dependencias donde se detectaron irregularidades —como el caso del Instituto Estatal del Deporte— demuestran que el gobernador no está dispuesto a tolerar inercias o corrupción.
Recuperación del espacio público y de la actividad económica: Cientos de comercios reportan operar con mayor tranquilidad.
A esto se suma un indicador político no menor: una aceptación social que supera el 70%, un capital que pocos gobernadores logran tan temprano y que, bien utilizado, puede convertirse en una herramienta de transformación.
El reto real: pasar de la contención a la reconstrucción
Si bien la administración de Ramírez Aguilar ha logrado estabilizar zonas conflictivas, el desafío mayor apenas comienza: Chiapas necesita más que operativos y acciones emergentes. Requiere reconstrucción profunda.
1. Derechos humanos y protección comunitaria
Los desplazamientos no solo deben detenerse, deben repararse. Las familias necesitan garantías de retorno seguro, acceso a justicia y acompañamiento estatal real. Sin eso, no habrá paz duradera.
2. Reconstruir la confianza institucional
Los años previos dejaron un deterioro grave: corrupción, opacidad y desorden administrativo. El gobernador debe continuar aplicando mano firme donde existan desviaciones, sin importar filiaciones políticas.
3. Desarrollo económico y social como columna vertebral
La seguridad no será suficiente si no se atienden las causas estructurales: pobreza, marginación, falta de infraestructura, educación rezagada y oportunidades limitadas para jóvenes.
4. Protección a periodistas, defensores y líderes comunitarios
El tejido social chiapaneco no podrá repararse si quienes alzan la voz siguen siendo blanco de agresiones. La libertad para denunciar, documentar y exigir debe ser garantizada por el Estado.
Un Chiapas distinto, pero aún en construcción
Los avances son reales, y sería deshonesto no reconocerlos. También sería irresponsable ignorar que Chiapas sigue sobre una línea fina entre estabilidad y recaída. Algo sí es claro: Ramírez Aguilar ha mostrado voluntad política, capacidad de operación y un liderazgo que contrasta con el de su antecesor. Ha devuelto esperanza y ha marcado un rumbo más firme.
Pero el compromiso histórico no puede quedarse en el gesto ni en el ánimo social. Chiapas necesita continuidad, profundidad y visión. La transformación verdadera no se mide en aplausos, sino en comunidades seguras, instituciones fuertes y derechos garantizados.
El “Jaguar Chiapaneco” ha dado un primer paso sólido. Ahora deberá demostrar que tiene la fuerza —y la constancia— para consolidar un Chiapas que no solo respire mejor, sino que por fin viva en paz.



