La representación de Die Zauberflöte (La Flauta Mágica), la ópera fantástica de Mozart, ante un público masivo y al aire libre en el contexto actual de los ataques sorpresivos del terrorismo fundamentalista contra los países europeos significa sin duda un triunfo y un afianzamiento de la cultura conocida como occidental; triunfo del arte lo fue desde el estreno de la obra bajo la batuta del compositor en septiembre de 1791.

En realidad se trata de una victoria de cualquier acto artístico y también de las expresiones populares que se presentan para quien quiera disfrutarlas con libertad. Aunque hoy, ese afianzamiento plantea riesgos y retos de seguridad para que el acto artístico y cultural se dé a pesar de la amenaza y el peligro.

Después de Francia y Bélgica, Alemania está en la mira del terror. El acto reciente de un joven aparentemente trastornado que mató a nueve personas en Munich -reivindicado por el "estado islámico"-, ha encendido la alerta en el país y, sobre todo, en los lugares y actos más concurridos ya que se convierten en automático en posibles blancos de ataques ("soft targets"). Y el verano musical en Alemania es intenso. Sobre todo, por las representaciones al aire libre en bosques, parques, castillos, edificaciones históricas, etcétera.

Y ante la amenaza del terror, ¿qué queda?, pregunto a músicos, técnicos y directivos de la producción de La Flauta Mágica, en Alemania central. ¿Frenar o seguir adelante? Frenar significaría casi capitular, al menos temporalmente, sería aceptar una derrota cultural. Todos coinciden: en realidad no hay alternativa, debe de continuarse, no parar, afirmar, a pesar del riesgo, el valor, en este caso musical, de la cultura occidental. La producción a la cual asisto se lleva a cabo en diez funciones veraniegas, una cada vez más compleja y masiva que la anterior. Así, concluirá el próximo domingo 7 de agosto en Loreley, la bella región del suroeste alemán (un poema enamorado de Heinrich Heine, "Die Loreley", hace homenaje a esa belleza cercana al río Rin, "la Lorelei en hechizante atardecer"). 

En la producción hay trabajadores técnicos o artísticos de varios países: Alemania, Rumanía, Francia, Polonia, Estados Unidos, Bulgaria,... Y en otras producciones de la compañía hay coreanos, chinos, japoneses, latinoamericanos, europeos, etcétera. Es decir, una representación multicultural integrada en torno a un producto cultural que es un triunfo del arte y que hoy, al afirmarse su presentación masiva en vivo, significa una victoria para quienes creen en esa herencia cultural.

Días antes de una de las funciones masivas, encuentro al director de la compañía responsable reunido con algunas personas de seguridad y observo una preocupación que, al saludarlo, atribuyo a la gran cantidad de eventos de este verano. Me dice que no, que en realidad el estrés viene de los reforzados protocolos de seguridad que se tienen que observar en coordinación con el gobierno y la policía. En la función a la que asisto (1500 personas), penúltima a la previa la gran producción en Loreley para cuatro mil personas, observo la presencia discreta de la policía coordinada con los encargados de la producción que desde días antes han inspeccionado de manera rigurosa el espacio y los alrededores.

Angela Merkel ha dicho que los alemanes tendrán que asimilar esta amenaza, enfrentarla y vencerla. Lo mismo tendrán que hacer los países que creen en la expresión de la cultura occidental que, a pesar de todas sus miserias, ha heredado una humanidad espiritual que trasciende lo miserable. Representar a Mozart al aire libre en eventos masivos o a cualquier otro compositor, autor teatral, dancístico, cinematográfico, etcétera, reitera la afirmación cultural referida (en el escenario conocido como Naturbühne Gräfinthal se presentan bandas de rock también).

Y así como el mundo que se supone racional debiera de haber superado las condiciones de miseria y desigualdad, tampoco tendría que estar preocupado por el terror de la muerte violenta e inesperada. El genio que es Mozart, en Die Entfüjrung aus dem Serail (El rapto en el Serrallo), ópera que conquistaría el género para la lengua alemana (en contraste con el origen y la tradición italiana del misma), hace posible un encuentro entre los enemigos -un occidental y un musulmán ortodoxo-, a través de las copas del vino delicioso que Alá tiene prohibido a Osmín, un terrible guardia de Pachá; "Vivat Bacchus!", dueto  de borrachos y escena humana e hilarante.