Es de Manuel Feregrino lo mejor que he leído sobre el libro No me pudiste matar de Ciro Gómez Leyva. Su artículo, del pasado 29 de septiembre, lo encontré en el sitio de internet Gobernantes. Desgraciadamente muy poca gente busca ese medio de comunicación. Antes, Feregrino, compañero de Ciro en Radio Fórmula, publicó en El Universal el texto “No lo pudieron matar”. Aunque se trata de un diario con una gran audiencia, creo que ese escrito prácticamente no lo leyó nadie: los editores del diario propiedad de Juan Francisco Ealy Ortiz lo incluyeron entre el contenido no gratuito. No es tan importante El Universal como para entregarle dinero para poder abrir sus notas en internet. Sí justifican lo que cuesta la suscripción, los periódicos del Grupo Reforma —El Norte, de Monterrey; Reforma, de la Ciudad de México, y Mural, de Guadalajara— .
Estoy fuera de México y no he podido comprar el libro de Ciro Gómez Leyva. El domingo que regrese es lo primero que haré. Entiendo que está a la venta en Sanborns, así que encontraré abierto alguno de sus establecimientos. 278 pesos el ejemplar me parece un pecio justo y aun barato, ya que se trata de un testimonio fundamental para entender —sin necesariamente estar de acuerdo con el autor; de hecho, no lo estoy— el papel de la prensa en los años de la transformación del sistema político mexicano, la revolución pacífica de izquierda encabezada por el expresidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo; sin duda, un radical cambio en las estructuras de poder que ha recibido el apoyo de la mayoría de la sociedad de nuestro país, pero que no ha podido lograr, no se diga la solidaridad, que sería mucho pedir, sino al menos, la comprensión de la comentocracia.
Habrá que leer el libro de Ciro. No me gustó lo que dijo a Denise Maerker sobre su atentado: que con la obra No me pudiste matar se despide del sicario que intentó, sin éxito, quitarle la vida, y le dice “a ti que crees en Dios, que Dios te bendiga”, para enseguida añadir que con el mencionado libro a López Obrador le manda un feo mensaje: “que Dios te bendiga... y que se vaya al diablo”.
Gómez Leyva no culpa a López Obrador de haber estado detrás del atentado, pero claramente lo responsabiliza del ambiente en el que lo agredieron a balazos. Algo parecido a lo que hemos dicho muchas personas sobre Luis Donaldo Colosio y Carlos Salinas: no hay evidencia de que el segundo haya ordenado el asesinato del primero —desde luego, no se descarta: nada puede descartarse en un magnicidio que jamás se investigó adecuadamente—; pero el clima político absolutamente enrarecido de 1994, el año en que mataron a Colosio, fue creado por Salinas, hombre enloquecido al final de su periodo presidencial.
¿A quién culpa Ciro de haber sido el autor intelectual del atentado? Cito a Feregrino: “(Gómez Leyva) enfrenta con valentía el hecho de no saber con certeza quién lo mandó matar y por qué. Porque alguien lo mandó matar y en este país de las muchas dudas que quedan de los asesinatos del día con día, no se puede saber quién demonios lo mandó matar y efectivamente, por qué. ¿Quién lo quería muerto? ¿Para qué? ¿Con qué fin? ¿Qué ganaban? ¿Qué buscaban? Tantas preguntas que me da la impresión de que se van a quedar sin respuesta real, firme y, como dicen los abogados, sin verdad histórica”.
López Obrador no agredió periodistas. Se quejan algunos famosos como el propio Ciro, López Dóriga, Riva Palacio, de que AMLO los atacaba. No ocurrió así. Andrés Manuel solo ejerció el derecho que ejerce toda la gente que participa en los medios de comunicación: su libertad de expresión para criticar a quienes criticaban al expresidente. Se llama derecho de réplica, que es tan sagrado como el derecho del periodista a opinar o difundir las ideas y cuestionamientos que se le pegue la gana.
¿Quién es el culpable del ambiente de violencia que ha aterrorizado a México? Por supuesto, se trata de alguien que ha tenido el máximo poder, el que da la banda presidencial. Pero ese culpable no es AMLO. Tampoco se puede culpar a Sheinbaum. La culpa, lo acepten o no en la comentocracia, es de un persona a la que Ciro Gómez Leyva evidentemente aprecia: el señor Felipe Calderón, quien se robó las elecciones de 2006 y, que para buscar la legitimidad que no le dieron las urnas de votaciones, declaró una absurda, estúpida, perdida guerra contra el narco, con el agravante de que puso al frente de las operaciones bélicas a un colaborador del cártel de Sinaloa, Genaro García Luna.
Si Manuel Feregrino y Ciro Gómez Leyva algún día deciden analizar seriamente el origen de la brutal violencia, es decir, a buscar con objetividad eso que podríamos resumir en la frase causa causae est causa causati, encontrarán que en el principio estuvo el fraude electoral de 2006. Les guste o no, ahí está la respuesta.