Continuamos viendo reyertas estériles que rozan, en ocasiones, en lo absurdo, acerca de temas acaecidos hace ya siglos (cosa de medio milenio) entre personajes de México y España, que no han conseguido sino enrarecer una relación bilateral que debiera ser de las más sólidas del planeta, tronco de la hispanidad y que en medio de nuestra proverbial tendencia a la división fraticida, nos margina de que seamos una región que suponga ser un actor clave en el marco de la nueva geopolítica multipolar. Mientras, otros países apuntan sus velas en el presente con miras hacia un horizonte y un futuro más que prometedor, los hispanos no hacemos sino esmerarnos en buscar y encontrar diferencias entre nosotros mismos. ¿Un pequeño ejemplo? La mezquindad que supone el hecho de negarle a Bolivia en Sudamérica un pequeñísimo acceso al mar. Pero no sólo simbólico, como lo es el inútil acuerdo vigente con el Perú desde 1992, sino uno que dote a los bolivianos de efectivas ventajas que el país andino necesita con urgencia. No se ve voluntad política de ningún país en ese sentido; increíble, pero cierto.

Si se pretende aprovechar la relación México-España no es con empresas trasnacionales españolas entrando a México a signar contratos leoninos en favor suyo y en detrimento del pueblo mexicano, pero tampoco lo es (a la manera de la presidenta Claudia Sheinbaum y el influencer José M. Zunzunegui) el pretender negar cada uno a una de nuestras dos principales raíces, cercenándolas mediante argumentos maniqueos. Eso y negarnos a nosotros mismos es el mismo cantar. ¿Quién gana qué, con esas actitudes? El charlatán (se presenta como historiador, en los hechos) Zunzunegui gana, sí, en monetización de sus redes sociales, así sea el precio el sobajar todo lo originario de lo que hoy es México. La presidenta Sheinbaum y su gobierno no ganan, se ha comprobado, nada.

El nuevo libro del expresidente Andrés Manuel López Obrador exalta (y qué bueno) la grandeza de nuestras civilizaciones primigenias. También remarca los horrores de una guerra que dio como resultado la fusión de dos mundos, que son hechos indudables. Pero no plantea nadie el perdón, que en esa lógica, nos debemos entre los mexicanos, por haber abusado la metrópoli mexica en su dominio de un siglo, a las demás ciudades estado de lo que hoy se conoce por mesoamérica y que, por cierto, no conocemos más de nuestra Historia del Anáhuac, porque al ganar (alrededor de 1325) la guerra a la anterior ciudad estado dominante (Azcapotzalco) los gobernantes de la triple alianza (Tenochtitlan, Tacuba y Texcoco) ordenaron quemas todos los códices para cumplir, al pie de la letra, con el adagio de “la Historia la escriben los vencedores”. En la zona maya, si la criminal destrucción libros de códices fue instrumentada por Fray Pedro Duràn, en una noche donde las bestias actuaron, privándonos también de fuentes primarias de la riquísima historia de toda la región conocida hoy como Maya.

El impulsar un acuerdo diplomático entre México y España, sería de mucho mayor utilidad para ambos países. Los dos tienen mucho qué aportarse el uno al otro. Por ejemplo, México a España, en asesoría en políticas públicas de vivienda, que nuestro país cuenta con instituciones de primer orden. Y en sentido contrario, España a México en instituciones para de seguridad y administración y procuración de Justicia. O si no, ¿cuantos años más seguiremos atorados en la cuestión pueril de si fue “noche triste o noche alegre”?