Es muy bueno para alguien poder llegar a los 50 años, pero está de la chingada arribar a esa edad con un saldo de más de 60 mil muertos en la conciencia. Si de algo se puede jactar Felipe Calderón Hinojosa, presidente de la República Mexicana, es justamente de eso: de arrastrar los cadáveres de miles de mexicanos –con centroamericanos incluidos— cuyas muertes acaso pudieron  haberse evitado.

Aclaro que el presidente no es el culpable de todas esas muertes, pero sí tiene parte de la responsabilidad por haber sido el que le declaró, de manera unilateral,  la guerra al crimen organizado. Esa es la razón por la que Felipe Calderón fue denunciado ante la Corte Internacional de La Haya (que, más acorde con el calderonato, debiera ser La Haiga), aunque dudo que proceda.

Pues bien: en el fiestón organizado en Los Pinos por el medio siglo del presidente, éste trajo a cuento la ocasión en la que los narcos amenazaron con atentar contra el avión en el que viajaría presumiblemente al estado de Tamaulipas, que está  infestado de Zetas. Es obvio que la amenaza a la nave incluía a Felipe Calderón, quien, sintiéndose en el papel de Harrison Ford en el filme Avión presidencial, hasta se dio tiempo para grabar un video destinado a sus hijos.

No hay duda que el presidente se ganó de inmediato el odio de los integrantes del crimen organizado; en especial, del narco, pues muy jugosas ganancias se fueron al traste por la guerra declarada de Felipe Calderón. En esa lógica, los cárteles de la droga tendrían que ser los más molestos contra el que se estaba encargando de echarles a perder el negocio.

El problema fue que Felipe Calderón tenía que hacer algo que desviara la atención sobre el presunto fraude electoral del 2006 (esta película la volvimos a ver en 2012), pero lo hizo de la peor forma posible: declarándole la guerra al crimen organizado por su cuenta y riesgo, sin haber consultado con los otros dos poderes ni con los expertos. Así, desde el inicio quedó claro que la lucha emprendida estaba destinada al fracaso.

En la actualidad se llevan contabilizados 60 mil muertos de esta guerra que declaró Felipe Calderón en el arranque de su sexenio, pero es seguro que la cantidad es muy superior. Esas muertes, empero, pudieron haberse evitado si el presidente hubiera emprendido su lucha con una estrategia diferente; o bien, tomando como modelo lo que otros gobiernos hacen para enfrentar a su propia delincuencia.

El gobierno de México debió haberse visto en el espejo de Colombia, nación que vivió en las décadas de los 80 y los 90 lo que los mexicanos padecemos hoy en día. Pero como de lo que se trataba era de desviar la atención y de vender la historia de que el presidente era tan chingón que hasta se daba el lujo de meterse de lleno contra los poderosos capos de la droga, ahora aquí estamos todos sufriendo las terribles consecuencias.

Pero el caso de Colombia no era el único ejemplo a considerar, sino el de otros países cuyos gobiernos desde hace mucho tiempo aprendieron a administrar a su delincuencia.

El columnista Raymundo Riva Palacio se refirió hace tiempo, cuando aún escribía en el periódico El Financiero, a la administración que hacen de la delincuencia algunos gobiernos del mundo. Así, por ejemplo, se refería a la Yakuza que opera en Japón, a la Cosa Nostra de Italia y a la propia mafia de Estados Unidos, entre otras agrupaciones delictivas más.

En todos estos casos, el gobierno había llegado a una especie de acuerdo no escrito: libertad para que los mafiosos operaran en ciertos lugares específicos (los Yakuza no podían acercarse a las escuelas ni tratar de seducir a los menores de edad con las drogas) y con restricciones que no debían violarse.

Puede sonar fuerte y políticamente incorrecto aceptarlo, pero el caso es que la violencia ha disminuido considerablemente en esos países que han administrado a la delincuencia, lo que contrasta con lo que sucede en México desde el inicio del calderonato, donde se ha disparado y prácticamente es incontrolable.

La administración de la delincuencia o una estrategia diametralmente opuesta a la emprendida por Felipe Calderón hubiera evitado tantas muertes que enlutaron miles de hogares en todo el país.

Podrán argumentarme que muchas personas mueren por abusar de las drogas, lo cual es totalmente cierto; sin embargo, en lugar de que se destinen millonarios presupuestos para armar a las corporaciones policiacas que combaten al crimen organizado, ese dinero tendría una mejor utilidad si se destinara a dos cosas bien concretas: a la educación y a la construcción de clínicas especializadas para atender a los drogadictos.

Los narcos no merecen ninguna consideración por los métodos que utilizan en su actuación, pero incluso ellos pararían su carro si no se vieran envueltos en una espiral de violencia y muerte sin fin, como en la que nos encontramos todos los mexicanos en este momento.

Buena parte de todos nuestros males se acabarían si se legalizaran las drogas, aunque es muy probable que en el negocio estén metidos fuertes intereses que se niegan a que algo así llegue a pasar. Pero la legalización traería gradualmente la paz que tanto necesita el país, de la misma forma que pasó en Estados Unidos cuando se terminó la prohibición de la venta de alcohol.

El alcohol y el tabaco son drogas legales. ¿Por qué no legalizar la mariguana? Una cosa es bien segura: disminuiría la violencia. Y si Al Capone terminó sus días sin hacer más negocios con el tráfico de alcohol, igual suerte correrían Joaquín El Chapo Guzmán, Ismael El Mayo Zambada y el resto de capos que han crecido gracias al tráfico de drogas ilegales.