Se creyeron invencibles. Pensaban que así como tenían el control de su presente político lo tenían también del futuro. No tenían límites. Creían que podían comprarlo todo, inclusive el porvenir.

Actuaban muy seguros de sí mismos porque controlaban la administración de la ley, que no los tocaba, y se comportaron como si la impunidad que se autootorgaron fuera a prolongarse eternamente. Se sentían dioses.

Por su mente no pasaba la noción de culpabilidad, ni el sentimiento de culpa por la esfera de sus emociones. De ahí que el miedo al castigo no ocupara sitio alguno en sus expectativas.

Es notable en ellos una falla en la “función paterna” o “nombre del Padre”, como denominó Lacan a esa especie de ley psíquica que acalla o contiene ciertas pulsiones, como las que llevan a pasar por alto todos los consensos sobre lo correcto y lo justo.

Con Freud, el superyó cumplió una muy limitada función en sus personalidades. En bien razonadas decisiones personales y de grupo a lo largo de su vida política, fueron inhabilitando normas, reglas y prohibiciones propias de la “conciencia moral”, uno de los dos componentes de esa instancia de la psique.

Fueron acallando la voz de la conciencia, la hicieron desaparecer en murmullos y con ella también las funciones de autovigilancia, autoevaluación y autocensura que operan en la mayoría de los seres humanos.

Al otro elemento del superó Freud lo llamó “ideal del yo”, que en la maduración de la vida de los sujetos pasa a sustituir al “narcisismo infantil temprano”. Durante esta primera etapa, el niño se siente todopoderoso. Tal pareciera que en ellos no se dio esa importante operación de reemplazo y su actuación, ya de adultos consumados, no trascendió el narcisismo primario que debieron haber superado desde la niñez.

¿Cómo se distingue a esas personas con fuertes rasgos narcisistas recrudecidos por la edad? El narcisista tiende a sobrestimar su valía personal y sus capacidades y espera que los demás le reconozcan esos rasgos. Una aureola de superioridad los acompaña siempre. ¿Quién no tiene grabada la imagen del político atildado en extremo, caminando con aires de suficiencia monárquica por entre la gente, con la mirada rebotando aquí y allá, sin conectar con nadie porque no siente necesidad de salir de sí mismo, mostrando su desinterés y a la vez imposibilidad para relacionarse de manera transversal con los otros?

Dado que los puestos públicos son para servir al pueblo, no pareciera haber un perfil menos adecuado para tal actividad que el del narcisista, pero ocurre que es el temperamento que ha predominado en ese ámbito. Para ellos los otros son sólo el pretexto para un quehacer cuya finalidad es el beneficio personal. Hacen lo mínimo indispensable para sostenerse en su cargo, pero su propósito es el lucro.

Pero no hay que confundirse, la mayoría de los corruptos no presenta una condición patológica en sentido estricto; la corrupción no figura en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Pero por lo dicho hasta aquí, podría parecerlo. No, el corrupto opera dentro de los límites de la razón, con toda la capacidad y frialdad racional para calcular los alcances, costos y beneficios de sus acciones. El pensamiento del psicótico, por ejemplo, es desorganizado, todo lo contrario al de estos sujetos.

Lo que se encuentra en la mente del corrupto son rasgos de determinadas patologías, no llegan a cumplir el perfil de ninguna de ellas de manera puntual y rigurosa pero comparten varias. De no ser así, estaríamos ante un grupo de enfermos que no actúan en pleno uso de su entendimiento y facultades cognitivas e intelectuales y por lo tanto tendrían una justificación médica.

Lo que sí puede ocurrir es que el cúmulo de comportamientos deshonestos y fuera de la ética y de la ley afecten con el tiempo la salud mental de las personas. Así, tenemos los desvaríos cada vez más preocupantes de Vicente Fox; la verborrea de Calderón que aumenta en la medida en que se van develando las pruebas de su culpabilidad en variados y muy graves delitos, cuando lo que haría una persona sensata es mejor guardar silencio; las fantochadas de Enrique Peña Nieto posando con su novia (misma estrategia con la que logró engatuzar a muchos en las elecciones de 2012, pero con otra novia) poco después de dejar la presidencia de la república, para intentar desviar la atención de los crímenes de que se le hace responsable.

Se creían invencibles. Creyeron que nunca serían descubiertos, perseguidos, encarcelados. Su arrogancia y carencia absoluta del sentimiento de vulnerabilidad les impidió advertir que no eran tan poderosos, que su invencibilidad fue un invento que se hicieron para poder delinquir sin cortapisas.

En su nefasto caminar no les importó la pérdida de vidas humanas, el prójimo caído a consecuencia de su ambición desmedida por el dinero. Sus fantasías de éxito eran tan pobres que se limitaron a eso, a la acumulación material. Y así pasarán tristemente a la historia, con sus delirios de grandeza y omnipotencia vueltos nada, aniquilados.

Se creyeron invencibles.