"No nos hágamos tarugos, pos ya sabes que yo como digo una cosa digo otra, pues si es que es como todo, hay cosas que ni qué, ¿tengo o no tengo razón?"<br>

La Chimoltrufia

Hay algo muy cierto. Andrés Manuel no asume responsabilidad y, como tal, tampoco necesita(rá) asumir la culpa.

Verán, ejemplos hay de sobra. Algunos: la captura y liberación de Ovidio Guzmán, el reparto de dinero sin reglas de operación a las escuelas, las compras directas (las cuales él no hace, pero permite) y, tal vez la mejor, su proceder con respecto a Genaro García Luna.

¡Qué fácil decir que si no se hizo algo durante las pasadas administraciones contra el ex secretario de Seguridad Pública fue porque había encubrimiento! Si alguien pudo haber hecho algo antes de que Estados Unidos lo aprehendiera, fue López Obrador y sin embargo él no hizo nada. Ya, algún día, su comentario regresará para morderle, pues tanto él como su administración no han movido un dedo para privilegiar la ley y la justicia en ese asunto. Absolutamente nada.

Así también, aun suponiendo (sin conceder) que su némesis, Felipe Calderón, resultase culpable de tolerar al narcotráfico, primero se deberían presentar pruebas y seguir un proceso judicial antes de emitir veredictos desde la palestra pública.

Sin embargo, los trenes de razonamiento y discursivo de López Obrador —como el de muchos de sus seguidores—no siguen esa línea; y al no comprometerse con un esquema institucional establecido, el mandatario esquiva toda responsabilidad, lo que lleva a que, no importando el desenlace, el resultado le favorezca —en popularidad, ciertamente.

Si la intención es la justicia, que asuma la responsabilidad de que su fiscal y titular de la UIF consigan pruebas y se pueda procesar al indiciado. Eso sí, si saliera algo mal (no conseguir las pruebas facientes, no seguir un proceso judicial adecuadamente, no lograr el juicio), tendría que asumir la culpa. Pero ello no sucederá, pues sabemos que la intención de López Obrador no es atender a la justicia desde el punto de vista legal.

Es el gobierno de otro país el que procesa al ex funcionario. Lo que resulte de ello, sea en un sentido u otro, le permite a López Obrador “nadar de muertito”, como se dice coloquialmente. No puede quedar mal y tampoco tiene nada que perder.

Cuando se está en la posición más sencilla —deslindado de toda responsabilidad— es muy fácil andar de boquiflojo. Si el juicio exonera a García Luna, el dictamen en Palacio Nacional será: “estos neoyorkinos, neoliberales y corruptos; trabajando en contubernio con la mafia del poder”. Si en cambio, lo encuentran culpable, después de darle las gracias a Trump (aunque naturalmente ese dirigente tampoco haya tenido nada que ver con la impartición de justicia), podrá decir: “ya ven cómo yo tenía razón”; el gobierno de Calderón fue una farsa, resultó un vendido”.

En ambos casos, Andrés Manuel sale ganando; repito: el que no asume responsabilidad, no carga con los costos.

Dado que López Obrador le gusta evocar citas cristianas, deberá recordar que también hay pecado en el pensamiento, en la palabra y en la omisión. Hasta ahora no ha enfrentado ningún costo por un sinnúmero de omisiones en el ejercicio de la responsabilidad a él conferida, y por eso no recuerda el mandamiento ético ni religioso.

Pero por eso mismo es necesario que haya voces —como la de este artículo— que le exijan no evadir sus obligaciones.