Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.<br>

Aldous Huxley

La historia es un incesante volver a empezar.<br>

Tucídides

Hace pocos días compartí en este espacio el artículo “De la verdad histórica a la histriónica; no da risa solo porque es en serio”. Señalé que mucho de lo que está sucediendo en la nueva averiguación a cargo de la Fiscalía General de la República sobre la tragedia de Ayotzinapa es lo mismo dicho y especificado en el sexenio anterior. Con los resultados obtenidos en el laboratorio austriaco se confirma en lo esencial aquella verdad, aunque ahora le cambien el nombre.

Recordemos que la Universidad de Medicina de Innsbruck, en la primera investigación realizada por la entonces Procuraduría General de la República, confirmó la identificación de dos de los estudiantes. Ahora comprobó los restos de un tercer normalista, Christian Alfonso Rodríguez Telumbre.

La misma universidad y el mismo laboratorio, reiterando la triste realidad para los padres de los estudiantes desaparecidos: están muertos y sus cuerpos fueron quemados.

Si bien sus rastros fueron hallados en diferentes ubicaciones geográficas, las mismas son muy cercanas. Máxime si hubo una quema, es posible la diseminación de los restos. Será responsabilidad de los investigadores en México, con la evidencia certificada por Innsbruck, probar y entender que fue el mismo crimen y como tal, momento de restañar heridas, no de seguir profundizándolas.

Aún con este resultado, una continuación de lo dicho hace algunos años, es increíble escuchar que la investigación ha tomado un nuevo rumbo y que la “verdad histórica” queda empolvada o descartada.

La “verdad histórica”, un término aceptado jurídicamente, independientemente de cómo quieran utilizarlo, sigue siendo que los normalistas de Ayotzinapa fueron secuestrados por los policías de Iguala, traspasados a los de Cocula y entregados a Guerreros Unidos para ser asesinados. Una desaparición forzada.

El asesinato de ellos y su incineración es una herida profunda en un México de por sí lastimado por tantas muertes, por tanta violencia sin respuesta y con una urgente necesidad de justicia. Se requieren respuestas sin objeciones ni contradicciones y que se logre una reivindicación para las familias de los estudiantes y para el gobierno de México, más allá del cambio de administración.

El infierno que han vivido los deudos ha sido realizado por las personas que se obsesionaron en lograrlo, sea un Tomás Zerón hoy buscado por la Interpol o por gente de la actual administración, que solo pretende volver esta tragedia un éxito político. El problema de convertir este hecho en una victoria política pírrica es repetir lo que tanto se acusó: olvidar a los verdaderamente afectados (los estudiantes asesinados, sus familiares tantas veces heridos) y convertirlo en un trofeo público. Además, de forma contundente, la evidencia científica solo es manipulada para decir que es diferente a la producida por la misma institución de hace seis años.

Hace una semana ocurrió un hecho atroz similar: 26 jóvenes en un centro de rehabilitación fueron asesinados. ¿Su crimen? Algunos de ellos delincuentes, pero todos buscando un mejor futuro, se encontraron en medio de una guerra de cárteles. ¿Los recordaremos?, ¿la evidencia encontrada servirá para aclarar lo que sucedió o se tornará en un debate inútil?

La verdad duele. Se debe tomar en cuenta la información. Frente a la misma se convierte en otro crimen no dejar descansar a los muertos, utilizar a sus familiares para una oda política. Para hacer justicia se requiere que los miembros de Guerreros Unidos y los funcionarios municipales, empezando por su entonces alcalde, paguen por la muerte de estos jóvenes. El no quererlo ver, utilizar subterfugios para dejar libres a los miembros de esta horda de delincuentes, es lo que no es justo ni presenta la verdad como es.

La justicia no tiene sucedáneos. En este país, las bandas de delincuentes siguen aterrorizando a los ciudadanos. Mientras tanto, Ayotzinapa y sus muertos, en lugar de obtener justicia, tan solo siguen siendo reinterpretados y utilizados en un largo y terrible proceso electoral.

La Verdad Histórica se sostiene: los 43 normalistas fueron levantados por policías municipales y entregados a distintos miembros de Guerreros Unidos; al menos una parte de los estudiantes fueron asesinados e incinerados en el basurero de Cocula.