Oaxaca, Oaxaca.- Al término de una reunión de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), César Mateos anunció en rueda de prensa que los dirigentes del movimiento convocaban a una marcha del cuartel de policía de Santa María Coyotepec hacia el Zócalo de la ciudad, ocupado en ese noviembre de 2006 por más de cuatro mil policías federales.

Mateos, uno de los líderes de la entonces organización llamada Nueva Izquierda, ahora Comuna, se alejó del sitio donde había platicado con los periodistas. En el camino al auto recibió el mensaje de un compañero de la APPO en el que le advertía que policías vestidos de civil lo estaban siguiendo. Luego de eso se subió a un Sentra blanco junto con su compañero activista Jorge Sosa con rumbo al campus de la Universidad Autónoma Benito Juárez. Al llegar al crucero de Periférico y la avenida Símbolos Patrios, aparecieron en sentido contrario una camioneta Ford Lobo y una Ram. Bajó un joven de unos 26 años con un arma larga en sus brazos apuntándola en dirección a Mateos. “Tiro mis teléfonos porque ahí traía los números de mi familia y mis compañeros e inmediatamente siento el golpe de un rifle y me ponen un bolsa de tela negra, me la ajustan, me esposan y me cargan literalmente como un saco y me avientan”.

- ¿Te dijeron que eran policías?

- Nada, nada. Intuí que eran policías por las camionetas en las que se movían, pero además teníamos mucho temor porque ya circulaban en Oaxaca las caravanas de la muerte. No tenían ningún logo, no tenían ni placas. La gente nunca se identificó como policía, nada más me dijeron: “ahorita sí te llevó la chingada, cabrón, y cállate. No quiero que hables nada”. Me cargan, me botan. Avientan a mi compañero Jorge arriba de mí. Nos acomodaban en la camioneta. Nos pisan los tobillos, las rodillas, la cara, los hombros, para que no nos levantemos. Lo primero que trato de hacer es no perder la cabeza para no perder el sentido de ubicación. Yo la verdad estaba teniendo mucho temor por lo de las caravanas de la muerte. Yo no sé si me iban a matar o me querían desaparecer, pero cuando me están haciendo eso yo oigo que mucha gente grita y les dicen “suéltenlos, cabrones, aquí los estamos viendo”. Pero estaban bien armados, nadie se les iba a acercar.

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Fui con César Mateos a las instalaciones de la Procuraduría de Justicia de Oaxaca, el lugar al que fue llevado después de haber sido detenido de manera ilegal. Al llegar a la plazoleta sobre la que se encuentra una vieja construcción de los años sesenta, Mateos empezó a contarme: “Yo era abogado; litigaba en mi organización, hoy COMUNA Oaxaca. Siempre estuve en el área jurídica y entonces veníamos prácticamente muy seguido a la procuraduría, hoy Fiscalía. Teníamos asuntos de compañeros que detenían, por situaciones aquí sencillas. Y aquí era la procuraduría. Y nosotros donde nos apersonábamos y visitábamos a los detenidos eran en el área de los separos. Cuando entrabas como abogado entrabas por acá. Entonces lo primero que noto es esta escalera porque si te das cuenta es muy fácil distinguir el piso de cemento de la banqueta del de la cantera”.

Tras rodear la entrada principal llegamos a un área por la que hay una pequeña puerta que da a los patios de la sede oficial, así como también a los separos.

- ¿Qué es lo que pasó atrás de esta pared en la que están los separos?

- Lo primero es que me avientan sin decir palabra. Reboto con un tambo de 200 litros. Yo venía esposado por la parte trasera. Todavía traía la bolsa de tela negra. Me agarran y me ponen pegado a la pared. Estoy hincado con la frente pegada a la pared y comienzo a escuchar que empiezan a golpear a mi compañero preguntándole a algunas cosas. Bueno, él dice algunas cosas y cuando terminan de golpearlo vienen por mí. Me levantan y lo primero que hacen es arrancarme la ropa. Me quitan los tenis, los calcetines, me dejan con el puro pantalón en ese momento. Me quitan la bolsa y me ponen cinta canela en todo alrededor de los ojos. Me sientan como en un cubeta y comienza el interrogatorio.

Me piden mis datos generales: César Mateos Benítez. Me preguntan si yo era uno de los voceros de la APPO, dije que sí. Y “bueno, cabrón. Ahora nos vas a tener que decir todo lo que sabes. Y todo es todo”. Y yo “pues sí”. Pero antes de preguntarme cualquier cosa me empezaron a pegar. Me dieron patadas, me tiraron.

