El hombre propone, Dios dispone y llega una mujer y lo descompone; me había prometido, con solemnidad, no teclear esta semana, pero he aquí que, haciendo el paro obligado rumbo a Acapulco para saborear una cecina en “El Cuatro Vientos”, de pronto irrumpe Margarita Zavala buscando acumular el casi millón de firmas para registrar su candidatura independiente a la Presidencia.

La observo avanzar, con lentitud, mesa por mesa porque quienes tienen a la mano su tarjeta del Instituto Nacional Electoral se someten, con gusto, a las exigencias de la aplicación cibernética, pero el resto, niños incluidos, no quiere perderse la fotografía.

Por fin llega a mi mesa y le digo que está violando la  veda electoral, como dije a su marido,  Felipe Calderón, el 22 de diciembre de 2005 en el colegio Ollinca (a donde acudió a que su hijo Juan Pablo enviara su carta a Santa Claus atada a un globo), pero no hay tal, Margarita no viola nada. Es una broma.

Me contesta que son otros quienes violan la ley, pues hacen campaña sin ser candidatos. Obviamente, se refiere a su ex compañero en el PAN, Ricardo Anaya, y a Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade.

No la entretengo con entrevista de banqueta porque sé que me dirá lo que ha dicho una y otra vez, pero además está urgida de atrapar a la nutrida clientela del restaurante y yo tengo que llegar al Puerto.

Por fortuna cargo mi identificación del INE; es la primera ocasión que la saco a relucir desde que la gestioné recientemente. La perdí hace mucho y estaba hasta el gorro de traer el pasaporte por todos lados. Nunca imaginé que la estrenaría permitiendo a Margarita que le tomara una fotografía. Acto seguido me retrató y firmé en la pantalla de su teléfono celular para cumplir las normas engorrosas de la polémica aplicación del INE para dificultar las candidaturas independientes.

Desde que la miré pedir firmas en la primera mesa del restaurante de carretera recordé los problemas de Josefina Vázquez Mota en un lugar similar en Tres Marías al inicio de su campaña a la Presidencia.

En aquella ocasión, la candidata del PAN fue abucheada y, literalmente, obligada, por la clientela, a abandonar el lugar. La diferencia es evidente.

A los presurosos clientes del restaurante, ansiosos por llegar a Acapulco, no molesta la presencia de la candidata independiente y quien quiere y trae a la mano la identificación con gusto firma y se deja retratar.

A cambio, ella se deja besar, estrechar la mano, reparte sonrisas, posa para las selfies y camina hacia otra mesa. No puede permitirse perder tiempo con nadie porque, aunque la clientela  es abundante, tiene prisa.

Nada hay en el cumplimiento de su tarea que moleste a los parroquianos. Entrenado para advertir la presencia de guaruras no los veo; no obstante, por ahí deben estar, pues a la esposa de un ex Presidente debe cuidarla al menos un oficial del Estado Mayor Presidencial. El país no puede darse el lujo de que la ex primera la dama, que aparte es precandidata presidencial  independiente, sufra un incidente a expensas de un majadero o de un delincuente.

Heme aquí, aprovechando la carretera para describir el impensado encuentro con un aspirante presidencial que, al cerrarse las puertas en su partido, el  PAN, aprovechó la creación de las candidaturas independientes durante la gestión de su esposo Felipe gracias al vigoroso empuje del priísta Manlio Fabio Beltrones y el perredista Carlos Navarrete.

No me despido de Margarita porque sigue atareada, en otras mesas, acumulando firmas y repartiendo sonrisas, pero me pregunto, una vez más, por qué el candidato independiente natural a la Presidencia, Juan Ramón de la Fuente, no se echó a la legua a hacer lo mismo.

Ignoro si quienes hoy, y otros días, han dado y darán su firma a Margarita votarán por ella, pero mirarla toda humildad, ofreciendo disculpas a los comensales por la interrupción y pidiendo su firma sin soltar un discurso de político tradicional, es una bocanada de aire fresco en el mundo enrarecido de la política mexicana.

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Publicado originalmente en Impacto. Se reproduce con autorizaciòn del autor.