Miré la sombra del poste en la acera, era larga, quería acariciar la punta de mi zapato. Esa tarde terminaba de una manera rápida, llovió temprano pero las nubes ya se habían retirado y los últimos rayos del Sol se desvanecían, al igual que esta sombra cada vez más tenue. No sabía a dónde ir, no tenía que llegar a casa temprano, nadie me esperaba y, por alguna extraña razón, ya no necesitaba dormir. Nunca supe cómo sucedió, pero tenía más de un mes que no cerraba los ojos, sin ningún tipo de cansancio durante estos días. Mi deseo se había cumplido, siempre he pensado que dormir es tirar horas de vida en la basura, tiempo que queda en un vacío sin ser aprovechado. Como ya no lo hacía, tampoco podía soñar, pero eso no me preocupaba. Lo verdaderamente extraño era mi incapacidad para pensar en el futuro, imaginar qué pasaría mañana; lo cual me comenzaba a inquietar. Caminé por la misma calle que seguía la ruta del autobús hacia mi hogar, no tenía prisa por llegar a casa.

Mis pasos me llevaron a un pequeño bar. Entré sin una razón concreta, para alargar la tarde que estaba por terminar. Miré alrededor, dentro había pocas personas; distinguí solamente un par de señores sentados en una mesa junto a la entrada y una joven pareja en el fondo. Fue entonces que lo vi. Estaba sentado en una mesa junto a la ventana, una copa de vino tinto lo acompañaba. Era un hombre de edad avanzada, alto y delgado, vestido de manera elegante: un traje oscuro, discreto y sobrio. No podía ver su rostro. Percibí en su persona un estilo raro, algo anticuado tal vez. Me senté en una mesa cercana a la suya.

Pedí una ginebra. Al comenzar a beber, trataba de adivinar qué me había ocurrido, intenté reflexionar sobre mi futuro, imaginar algo, cualquier cosa, pero era inútil. Me comencé a sentir realmente angustiado por ello. Entonces, volteó y fijó su mirada en mí. No pude evitar devolverla. Me di cuenta que nunca lo había visto en mi vida. Sus facciones eran anguladas, adustas, una seriedad que imponía respeto. Me fue imposible calcular su edad con exactitud. Sus ojos negros, duros, amenazantes, me intimidaron; presentí que ellos sabían lo que me pasaba. Después de unos segundos, comencé a sentirme incómodo. Afortunadamente, él regresó su vista hacia la ventana, observaba las personas que caminaban en la acera, como si esperara a alguien. Yo regresé a mis pensamientos.

Después de un rato, vi que el misterioso hombre sacó una vieja pluma, una libreta de su bolso y las colocó a un lado de su copa. Lentamente volvió su cabeza hacia mí, de nuevo, su dura mirada quedó fija en mi persona. No hizo ningún gesto, ni intentó dirigirme alguna palabra. El silencio era incómodo. No pude decir nada, ni soportar el peso de esos ojos. Decidí voltear hacia otro lado. Pasó un buen tiempo, entonces noté que escribía algo en la libreta. Al terminar arrancó la hoja, la dobló cuidadosamente y se dirigió hacia donde yo estaba. Sin decir nada dejó el papel en mi mesa No me levanté, tampoco supe qué hacer. Él esbozó una ligera sonrisa y se retiró del lugar.

Tomé la hoja, con excelente caligrafía estaba escrito este mensaje: ?Considérese afortunado, cumplí su deseo: ya no necesita dormir, tampoco podrá soñar. Es mejor así, la falta de sueños hace imposible pensar en el futuro. Pero no se aflija, sin expectativas no existen esperanzas, así no tendrá días de angustia por aguardar algo ni existirán decepciones . Disfrute su ginebra y camine al ritmo que mejor le plazca. Hoy puede usar completas las horas de su vida, no existirá tiempo en el vacío.?

Guardé el papel en mi bolso, terminé mi bebida y salí del bar. No tenía caso tomar el autobús a casa, podía seguir a pie. Parecía que el resto de las personas caminaban en sentido contrario. Al ver sus pasos cansados por la inercia de su vanas esperanzas, perdidos en sus sueños, sonreí, no pude dejar de sentir cierto alivio.

® Emilio Mendoza de la Fuente