“La moda se halla al mando de nuestras sociedades; en menos de medio siglo la seducción y lo efímero han llegado a convertirse en los principios organizativos de la vida colectiva moderna; vivimos en sociedades dominadas por la frivolidad (…).” Gilles Lipovetsky, El imperio de lo efímero.

La indumentaria ha sido una característica de la humanidad. Primero con pieles y hojas, luego vino el cultivo de algodón y la lana, los adminículos para coser se volvieron cada vez más precisos, de una gruesa espina llegamos a la aguja metálica, de las manos que desgarraban la piel de un oso para hacerse de una cubierta contra el frío llegamos a la maquina de coser.

La moda interrumpió el proceso de la indumentaria. Debido a procesos violentos de poder, el uso de ciertos colores (por la dificultad de su hechura y, en consecuencia, el aumento en el costo) o de ciertos diseños mostraba superioridad respecto a otro grupo. Después se construyó el concepto de calidad y fue otro motivo para aumentar los precios y promover mayor desigualdad.

Después de miles de años y de descubrir que somos las criaturas menos cubiertas de la naturaleza, el uso de ropa se ha vuelto una realidad frente a la cual no es posible la indiferencia. Ya por pudor, ya por bajas temperaturas, ya por protección, usamos indumentaria.

Hemos llegado al punto en que una necesidad se ha convertido en un sistema de opresión. La moda ha alcanzado alarmantes niveles de explotación alrededor del mundo, niños, niñas y mujeres esclavizadas en maquilas clandestinas, rodeadas de químicos dañinos y sin condiciones dignas de trabajo o salarios sincronizados con las ganancias que generan. Ha generado frustración en jóvenes de urbes occidentales al no poder adquirir alguno de los productos que la moda les ha indicado. Ha generado diferencias en la apariencia, nos ha vuelto víctimas del prejuicio: si alguien viste con traje y corbata pensamos que será mejor persona que alguien joven con playera y sandalias. Ha contribuido notablemente en la contaminación mundial generando cifras incontenibles de deshechos. La moda rápida es esencialmente plástico, que se porta por un instante y se desecha para apilarse y esperar la eternidad mientras el planeta se consume.

La superficialidad de la moda debe parar. La humanidad debe rechazar el lujo y sus consecuencias destructivas. No somos lo que vestimos ya que grandes industrias nos lo imponen. Si usted cree que mi declaración es exagerada tome este ejemplo de Lipovetsky: La monarquía, durante siglos, impuso la moda, incluida la textil. La emergente clase adinerada quería imitar a la realeza y pagaba diez veces más para tener finas telas y modistas cortesanos. La moda, aquel fétido producto del capitalismo, cambió las reglas y ahora la realeza se viste como la burguesía: Los reyes y príncipes occidentales usan traje y corbata igual que cualquier empresario o político democrático.

¿Qué hacer contra el tóxico imperio de la moda?

Lo primero es claramente dejar de consumir esos productos, ya sea de fast fashion o de alta costura, debe parar.

No tener ropa en exceso. Tener la suficiente.

Renunciar a consumir productos de otros países, frente a la ausencia de demanda, todos esos talleres que explotan, eventualmente tendrán que cerrar.

Renunciar a comprar ropa cuya durabilidad es incierta. Renunciar a comprar definitivamente vestidos para una sola ocasión (bodas, etc.), trajes especiales, disfraces o indumentaria que será utilizada pocas veces y no dispone de otro uso.

Comprar en ropa de segunda y crear redes de intercambio y donación de ropa, sobre todo para quienes tienen infantes.

Comprar tela nacional, hecha en espacios sin explotación y en tiendas de telas donde tampoco exploten al personal o paguen salarios ínfimos.

Apoyar a las costureras y sastres locales. Pagarles lo justo y tener más ropa a la medida, duradera y práctica.

Realizar el corte y confección de la propia ropa utilizando tela nacional y dedicando una hora al día para estas labores.

¿Qué es la soberanía textil?

Es la respuesta frente al exceso y la avalancha de desechos que nos terminará ahogando. Si cada quien puede, así como la soberanía alimentaria nos ha enseñado, a desarrollar su propia ropa, podrá no solamente ser libre, también ayudará a disminuir brechas de desigualdad, terminará con explotación laboral, tráfico de personas, transformar el status quo que discrimina, evitarnos una tragedia climática por la contaminación de la ropa y generará un ambiente más sano y avanzado para el desarrollo cultural de la humanidad. Debemos volvernos seres de simpleza, de disfrutar lo simple, no lo que brilla y es evanescente, sino lo que nos alimenta y cuida física y espiritualmente.

La soberanía textil es ser verdaderamente independientes del mercado y sus mandatos antihumanos y contrarios a la dignidad. Volvamos real lo que la involución de las conciencias volvió superficial. Combatamos la banalidad de la moda, la locura de los arquetipos de biologías “perfectas”, las corporaciones que se benefician con nuestra inseguridad y engordan con la sangre de inocentes. El totalitarismo de la moda debe terminar, en palabras de Hanna Arendt, una de las características de estos sistemas es que disponen de una estructura que promueve el conformismo y el ensimismamiento (aislamiento) y eso es justamente aquello que busca combatir la soberanía textil. Una necesidad que nos permita tener otros derechos; El derecho a vestir sin que nadie más sufra por esa decisión.