LA POLÍTICA ES DE BRONCE
Cuentan que, una tarde, a finales del siglo XIX, Porfirio Díaz, paseando por la Alameda, se encontró con un antiguo compañero de armas de los tiempos de la Segunda Intervención Francesa. El amigo de Porfirio, aunque digno militar en su estampa, portaba un traje desgastado, y a leguas se veía que su fama y valor no correspondían con su fortuna. Unos días después, el dictador nombró a su antiguo compañero de armas al frente de la aduana de Altamira, Tamaulipas.
El militar en retiro tomó su misión con dedicación y decoro: puso en orden la contabilidad, combatió el contrabando y denunció la corrupción. Elaboró un informe detallado para el presidente y, muy ceremonioso, se presentó ante él para rendirle parte de lo encontrado y de lo hecho. Después de escucharlo, Porfirio Díaz se acomodó el bigote y le dijo, palabras más, palabras menos: “Compadre, te puse ahí para que te hicieras rico, no para que agitaras las aguas”. Acto seguido, lo destituyó.
Estos hechos, entre la anécdota y la leyenda, sirven para ilustrar a plenitud el problema de las aduanas en México: un talón de Aquiles en la administración pública y fuente inagotable de constantes escándalos y corrupción. Si me apuran, puedo afirmar que la corrupción en las aduanas mexicanas ha sido un problema presente en toda la historia de nuestra nación, desde los tiempos virreinales, pasando por el convulso siglo XIX, el vertiginoso siglo XX y lo que va del siglo XXI.
¿El problema es personal, coyuntural o estructural? El fenómeno combina las tres dimensiones. “En arca abierta, hasta el más justo peca”, dice el refrán, y así ha ocurrido en el tema de las aduanas. El Estado mexicano no ha podido construir una generación de servidores públicos honestos que puedan soportar las presiones y tentaciones de un puesto aduanal. Es coyuntural porque el contrabando y el fraude fiscal obedecen a demandas específicas del producto: a veces armas, en otros tiempos ropa o electrodomésticos, y ahora combustibles.
Es estructural porque, a pesar de las múltiples regulaciones que se han promulgado e intentado ejecutar a lo largo de dos siglos, la frontera —particularmente con Estados Unidos y Centroamérica— sigue siendo porosa, como lo describió alguna vez Carlos Fuentes en su novela La frontera de cristal.
Aquí estamos de nuevo, con un gobierno muy popular, encabezado por la primera mujer presidenta de México, combatiendo el contrabando de combustibles, el llamado huachicol fiscal, cuyas cifras de impacto en las finanzas públicas aún están pendientes de determinar, pero se calculan en miles de millones de pesos desde 2019 a la fecha.
Mientras la presidenta, la Fiscalía General de la República y la Policía Aduanera se baten contra los demonios del contrabando, los legisladores intentan mejorar el marco legal, pero más guiados por las presiones mediáticas y los informes sueltos que por un diagnóstico completo del fenómeno. Con ello, se augura una aprobación en materia de aduanas que podría tener resultados limitados en el combate al problema, pero sí importantes impactos en el comercio internacional.
¿Cuándo aprenderán nuestros legisladores y políticos que para hacer leyes se necesita conocer y diagnosticar, y no únicamente guiarse por el brillo de las estrellas o los sentimientos de las redes sociales?
Eso pienso yo. ¿Usted qué opina? La política es de bronce.