Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto.<br>

Refrán popular

Teniendo como marco el 75° aniversario de las Naciones Unidas y siendo la primera vez en la historia que el inicio de sesiones de la Asamblea General —donde acuden todos los líderes del orbe— se da de forma virtual, nuestro presidente participó con uno de los peores discursos que se recuerden en tan importante espacio.

¡Vaya que participaciones ridículas las ha habido! Pero en este caso su intervención ni siquiera fue graciosa como la que en su momento ofreció Hugo Chávez quejándose, según él, del olor a azufre porque el día anterior había estado ahí George W. Bush. Tampoco tuvo la fuerza del zapato de Nikita Jrushchov en la reunión plenaria de la Asamblea hace 60 años.

Es una lástima que teniendo México una de las mejores escuelas en diplomacia, ser referente mundial en ese rubro y actuar en estos momentos como miembro del Consejo de Seguridad de dicho organismo, el titular del ejecutivo federal utilizara esa palestra para dar una penosa clase de historia tergiversada y hablar de SU avión (sí, ya se puede decir que ni siquiera Enrique Peña Nieto lo ha usado tanto como él).

Eso sin olvidar la bochornosa referencia a Benito Mussolini. Nombró a uno de los máximos exponentes del fascismo —el cual dice aborrecer— para hacer ver la importancia de Juárez. México defendió a Abisina (1934) de la invasión fascista, comandada por Benito Mussolini, amigo de Hitler, enemigo de México y de Lázaro Cárdenas y él ¡lo nombra!

Pero no fue lo único: habló de los colonizadores (tema de hace 500 años), se autoproclamó parte de la historia de la humanidad (“soy la 4T”), y presumió no haber apoyado a los empresarios, sino a “los de abajo” (aunque los resultados son los mismos —igual de desastrosos— para ambos grupos).

Dijo haber domado la pandemia, cuando México está entre los cinco países con mayor número de muertos y contagios (primero en muertos de personal hospitalario). Alardeó sobre el alto porcentaje que México recibe de remesas, gracias a los migrantes (sigue sin entender que eso no es algo para presumir).

Ya para cuando empezó a hablar del avión, pareció que quería venderlo a los líderes del mundo. Sin embargo, ya luego que continúo su perorata, dejó claro que en realidad no quiere tener compradores para la dichosa aeronave.

El presidente de México olvidó que hablar en la Asamblea General de las Naciones Unidas es la oportunidad anual de, o bien pedir ayuda a la comunidad internacional, o proponer nuevas formas de cooperación. No se trataba de endilgarles una mañanera más o un acto proselitista de su campaña permanente.

Ante las crisis mundiales: climática, salud y económica, era el momento perfecto para retomar el liderazgo de las naciones latinoamericanas, máxime cuando Alicia Bárcena (mexicana) es la secretaria ejecutiva de CEPAL y México preside la CELAC.

António Guterres, secretario general de la ONU, mencionó el covid, la crisis económica y sus implicaciones para las poblaciones y el medio ambiente, y el peligro de una nueva “guerra fría” entre Estados Unidos y China. En todos los casos pidió a las naciones ahí representadas su unión y participación para enfrentar los grandes retos antes citados. Pero escuchando la cháchara de Ya Sabemos Quién, la respuesta de México ante los retos expuestos fue nula. No mostró interés en ser parte de la solución; tampoco expresó la consabida solidaridad de nuestro país para apoyar a otras naciones. De hecho, teniendo tan pésimos resultados por la pandemia, prefirió la ceguera a los hechos y decidió decir que vamos requetebién.

La participación del primer mandatario mexicano esbozó a un líder que no le interesa ser parte del concierto de las naciones. Él solo le habla a su público, el interno. No entiende o no quiere comprender el momento álgido por el cual atraviesa el orbe (México incluido) y la oportunidad increíble desperdiciada con su plática.

Su alocución no se basa en el nacionalismo o en la soberanía. Ni siquiera eso. Es una retórica donde él se ubica como parte del lado bueno de la historia, sin ofrecer ni vislumbrar soluciones para el presente y el futuro de la misma.

Quizá sigue la misma estrategia que el populista demagogo de al lado. Este año, en pleno cenit de la pandemia, Donald Trump decidió salir de la OMS y con ello retirar la parte económica con la cual Estados Unidos participaba. El estadounidense trata de desaparecer los organismos de cooperación multilateral y pudiera ser esa misma razón por la cual el presidente mexicano tampoco fortalece ninguna idea de trabajo entre las naciones.

Decir que su participación fue vergonzosa, de pena ajena, no es suficiente. Quedó ante la opinión de la comunidad internacional (dense una vuelta por la prensa española, por ejemplo) como lo que es: un necio que no entiende razones y solo piensa en él mismo. Y hay mucha preocupación y desconfianza como producto de ello.

¡Pobre México!; tan lejos de la integración mundial y en manos de un populista.