- ¿Era una sola persona o eran varias?

- Ahí logré ubicar yo creo que tres. Ahí era mucho más difícil porque la cinta canela te la ponen hasta en la oreja, ¿no? Sí oía, pero sí estaba un poquito más difícil porque me agarraba uno de cada lado y otro era el que me golpeaba que yo creo que era el que hablaba.

Me sientan y me dice “ya. Me vas a decir primero que te están dando 200 mil pesos mensuales Gabino Cué y Andrés Manuel López Obrador para pagar las barricadas. Necesito en este momento que me digas dónde están las hijas de Flavio Sosa, su teléfono, en dónde se encuentra él; la dirección de Yesica Sánchez Maya y de Zenem Bravo”. Así. Le digo “espérate. Yo no conozco lo que me estás pidiendo”.

“¿Cómo no, cabrón? ¿No que muy líder?”. “Sí, pero yo no conozco dónde están sus hijos, ni dónde está él, ni las direcciones”. Cuando estoy diciendo esto siento una bofetada. Me ponen en el piso como cuando me detuvieron pero me empiezan a patear

- ¿Qué te decían?

Ahí es cuando me levantan y me quitan el pantalón. Me dicen “mira, cabrón, más vale que empieces a hablar. Ya nos dijeron que eres un pez gordo. Es más, díctame el teléfono de Gabino para que veas qué tanto le importas. O el de Flavio, a ver”. “Yo no conozco ningún teléfono”. Y no tenían ningún contacto con Gabino. Le digo “a ver, ¿tú eres policía, no? Pues investiga dónde está Flavio”. Y me vuelven a tirar, me ponen un trapo mojado en los pies y es cuando me dan el primer toque eléctrico. Me tenían pisada la cadera y los hombros. Y pues grito. Ya por todo lo que me habían hecho ya no sentía las manos por la presión de las esposas. De hecho tengo cicatrices de cómo los dientes de las esposas te arrancan pedazos. Me las quitaron para cambiármelas para enfrente, para sentarme y ahí es cuando me dan una descarga en las fosas nasales. Yo no sé de qué manera pero siento que me meten algo y en el momento el chorro de sangre y todo. Me limpian con una franela que se ve que estaba mojada con gasolina y agua porque apestaba… Me levantan. Ahí pasó algo bien curioso porque creo que el señor este me agarró sin protección, no sé qué. Me bajan los boxers y me dan una descarga en los testículos.

Me dan una sola. Y alguien les grita “no, cabrón, ahí no”. Yo no sé si el señor me agarró mal y le dio una descarga porque fue cuando me aventó.

Ahí estaba bien consciente todavía. Me tiraron, me vuelven a levantar y me dicen “ya, cabrón, háblale. Te van a dar en la madre”. “Es que la verdad no sé lo que me están preguntado”. Me vuelven a sentar, me suben el boxer, y luego me dan toques al frente de los pies, ya no en los talones, en la planta. Me hincan y me ponen la bolsa de plástico por la cabeza y ahí sí siento casi que desmayo. Lo único que recuerdo es un zumbido y de pronto vi una luz. No sentí cuando abrieron la bolsa pero sí cuando entró la bocanada de aire. Ya estaba yo muy agotado, no podía ni hablar. Me vuelven a sentar, me dejan un ratito y me levantan del pelo nada más. Bueno, fueron algunas cosas las que pasaron en ese inter.

Cuando me levantan la cara, del pelo, y oigo una voz que rumora muy bajito “sí, sí es”. Salen otras personas del cuarto. Nunca los veo, pero sí oigo los pasos. Ahí me dejaron un rato. Te mentiría del tiempo. No me podía levantar.

- ¿También participaron militares en la tortura?

- Pasa un lapso de tres minutos, a lo mejor, cuando entra otro grupo de personas y me dicen “ya te vinieron a checar acá y saben quién eres. Tú conoces bien a los personajes de la APPO así que vas a hablar. Mira, yo no te conozco, yo soy militar. La verdad no quiero lastimarte. Nada más dime lo que sabes. A lo mejor ahorita te vas libre, pero necesito que me digas lo que te están preguntando. Dímelo”. Le digo “¿usted es militar?”. “Sí”, me dice, “¿donde vives?”. Yo en ese tiempo rentaba un apartamentito aquí por el Rosario. Le di una pista falsa y me di cuenta que sí era de Oaxaca, o al menos sí conocía la ciudad. Me dice “me estás mintiendo, cabrón. De entrada ahí no hay jardín de niños, es una primaria. Yo no vengo a jugar contigo. O me vas a decir o no”. La verdad es que yo lo que quería era tiempo para respirar, para recuperarme. Le digo “sí, está bien, está bien. Voy a decir lo que sé, pero deme tiempo”. Ahí es cuando le digo “usted es militar, usted me va a entender. Yo hice un juramento.

