El Día del Padre no es igual cuando el padre ya no está. No hay llamada ni abrazos ni desayunos juntos. No hay regalos ni carcajadas compartidas. Pero hay algo que permanece, año con año, como una llama discreta que se niega a apagarse: su legado.

Mi padre murió hace ya varios años, pero lo sigo escuchando en los silencios. Está en las decisiones que tomo, en las frases que me repito cuando necesito coraje, en la forma en que camino por el mundo. Está en el apellido que porto con orgullo, como escudo y brújula. Un apellido que no es sólo un conjunto de letras, sino una herencia moral, un compromiso silencioso con su memoria.

Papá me dejó muchas enseñanzas. Algunas eran palabras: “haz lo correcto aunque nadie te vea”, “no tengas miedo de empezar de nuevo”, “sé firme, pero sé justo”. Otras, más poderosas aún, fueron sus actos: cómo se detenía a ayudar a quien lo necesitaba, cómo defendía su palabra aunque eso le costara caro, cómo me amaba -a su familia- sin reservas ni condiciones.

No era perfecto —ningún padre lo es—, pero lo que fue me marcó para siempre. Hoy, en su ausencia, es cuando más entiendo lo presente que sigue. Porque las verdaderas figuras paternas no desaparecen: se vuelven raíces. Echan ancla en el alma, sostienen y dan forma. Nos enseñan a ser padres.

En un país donde se cuestionan tantas cosas —autoridades, historias, identidades—, hay algo profundamente reconfortante en saber de dónde vienes. En recordar a ese hombre que nos enseñó a andar, a no claudicar, a amar con intensidad pero sin ruido.

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Y cuando él partió, hubo otros hombres —nobles, generosos, sabios— que me tendieron la mano y el corazón. Me adoptaron como un hijo sin decirlo, sin ceremonias, sin condiciones. También ellos me formaron. También ellos me dejaron enseñanzas que hoy extraño profundamente. Con algunos no llevamos el mismo apellido, con el que más me marcó si, era también Menendez, y compartimos algo más valioso: el afecto, la guía, el ejemplo y la sangre.

Este Día del Padre, no habrá más que silencio en esa silla, pero también habrá gratitud. Porque en cada paso que doy, papá —y los que lo sucedieron con amor— siguen caminando conmigo.

Feliz día, viejo. Donde estés, tu apellido y tu memoria siguen vivos.Feliz día, también, a los hombres que supieron ser padres sin necesidad de serlo. ‎