Incluso a la lluvia le gustaban las noches de estreno en el  Círculo Teatral, en La Condesa. Rara vez faltaba a la cita y venía siempre a ponerle un prólogo a la trama: llegar tarde, estacionarse, y luego correr por el camellón de la calle Veracruz, o por la arboleda del parque España, haciendo equilibrios sobre los imprescindibles stilettos con reflejos de agua en la escasa luz de las farolas. Y todo sin arruinarse el peinado. Pisar bajo la marquesina del Círculo era como llegar a puerto, a casa. Como salir a escena. Milagrosamente aún quedaba tiempo para un café o una copa de vino en la cafetería. Era un momento sabroso de reencuentro con rostros y vidas cómplices en el torbellino de voces que llenaban el vestíbulo. Todo formaba parte de la trama, porque el teatro siempre empieza antes y termina después de la función; siempre es una celebración de la vida. Para eso estaba el Círculo, todo en él era recompensa. Y tenía su épica, quizá lo supiéramos sin pensarlo, porque estaba vivo, tanto como nosotros, irrepetiblemente vivo. Ahora, desde el 19 de septiembre, lo sabemos. Ese día bajó el telón sobre la escena. El daño es irreparable; no aguantarán los cimientos, pilares y vigas, lo dicen los peritos. De todos los espacios culturales de La Condesa, el Círculo Teatral es el único declarado en ruina total. Un vez certificada la defunción, su director, Víctor Carpinteiro, convocó a colaboradores, alumnos y amigos artistas para vaciar entre todos el inmueble. Así pasaba ante sus ojos una triste recapitulación de trece años de vida: Escenografías, mobiliario, utilería, vestuarios, último testimonio de los más de cien proyectos presentados durante la breve existencia del teatro, todos ellos vestigios de una ilusión. Solo quedó el fantasma de la casa, que imagino culto y melancólico, como último testigo del drama, vagando sin voz, buscando ecos por los espacios vacíos y oscuros en espera del derribo. Qué será de él entonces.

El Círculo Teatral estaba hecho de la misma materia que los sueños. Dos amigos, Alberto Estrella y Víctor Carpinteiro, se habían asociado para hacerlos realidad: crear un espacio alternativo en Ciudad de México que sirviese como lugar de encuentro, no solo para el arte dramático, sino para cualquier forma de expresión artística; un espacio cívico que diera acogida tanto a niños como a adultos, a autores consagrados y a otros nóveles, un foro teatral abierto a presentaciones de libros, exposiciones y conciertos, a convivencias con artistas, y escuela de actores a la vez.  Un lugar de excelencia para celebrar el talento. Sus promotores lo hicieron a pulso, invirtiendo el fruto de su trabajo como hombres de teatro y cine, con gran esfuerzo, dándole la vuelta a cada centavo, sin afán de lucro. Para Víctor Carpinteiro, su director, El Círculo era un proyecto de vida. Se volcó en él para sacarlo adelante en tiempos difíciles, con la sola fuerza de su convicción. Sus discípulos pasaban a ser colaboradores en áreas técnicas y todos vivían como una familia. Qué extraño resulta conjugar los verbos en pasado. 

Mucho se ha hablado estos días de la generosidad mostrada por muchos mexicanos ante la adversidad. Sin embargo hay una forma de generosidad carente de dramatismo, que se vive como virtud cotidiana: la generosidad que este país exige de quienes benefician a la sociedad por vocación aun a costa de vivir en el vértigo de la supervivencia cotidiana. Eso es lo que sucede con el teatro independiente; sabemos que en México no genera beneficios y que siempre ha de batallar con la precariedad. De momento, el Círculo Teatral es una idea sin techo. Artistas como Ofelia Medina, María Rojo, Cinthia Klitbo, Cecilia Tossaint, Azela Robinson, Silvia Mariscal, Beatriz Moreno y muchos otros que lo consideran como su casa, han decidido unirse en una iniciativa para apoyar su reconstrucción y darle nueva vida. En otros teatros de la ciudad se han dado funciones a beneficio del Círculo. Bellos gestos de solidaridad, como tantos otros que estamos presenciando en estos días. Sin embargo, no parece probable que estas iniciativas basten para recuperarlo. Sería necesaria una intervención del estado.

Son muchas las tragedias a las que hemos asistido y sabemos que esta es solo una más, por fortuna sin daños personales. También es mucha la urgencia de quienes lo han perdido todo, y serán muchos los medios que habrá que invertir en su apoyo. Pero todo es relativo. No olvidemos que el gasto de la reconstrucción en el centro y sur del país se estima semejante a lo invertido por el gobierno solo en publicidad institucional durante los últimos cuatro años, es decir 37.725 millones de pesos. Durante ese período los fondos destinados a la atención a desastres naturales han sufrido significativos recortes. Solo en 2017 la reducción ha sido de un 25%. La trágica experiencia de estas semanas suscita una reflexión sobre las prioridades que el estado ha de establecer sobre el destino de sus recursos. Sin menoscabo de otras urgencias, sería deseable que en esta hora crítica los funcionarios de cultura, tanto de Ciudad de México como del gobierno federal, se fijasen en el Círculo Teatral y apoyasen su reconstrucción. Es cuestión de voluntad política. Nuestro país no puede desatender a sus creadores, a los ciudadanos e instituciones que con su iniciativa enriquecen la vida y generan realidades que sostienen nuestra identidad y nuestra autoestima como sociedad en medio de tanta tristeza y frustración. No debemos conformarnos con la nostalgia de lo perdido.  Ahora más que nunca entendemos el valor de las cosas. Hagamos todo lo posible para recuperar nuestra casa en la calle Veracruz, para que vuelvan las lluvias y la casa se llene de voces.