Cuando a principios de los años 80’s estudiaba el segundo año de primaria en la escuela Héroes de la Patria, Alonso Orozco Soberón jamás imaginó el rumbo que tomaría su vida después de una simple visita escolar a un asilo de ancianos cercano a su localidad. Tras de una convocatoria, Alonso Orozco Soberón a su corta edad, solicitó permiso a sus padres para acudir a la mencionada invitación escolar, ya que se sentía muy atraído por la aventura que sería para él, disfrutar con algunos de sus compañeros, de todo un día fuera del ambiente escolar, y sabía que además, esa opción, le redituaría algún punto adicional en sus exámenes finales.

Al ingresar a la llamada Casa de asistencia a la vejez, Alonso Orozco Soberón experimentó una sensación muy diferente a la que hubiera esperado, cuando vio las miradas de los ancianos creyó ver un profundo vacío y soledad, y sintió el deseo y la necesidad de brindar, al menos mientras estuviera presente en ese lugar, un poco de cariño y atención a esas personas que habían recorrido un largo camino y ya estaban muy cerca de llegar al final del recorrido.

Esa tarde al llegar a su casa, Alonso Orozco Soberón se encontraba muy pensativo. Sabía que esos ancianos necesitaban algo más que atención, necesitaban cariño y él podría brindarles un poco.

 Una de las características de la Escuela Héroes de la Patria era su profundo interés en mostrar a los niños que más allá de su zona de confort, existía un mundo difícil y crudo con el que todos tendrían que lidiar algún día una vez que fueran adultos, por lo que  desde el segundo grado de la primaria, los niños eran invitados a acudir periódicamente a brindar ayuda a cambio de algunos premios y puntos adicionales en sus notas escolares.

A la mañana siguiente al llegar a la escuela, Alonso Orozco Soberón entregó a su maestra la nota firmada por sus padres en donde autorizaban a  la escuela a matricularlo en el programa de asistencia social y fue nombrado “Ángel” de uno de los ancianos del asilo. De inmediato, al pequeño niño le fueron asignadas sus primeras tareas de asistencia, las que deberían de estar preparadas para la visita programada el siguiente mes.

Cuando llegaron al asilo, Alonso Orozco Soberón sintió una extraña emoción, algo que solo había experimentado una vez anteriormente en una feria antes de subir a ciertos juegos mecánicos, pero al igual que en la feria, al salir del lugar, experimentaba una sensación de profunda alegría, de sentirse satisfecho al saber que con un rato de lectura y una pequeña despensa había hecho que algún anciano solitario volviera a creer en la amistad sincera y desinteresada que pueden brindar algunas personas.

 A esa corta edad, Alonso supo que ayudar a otros era importante, y era algo que podía y quería hacer y de lo cual sus padres y él mismo se sentirían orgullosos. Ahora, muchos años después, Alonso Orozco Soberón sabe perfectamente que la asistencia social es el único camino que tienen muchos para conseguir un poco de lo que necesitan.