Yo soy de la APPO, pero lo que me están diciendo que diga no es verdad”. Yo tengo tres hermanos. Eso ya todo mundo lo sabe. En ese tiempo sólo ubicaban a dos, el otro estaba estudiando una maestría en el extranjero. Me daba cierta tranquilidad que no tenían plenamente ubicados a mis hermanos. Traté de pensar en eso para no perder la cabeza. Me mencionó a mi papá. Mi papá es maestro jubilado; mi mamá, enfermera especialista en el seguro social jubilada. Ellos son perfectamente ubicables.

- ¿Qué sucedió finalmente?

El militar me dice “¿quieres que repita las mismas preguntas”. “Sí”. Lo que yo quería era tiempo para respirar. Me vuelve a preguntar exactamente las mismas preguntas, la dirección Flavio, de sus hijas, de Yésica, “o sus oficinas”, me dice, y el asunto del reconocimiento del pago que me daban para las bancadas. Le dije “primero lo del dinero es falso. Yo no he recibido ni un peso de nadie. Dos, los domicilio que me pide no los conozco”. Siento entonces un golpe con la mano abierta. Me rompe la oreja con la cinta canela. Me avienta totalmente de donde estaba sentado. Me da una patada en el pecho. Me voy hacia atrás. Y dice “este no va a hablar”. Me pone un rifle en la nunca y me dice “pues, despídete combativamente, como dicen ustedes en la radio, ¿no? Un saludo combativo porque te va a llevar tu chingada madre. Mátenlo y tírenlo en el pinche arroyo”. Supuestamente que eso iba a pasar. La verdad yo estaba muy adolorido, muy mal. Me vuelven a sentar. Me cambian, incluso, las esposas hacia adelante, porque me las habían puesto otra vez atrás. En una de esas me ponen otro rifle en la frente. Estaba tan desesperado que agarro el rifle y le digo “si me vas a matar, mátame ya”. Me dice “sí te voy a matar, pero no acá. Ahorita te voy soltar y vas a correr lo más fuerte que puedas. Si te tocan los tiros es tú problema”. Me vuelven a dar un rifle en la cara. Suelto el rifle. Aquí es algo importante que declaré en ese momento. Me vuelven a dejar un rato en paz y noto que llega otro grupo de personas. Yo aseguro que fueron pasos de zapatillas de mujer. Por eso acusé a Lizbeth Caña Cadeza. Era la única mujer que pudo haber entrado ahí. Era la procuradora, era su oficina.

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Años después, cuando César Mateos rendía su declaración en contra del gobernador Ulises Ruiz Ortiz, por la tortura que sufrió, un agente del ministerio público le preguntó: “¿cómo puedes recordar tanto?”. El líder social le respondió: “Claro que puedo. Una tortura jamás se olvida. Hay detalles que a lo mejor los puedes perder de vista, pero eso jamás se me va a olvidar, el cómo entra un grupo de personas y oigo perfectamente el cambio de sonido de zapatos. Se oye un tumulto. Se escuchan rumores. No sé si estaban hablando muy bajito, quizás fue por la afectación. Sale esa gente. No me tocan para nada. Nada más me levantan la cara del pelo. Llega una persona y me seca con una franela, igual así apestosa a gasolina y me dice “órale. Esta es su ropa”. Me quitan las esposas. Me ponen el pantalón. Me dejan con una playerita de tirantes. Estoy parado, temblando. Y me dicen “te va a ver el médico y le vas a decir lo que te pasó. Te voy a quitar la cinta pero no vas a abrir lo ojos hasta que yo te diga”. Me dice “abre los ojos”. Lo único que veo son flash. “Ya cierra los ojos y agáchate”. Me habla el doctor muy de cerca “¿te golpearon?”. “Sí, sí me golpearon”. Entonces siento una cachetada y me dice “¿quién te pegó, cabrón? Te caíste cuando te detuvieron. No te hagas pendejo”. Así. Entonces entendí el mensaje. Yo lo que quería era salir. Me vuelve a preguntar “¿te pegaron?”. “No, me caí”. “Ah, está bien. Vamos a revisarte”. Ni me revisó.