En Monterrey, la tierra del cabrito, la carne asada y los milagros presupuestales, acaba de pasar algo que tiene a más de uno revisando su estrategia en redes con un nudo en la garganta:
El 80% de los regiomontanos aprueba el trabajo del alcalde Adrián de la Garza, y el 82% respalda su desempeño en materia de seguridad, según la encuesta publicada por El Heraldo de México.
Sí, leyó bien: ochenta y ochenta y dos.
Cifras que en cualquier examen serían una buena nota, pero en política equivalen a un mensaje demoledor: los ciudadanos de Monterrey aprueban la gestión local por encima de la estatal, y eso, ni con toda la publicidad del mundo, se compra.
Mientras Adrián de la Garza consolida una aprobación inédita en la capital de Nuevo León, en el Palacio de Gobierno deben estar sacando la calculadora, no para cuadrar el presupuesto, sino para entender cómo es que ni con millones invertidos en pauta, influencers y spots omnipresentes, se logra el mismo resultado.
Cuatro años de gestión, campañas millonarias de posicionamiento en redes, un ejército digital que aplaude cualquier ocurrencia, y sin embargo, el gobernador no alcanza los niveles del alcalde.
Porque no hay algoritmo que reemplace la percepción ciudadana cuando los resultados se notan.
Mientras unos editan videos de gimnasio y se disfrazan de ciudadanos ejemplares, otros simplemente trabajan, entregan y cosechan aprobación sin tanta coreografía.
Durante años se intentó instalar la idea de que los altos niveles de aprobación eran un sello exclusivo de Morena.
Que sólo el “partido del pueblo” podía presumir números arriba del 70 por ciento.
Pero Monterrey acaba de romper esa narrativa: un alcalde priista, sin propaganda ideológica, con resultados tangibles y comunicación institucional, alcanza niveles comparables a los de Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador en sus mejores momentos nacionales.
La lección es clara: la aprobación no se hereda ni se compra, se trabaja.
Lo que ocurre en Monterrey confirma que la gente distingue entre quien gobierna y quien actúa.
La ciudad muestra avances en seguridad, servicios públicos e infraestructura; temas donde el ciudadano nota la diferencia sin que nadie se lo cuente en un video.
Mientras tanto, el gobierno estatal sigue atrapado en una lógica de autopromoción permanente, donde la prioridad parece ser la estética de la gestión antes que la gestión misma.
Y eso, en un estado tan exigente como Nuevo León, se paga caro.
Los aplausos que no se compran
En tiempos donde los “likes” se confunden con liderazgo, Adrián de la Garza ha demostrado que los verdaderos aplausos no se consiguen con pauta, sino con resultados.
Que la credibilidad se construye con hechos y no con hashtags.
Porque al final, cuando el ciudadano percibe orden, seguridad y resultados, no importa si el spot brilla: la aprobación llega sola.
Los números no mienten, aunque algunos —desde su palacio color naranja— sigan intentando comprarlos.
X: @pipemx





