Uno de errores más comunes de la oposición en general es la incapacidad de ver más allá de sus propios intereses. Cada quien en su trinchera, los diversos grupos asumen la defensa de sus causas como si eso fuera lo único que importara salvar ante gobernantes autoritarios. Ocurre en todo el mundo y México no es la excepción.

En nuestro país, lo mismo las feministas, que exigen un alto a la violencia de género, los grupos anti abortistas, los desempleados, los que se dedican a la actividad informal, las víctimas de la inseguridad, las clases medias amenazadas por la crisis económica, los empresarios que pierden inversiones, los intelectuales que advierten el riesgo de la concentración del poder o los partidos políticos, que temen el regreso del fraude electoral, defienden sus propias agendas como si fueran la madre de todos los reclamos.

La realidad los supera. Cada una de las demandas, cada uno de los agravios cometidos por la imposición de políticas encaminadas a destruir la estabilidad y a poner en riesgo el futuro del país, son en su conjunto, la causa que debería unirlos a todos. Sin embargo, la naturaleza humana no es propicia para compartir el pan cuando el hambre se asienta tan profundo en el estómago. Se requiere una generosidad verdaderamente franciscana para retirar la mano en el momento que la saciedad, en este caso la indignación frente al abuso o el atropello, está frente a nuestros ojos.

Por eso la caravana de automóviles que organizó el pasado fin de semana una organización clasemediera llamada “Frente Nacional Anti AMLO” (Frenaa), en vez de dimensionarse como lo que fue, la primera gran manifestación de rechazo público contra el presidente, ha concitado el rechazo de quienes desde los partidos o desde el activismo social, no están de acuerdo con las demandas de ese grupo, y ni siquiera con el tipo de protesta realizada.

Son voces que surgieron en redes sociales, que consideran ese tipo de manifestaciones como demasiado “clasistas”. Como si no fuera clasismo al revés que trabajadores, campesinos y desempleados que han llenado el zócalo para el hoy presidente de la república, fueran llevados en camiones porque la gran mayoría de ellos no tienen para trasladarse desde sus estados, por sus propios medios, a una concentración política en la capital del país.

Ahí radica el otro problema que tienen las oposiciones que se ubican en el espectro de la clase media y clase alta del país. Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador no siente ninguna vergüenza en hablarle a los desprotegidos, a los resentidos sociales, y en insultar a sus adversarios, los empresarios, los partidos políticos y los grupos de la sociedad conservadora, temen o se avergüenzan de su condición social y económica como habitantes de un país plural y heterogéneo como el nuestro.

Si tienen más de 200 pesos en la cartera y más de dos pares de zapato y si, además, tienen vehículo propio, eso no es impedimento para expresarse y criticar lo que está haciendo el gobierno federal y que les afecta. Pero el clima es poco generoso a aceptar el éxito de la convocatoria del Frenaa, y pareciera que pedir la renuncia del presidente fue, además, un exceso. De hecho, hasta el dirigente de Coparmex, Gustavo de Hoyos, salió en defensa de López Obrador diciendo que ese tipo de demandas es improcedente porque el mandatario fue electo en un proceso democrático.

Aquí cabe señalar otro error de la oposición. Creer que porque ellos respetan la legalidad y la institucionalidad democrática, el gobernante autoritario está obligado a hacer lo mismo. Como si los Paco Taibo II, los John Ackerman o los Epigmenio Ibarra, fueran a contenerse. Hay evidencia muy concreta de lo ineficaz que ha resultado en otros países el hecho que la oposición conceda el beneficio de la duda a gobernantes que todos los días se confirman como autoritarios.

En Venezuela, por ejemplo, la oposición se fue quedando sin margen de maniobra, pensando que vivían en una democracia, mientras el gobierno se apoderaba del órgano electoral y convertía las elecciones en procesos de mero trámite, gracias a la fuerza cautiva electoral de sus programas sociales. En México, deberíamos aprender en cabeza ajena.

De modo que exigir la renuncia del presidente no es un exceso, es la recordación puntual, que se hace necesaria para hacer conciencia, de que el rumbo del país es, por decir lo menos, preocupante y carece de certidumbre. Que somos muchos los que nos preocupamos del optimismo presidencial que piensa que la recuperación empezará en julio, desoyendo las advertencias de los expertos que consideran que ante nuestros ojos, tenemos a la tormenta económica perfecta.

De hecho, ante el difícil panorama para la economía, va a ser necesario que la oposición en su conjunto dimensione pronto la importancia de coincidir con quien piensa distinto, a partir de identificar que lo que está en riesgo no son las agendas particulares (que tendrán que discutirse cuando haya de nuevo plena normalidad democrática, cuando termine el acoso a las instituciones) sino el futuro del país. En 2021, cuando se puede empezar a corregir la ruta, la competencia electoral debe ser entre dos: todo el México agraviado por la 4T, contra Morena. Parece imposible, pero es eso, para reencauzar al país, o larga vida al proyecto autoritario y populista que hoy nos gobierna.