A un mes del sismo del 19 septiembre de 2017 sigue habiendo sentimientos encontrados. Por una parte la paranoia de volver a vivir tal movimiento, y por otra parte, el volver a la cotidianidad y retomar nuestras vidas…

 

Cualquier ruido lo confundimos con la alerta sísmica; ambulancias, patrullas, sonidos estrepitosos, siguen haciendo que el corazón se acelere.

Al estar sentados, parados o como sea, se sigue sintiendo un movimiento, ya sea en nuestra imaginación o por el paso de algún camión que refleje un vaivén.

 

Aún da mucho miedo entrar a edificios, porque no se vayan a caer. Al entrar a un lugar observamos las lámparas, que no se estén moviendo, preguntamos cuál es la salida de emergencia, o internamente pensamos cómo haríamos para sobrevivir en caso de sismo.

Extrañamos nuestra casa, colonia y la vida de hace un mes, no asimilamos los cambios. Muchos seguimos sin una gota de agua.

Seguimos sintiendo tristeza por las personas que perdieron a sus seres queridos y sus viviendas.

Sentimos conmoción de ver la reacción de la gente, la solidaridad, las historias con final feliz, los encontrados, las mascotas rescatadas, la gente que sigue al pie del cañón.

Oramos por quienes perdieron todo, sus patrimonios y hasta su tranquilidad. Por esa gente que además se les movió el mundo entero.

Algunos ya tenemos protocolos de seguridad fijos para nuestros hogares, la mochila de supervivencia, velas por si nos quedamos sin luz.

Dormimos un poco más tranquilos que aquellos primeros días después del 19 de septiembre, el sueño ya dura más horas.

A un mes del temblor y seguimos admirados e incrédulos de todo ese amor demostrado por parte de nuestros hermanos mexicanos.

¿Cuánto nos duró el sentimiento solidario? Hace un mes prometimos que nunca volveríamos a ser una sociedad indiferente, la mayoría hemos vuelto a la rutina, por lo tanto se nos complica seguir ayudando, quizá sin pensar que aun hay gente durmiendo en las calles y que nos necesitan.