Ven a mí, cara a cara;<br>dime tus mentiras (las mías son peores),<br>tus resentimientos (yo también los padezco),<br>y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).<br>Cuéntame cómo mueres.<br>Nada tuyo es secreto:<br>la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);<br>la locura imprevista de algún instante vivo;<br>la esperanza que ahonda tercamente el vacío.<br>

Gabriel Celaya

Ha habido más de 10 versiones públicas sobre los hechos ocurridos el jueves pasado en Culiacán. Se preguntarán ustedes: ¿qué tiene eso de nuevo? Pues que lo dramático es que todas ellas han provenido de la autoridad. 

Desconozco si al presidente López Obrador y al Consejo de Seguridad Nacional les ocultaron información, si les comunicaron datos en parcialidades, si les mintieron o si los obligaron a mentir. Para el caso da igual. Lo que quiero hacer notar es que cuando la primera reacción de un gobierno ante un problema es mentir, no hay nada que, en calidad de ciudadano, tenga sentido debatir o dialogar con esa autoridad. 

Estoy muy consciente de lo que digo, así como la dureza con que lo expreso. Aclaro, además, que no insinúo que el actual poder ejecutivo sea el primero en mentir en el largo devenir de un México independiente (¡bueno fuera!).

Habiendo dicho eso, yo no me voy a rasgar las vestiduras como otros ni le voy a achacar al gobierno federal encabezado por Andrés Manuel López Obrador el ser la única administración que haya fallado en un operativo de captura de un importante narcotraficante. No puedo ser tan hipócrita.

Sin ir muy lejos, recordemos por ejemplo cuando, en agosto de 2012, Nemesio Oseguera Cervantes, conocido como “El Mencho”, fue capturado en Zapopan, Jalisco. Dos horas después, tras diversos enfrentamientos y narcobloqueos que tuvieron a la población aterrada (igual como sucedió ahora en Sinaloa), el personaje fue liberado. 

Tampoco voy a decir que es con este (o a partir de este) operativo de hace tres días que tenemos un Estado fallido. La verdad, aunque duela, es que México es una nación fracasada desde hace ya bastantes años. Suficiente sería reflexionar un poco sobre el SNTE y la CNTE que han controlado la educación del país desde siempre —o al menos desde que yo tengo memoria. Ideologías vinieron y partidos fueron, y el Estado igual falló a su obligación gubernamental y moral con los jóvenes —y no tan jóvenes— mexicanos en el sentido de tutelar su futuro.

Así, la derrota de la estrategia de seguridad al igual que del proyecto de nación no es de ahora, no es de AMLO, ni tampoco de la 4T. Es de todos y es de toda la vida. 

Por ello, pareciera que la realidad orilla a uno a adoptar la postura recientemente pronunciada por la secretaria Olga Sánchez Cordero: “son circunstancias de todos los días”. Pero resulta ser que, al igual que con lo que he enunciado antes, también me rehuso ahora a asumir con normalidad (a normalizar, pues) hechos, situaciones, procesos y sistemas que imperan en el país y que no debieran ser normales.

Ahora bien, así como no estoy dispuesta a normalizar lo que debiera ser anormal, tampoco tengo porque tolerar que un ejecutivo federal, sea cual sea su “color”, mienta y hable del NO fracaso del país cuando que eso es lo que es y lo que ha sido por tanto tiempo. Una decepción.

En otras palabras, no puedo aceptar que la autoridad tome con tranquilidad el desastre, pero tampoco que recurra a mentir para disfrazar esa realidad. 

¿Qué alternativa queda entonces? La de la verdad, la de la claridad y la de la certeza; la de un gobierno que se decida por una vez en la historia de este país a ser absolutamente honesto, comunicativo y transparente al dar a conocer los hechos y el accionar —no importa el ámbito— de su gestión tal cual son.

Yo no pido que López Obrador no falle en sus operativos y en sus acciones; yo no espero un Estado-nación exitoso; yo no me uno (de hecho nunca lo he hecho) en pedir la “cabeza” del gobernante. Lo que pido, lo único que pido es aquello a lo que AMLO se comprometió con los 30 millones que lo eligieron (yo no siendo uno de ellos): una administración federal honesta a cabalidad en el TRANSMITIR y en el DAR a conocer información cierta y veraz. 

¿Es mucho pedir? Yo pensaría que no.