Durante los últimos años de su vida, se las ingenió para que en la casa donde tantos vivían, encontrara una esquina de la que nadie se ocupaba -ni para limpiarla- en uno de los cuartos multitudinarios y ahí improvisó un pequeño escritorio que armó con muebles de desechos y un banquito.

Justo a la altura de su cabeza había una especie de gaveta que improvisó con cajas de madera a las que les colocó dos puertas que en el centro tenían un candado pequeñito, de esos de los que hoy se usan para proteger maletas.

Quién sabe de dónde lo sacó porque en esos años, a las maletas todavía no les ponían ruedas, cuantimás candados para proteger sus adentros. 

Todas las tardes se le veía absorto en su “oficina”, como él le llamaba, y se quedaba ahí hasta que la luz del día dejaba de entrar por la ventana más cercana y entonces, se ponía una lamparita de pilas en su frente y con ella se alumbraba para seguir en lo suyo. Así de considerado era para no molestar a los que comenzaban a llegar a ese cuarto por las noches.

Ahí en su oficina guardaba sus tesoros: fotos de sus años mozos, de sus papás, de sus hijos cuando chiquitos, de su esposa Gloria a la que se había “robado” un día que los papás de ella no le habían querido dar su mano, como se decía entonces cuando un hombre quería casarse.

Por dentro, tenía tapizadas las paredes de su escritorio con recortes de las publicaciones de uno de sus hijos; las de sus ídolos del beisbol, el deporte de sus amores; un radio de transistores, de los primeros que hubo apenas los de bulbos salieron de circulación.

Una diminuta grabadora que nomás pudo usar el tiempo que le duraron las pilas que traía porque como su hijo se la había traído de Japón, pasaron muchos años para que tales artefactos se vendieran en México y entonces, la grabadora se volvió una especie de reliquia para él. 

Nunca tuvo una cámara fotográfica profesional, pero se las ingeniaba para tomar muy buenas fotos con las instantáneas que vendían en la extinta tienda De Llano, de Zaragoza y Padre Mier. Una vez compró una Polaroid pero le duró muy poco el gusto porque se la hicieron perdediza en el lugar al que la llevó cuando se le descompuso. 

A lo mejor fue porque se equivocó de giro de negocio pues como no había talleres especializados en reparar cámaras fotográficas, la llevó a De Llano y ahí quedó. Años más tarde cuando esa tienda cerró, él decía que fue en castigo a que nunca le regresaran su Polaroid.

También tenía en un lugar estratégicamente escogido para ser lo primero que vieran sus ojos al abrir las puertas de su escritorio, la perilla que cambiaba los canales de la primera televisión que hubo en esa casa, una de la también extinta marca Philco, que era de blanco y negro.

Esa perilla tenía su propia historia, porque Don Rober -que así le gustaba que le llamaran- presumía a sus amigos que él había sido el primero en Monterrey que tuvo una televisión de control remoto.

Y es que esa perilla era la que su primogénito movía cuando su papá le pedía que cambiara de canal. Entonces, el control remoto era el hijo y no la televisión, pero no le hace, para él, esa era su televisión con control remoto.

Una foto de entre todas sobresalía, era una en sepia que alguien le había tomado al pie de un letrero que decía “Curva Peligrosa”, en alguna de las muchas carreteras que recorrió en las Harley Davidson que tuvo.

Le encantaban las motos, de hecho, Gloria se enamoró de él cuando por primera vez lo vio aparecerse por su barrio en una negra y bien ruidosa. Las amigas le decían -con el paso del tiempo- ándale, “ponte guapa, que ya se oye por ahí el de la moto.”

También le gustaban los aviones y vino subiéndose al primero hasta que ya era abuelo. Si por él hubiera sido, habría viajado por los cinco continentes pero como él decía, “a veces la vida no da para todo lo que uno quiere”. 

Un día se sintió mal. Como nunca se quejaba, su esposa y sus hijos sabían que era de verdad y lo llevaron al doctor. Apenas terminó la consulta y ya lo estaban internando en el hospital.

Inquieto como era y trotamundos también, no se estaba quieto en la cama donde lo tenían conectado a un montón de tripas, como él decía.

Yo creo que él sabía que lo que tenía era de muerte porque fue llamando uno a uno a sus hijos y alcanzó a verlos a todos… menos a su “control remoto”.

La última vez que se encontró con él fue en un lugar en la ruta de donde ambos andarían ese día y resultó que fue en el Oxxo de Calzada Victoria y Avenida Universidad, justo donde antes estaba el todo construido de madera Parque Cuauhtémoc, a donde tantas veces habían ido juntos a ver a los Sultanes de Monterrey.

El “control remoto” recuerda haber estado con él a lo mucho 15 minutos y también recuerda que su papá lo recibió con la misma sonrisa grande y el afecto intacto a pesar de que se veían tan poco. Todavía no se explica por qué no se vieron más veces en sus últimos años, pero a veces, la vida es un laberinto de cosas inexplicables.

Don Rober se murió queriendo ver a su “control remoto” y como herencia le dejó la convicción de mirar con optimismo al presente y más al futuro, y del pasado, sólo recordar aquello que nos haga reír.

CAJÓN DE SASTRE

El dueño de la Philco dejó a manera de testamento una lista de lo que debía, con una minuciosa relación de cantidades, deudores y domicilios dónde encontrarlos.

Pedía fiado a comerciantes conocidos y siempre les pagaba. Una cuenta que sus hijos encontraron en su “oficina” era de unos zapatos y ropa que había comprado en abonos para los niños de un amigo cercano que perdió su trabajo y lo buscó para pedirle ayuda.

Como a sus hijos les pidió que lo ayudaran a saldar sus cuentas pendientes con el dinero que dejó en su escritorio -desconfiado que era de los bancos- cuando uno de ellos se presentó ante el acreedor de los zapatos y las ropas infantiles, éste se rehusó a recibirles la paga de la deuda… y lo mismo hicieron cada uno de los otros a quienes don Rober les debía…

placido.garza@gmail.com

PLÁCIDO GARZA. Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Forma parte de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Escribe para prensa y TV. Maestro de distinguidos comunicadores en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras. Como montañista ha conquistado las cumbres más altas de América.