I. Armándaro Valle de Bravo

La primera vez que supe de la geografía del título de este texto fue sin duda por medio de un derivado, un personaje encarnado por Eduardo Manzano, uno de Los polivoces (los muchas voces), “Armándaro Valle de Bravo”, un holgazán, júnior, hippie, mariguano buena onda. Esto cuando hubo llegado la televisión a mi ranchería en Tabasco. La segunda vez, como estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en algún documental o fragmento de “Avándaro Festival de Rock y Ruedas” visto en alguno de los espacios de Ciudad Universitaria. Aunque probablemente haya escuchado en simultáneo algunas “rolas” de las bandas de rock que tocaban asimismo en CU hacia finales de los ochenta. A partir de 1987 sobre todo, cuando estalló la huelga estudiantil de entonces. Era inevitable que en esas tocadas surgiera la memoria de Avándaro pues, en cierta medida, algunas de las bandas que llegaban a la Universidad tenían algún antecedente en el evento roquero celebrado el 10 y 11 de septiembre de 1971 en Tenantongo, o lo que es lo mismo, Avándaro. (Once de septiembre que coincide con el 9/11 gringo y la muerte de Salvador Allende en Chile, me hace recordar Gustavo Marcovich en una conversación telefónica.)

Entre los grupos que escuché en vivo en Ciudad Universitaria, que se volverían famosos, estuvieron La maldita vecindad y los hijos del quinto patio y Botellita de Jerez, mucho antes que #MeToo llevara a Armando Vega-Gil al inútil suicidio. Pero siempre estaba presente en las tocadas a bafle puro o a puro bafle, una banda famosa desde los tiempos de Avándaro y que ya había conocido en la adolescencia. Cuando después de la televisión hubo llegado la primera consola a la ranchería, un tío nos obsequió un montón de LP’s de los cuales se quería deshacer, entre ellos uno que llamó mi atención por su portada y porque al escucharlo me sonó a ruido insoportable, Three Souls in my Mind, en vivo desde el Reclusorio Oriente. La fotografía de la portada mostraba a un anciano sin piernas bailando con el tronco de su cuerpo bajo el ánimo y las palmas de los compañeros de prisión. Ese grupo se transformó en El Tri, aunque yo lo nombro ahora CROPyG (Cotorra Ronca Prianista y Guadalupana) por su líder, Alejandro Lora. Pues ese sonaba en CU también, aunque no en vivo; tampoco andaba ya por ahí Óscar Chávez, que después de 1968 inició un proceso de aburguesamiento al estilo del subcomediante Marcos, ayer Moisés, hoy Galeano, mañana…

Es natural que a las personas de los Estados del país, de los municipios, pueblos y rancherías el célebre evento que se considera “el Woodstock mexicano” (El Festival de Música y Arte de Woodstock, realizado en el Estado de Nueva York entre el viernes 15 y el lunes 18 de agosto de 1969), significara poco o nada. Es con el tiempo y la conciencia, los documentales, testimonios, algunos registros fílmicos, sonoros y fotográficos, cuando ese magno evento (al menos por la cantidad de gente convocada, que se calcula de manera precisa entre los 100 y 500 mil) toma importancia.

Pero antes de proseguir, veamos en acción a Armándaro Valle de Bravo (o Bravo de Valle):

II. La visión de los vecinos

El escritor Gustavo Marcovich acaba de realizar, como dicen los críticos, un “refrescante” documental sobre el tema, “Avándaro 71: la visión de los vecinos”, que tuve la fortuna de ver hace pocos meses, pues nos los compartió en el taller de crónica que impartió en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Por el momento, la película no está disponible al público por la exigencia protocolar de cierto festival fílmico; pero ya pronto se liberará para el disfrute de todos. Además de entrevistar a los habitantes de Tenantongo y alrededores, uno de los objetivos atractivos del filme es la búsqueda de la ubicación exacta del escenario durante el festival, pues hoy se ha diluido. ¿Lo encontrarán? Aquí está el tráiler del documental de ingeniosa inspiración leonportillesca en el título:

A 51 años del Festival de Avándaro y a uno de haber realizado el documental, Marcovich me comparte un texto con su perspectiva singular de tan manoseado evento, que prefiero reproducir por completo a dar una síntesis o interpretación del mismo. Aquí va la visión de Marcovich:

Festival de Avándaro: 51 años después (G. Marcovich)

“La pachorra es el mejor antídoto contra la violencia”, sentenció José López Portillo y Rojas, escritor, gobernador de Jalisco y abuelo del Jolopo. Y sí, tal vez de eso trató aquel festival de rock realizado en un paraje boscoso y anegado por la incesante lluvia. Miles de chavos en busca de pachorra bajo la excusa del rock y aletargados por una gran neblina de mariguana cuya humareda se alcanzaba a divisar desde pueblos lejanos, dicen. Y todo, efectivamente, transcurrió en paz. Los jóvenes bien apachorrados pero los adultos, malditos adultos, de manera contraproducente se escandalizaron y prohibieron los conciertos de rock en México durante varias décadas, lapso durante el cual los chavos se desapachorraron y tuvieron que moverse a hacer otras cosas. Bien sentenció Víctor Hugo que “cuando se castiga a un inocente nace un malvado” y, tal vez por eso, ahora estamos llenos de malvados por doquier.

La vida no es más que una serie de tentaciones y la edad tan sólo hace realizables algunas e irrealizables otras. La juventud es una gran tentación y a los rucos que gobiernan las cosas no les pareció que las tentaciones se realizaran de manera visible. Por eso, vino la castración. No como El bachiller aquel de la novela de Nervo que se capa para no sucumbir al pecado, sino de manera autoritaria y de dientes para afuera. En un país lleno de perversión, lo que se castiga no es tal sino su visibilización.

Más allá de los efectos, el Festival aquel, llamado Rock y Ruedas, que tuvo lugar entre el 11 y el 12 de septiembre de 1971, ya es un mito nacional. Nadie se acuerda con exactitud de lo que pasó, ni dónde fue con exactitud, ni si realmente ocurrió. Para muchos es la base fundacional del rock nacional, aunque todos cantaban en inglés y había casi tantas banderas gringas como mexicanas. No importa. Era la entrada, casi, al primer mundo.

A nadie le importa que el Festival fue organizado por una bola de Juniors al amparo del poder económico y político que sus familias les brindaban. El evento no estaba planeado para la banda sino para unas centenas de niños bien que, después de correr un rato en sus automóviles deportivos de lujo y contaminar a diestra y siniestra el ambiente local, pretendían divertirse en una noche mexicana que, a la postre, se salió de control. Tan se salió de control que ni la carrera pudo llevarse a cabo y ni disfrutaron del concierto porque se llenó de nacos mariguanos mucho y chemos la mayoría.

¿Por qué se llevó a cabo en el lujoso fraccionamiento de Avándaro, a varias horas del Distrito federal y no en alguna localidad de la periferia chilanga? ¿Les pidieron permiso a las autoridades locales o, como buenos citadinos prepotentes, simplemente llegaron y tomaron el sitio sin consultar a nadie?

Dicen que el gobierno se asustó ante el poder de convocatoria del rock y que, aún bajo los estragos del 68 y del 71, optó por satanizar y prohibir este tipo de eventos. Dicen que se enojaron cuando Peace and Love cantó Mariguana y que se apanicó cuando los 300 mil ¿? Asistentes coreaban “Tenemos el poder”. ¿El poder de qué? ¿Dónde están ahora esas 300 mil almas empoderadas? Sin embargo, el gobierno los tundió con mano dura, tal vez porque bien dijo Chesterton que “Lo ataco con tanta temeridad, por lo mismo que le temo tanto”.

Dicen que el rock es la rebeldía encarnada en disonantes notas musicales. Dicen que era un peligro para la sociedad y sus gobiernos. Eso dicen. Ahora a más de 50 años ¿qué? De su emblema neocristiana aquel de “paz y amor” se pasó a demandas concretas “sexo, drogas y rock and roll”. Demandas que han sido cumplidas con creces. Demandas que ahora, bien satisfechas, han sumido a la juventud en una feliz estado de pachorra del cual prefieren no salir para enfrentar a un sistema que ya se dio cuenta que así está bien.

Avándaro; 10 y 11 de septiembre de 1971
La visión escandalosa y amarillista de la revista Alarma!

III. Avándaro, el grito

He tenido oportunidad de ir a Valle de Bravo en dos ocasiones. Un sitio muy agradable. A finales de los 90′s, a la presentación de La creación, de Haydn, con la Filarmónica del Estado de México dirigida por Enrique Bátiz. Y recientemente, como invitado a la Feria del Libro de Valle de Bravo 2022; en esta ocasión, el transporte público en que fui tiene su base en Avándaro, y pude así estar algunas horas por ahí.

Al menos en un par de ocasiones he coincidido con Marcovich en que acaso el mejor producto cultural de Avándaro Festival de Rock y Ruedas, haya sido Armándaro Valle de Bravo, el personaje de Los Polivoces como una síntesis, un modelo visto por el humor.

Y como el estilo de una época del rock que se hizo en México a inicio de los 70′s, comparto una banda que suena nada mal bajo la influencia de grupos internacionales de los 60′s pero cantando ya, a diferencia de muchos grupos de Avándaro, en español; aquí el grito de Tinta Blanca, “Avándaro”:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo