La trata de personas es un mal que a nivel mundial ha causado estragos durante siglos; ésta se presenta cuando una persona promueve, solicita, ofrece, facilita, consigue, traslada, entrega o recibe, para sí o para un tercero, a una persona, por medio de la violencia física o moral, el engaño o el abuso de poder, para someterla a explotación sexual, trabajos o servicios forzados, esclavitud o prácticas análogas a la esclavitud, servidumbre, o a la extirpación de un órgano, tejido o sus componentes.

La trata de personas es un fenómeno muy antiguo que atenta contra los derechos humanos. Desde hace cientos de años, mujeres y niñas han sido separadas de sus lugares de origen y comerciadas como mano de obra, servidumbre y/o como objetos sexuales.

La trata de personas como problema social comenzó a reconocerse a finales del siglo XIX e inicios del XX al que se denominó “trata de blancas”, concepto que se utilizaba para hacer referencia a la movilidad y comercio de mujeres blancas, europeas y americanas, con objeto de explotarlas sexualmente.

El fenómeno de la trata alcanzó un nivel tan alto que impulsó la creación de diversos tratados sobre este tema en el seno de las Naciones Unidas, por ejemplo el Convenio para la Represión de la Trata de Personas y la Explotación de la Prostitución (1949).

Después de la Segunda Guerra Mundial, y gracias al aumento de la migración femenina, se hizo evidente que el fenómeno de la trata, lejos de haber desaparecido, se había extendido por todo el mundo y adquirido diversas modalidades. Así, el término “trata de blancas” quedó en desuso por no corresponder ya a las realidades de desplazamiento y comercio de personas, y tampoco a la naturaleza y dimensiones de los abusos inherentes a dicho fenómeno.

En la actualidad, el problema de la trata de personas es mundial y se estima que cobra unas 800,000 víctimas por año.

Es importante resaltar que la trata no sólo se refiere a la explotación sexual, sino que también se presenta en casos de explotación laboral o de la extirpación de un órgano, tejido o sus componentes de una persona víctima de trata.

Pues bien, un tribunal de Roma impuso una sanción inusual al cliente de dos prostitutas menores de edad: Además de dos años de prisión, el “usuario” del sexoservicio fue condenado a regalarle 30 libros sobre la condición de la mujer.

Los poemas de Emily Dickinson, ensayos de Virginia Woolf y Hannah Arendt, las cartas de Ana Frank son algunos de los treinta libros que el cliente tiene que comprar a la joven prostituta como indemnización por los daños morales causados.

La sentencia fue pronunciada por la jueza Paola Di Nicola, a pedido de la fiscal, Cristiana Macchiusi, todas mujeres convencidas de que era la mejor indemnización para las dos adolescentes involucradas en el caso es educarlas y darles dinero.

Las dos adolescentes, que tenían entonces 14 y 15 años, llevaban una doble vida: Por la mañana asistían a clases en un instituto y por la tarde acudían a un apartamento del elegante barrio romano de Parioli, en el norte de la capital, donde intercambiaban sexo por dinero y droga.

A pedido de una de las madres de estas chicas, la policía interceptó las conversaciones telefónicas entre las adolescentes, un intermediario y los clientes, y detuvo a cinco personas, entre ellas a la madre de la muchacha más joven y a varios clientes, entre ellos varios empresarios.

Las adolescentes ofrecían sexo a cambio “de comprar ropa nueva y un celular moderno”, confesaron a los investigadores.

En el primero de los fallos, un juez condenó al intermediario a nueve años de prisión y calificó a las niñas como “adolescentes sin restricciones, que cayeron en el juego de ganar dinero fácil”.

Si bien las motivaciones de la condena no han sido publicadas, la decisión de la jueza apunta a ayudar a la joven a entender que ha sido “herida en su dignidad como mujer”,  como lo sostiene el diario Il Corriere della Sera.

El periódico pidió la opinión de Adriana Cavarero, autora del libro “A pesar de Platón”, entre los libros que el condenado deberá comprar a la joven prostituta.

“Hubiera preferido que el juez obligara a leer esos libros también al cliente de prostitutas”, aseguró Cavarero, profesora de filosofía en la Universidad de Verona.

“Durante la adolescencia no se reflexiona, pero lo que hizo él es mucho más grave: un adulto que compra conscientemente relaciones sexuales con una menor de edad”.

Sin duda, como padres debemos reflexionar acerca de la educación de nuestros hijos, y enseñarles el respeto irrestricto a la dignidad de las personas, porque solo mediante la educación es como podremos erradicar los males que aquejan a la humanidad.

En esta ocasión, y derivado del interés que los vikingos han despertado en mi hijo, haré referencia a la situación de la mujer en dicha sociedad.

Durante el siglo VIII, los europeos vieron como unas naves estrechas y largas arribaban a sus costas, de esas naves desembarcaban hombres rubios, tatuados, armados y con cascos SIN CUERNOS ¿Quiénes eran estos hombres y de dónde procedían? Eran los vikingos, agricultores y comerciantes originarios de los territorios escandinavos que se echaron al mar en busca de territorios más fértiles y de un clima más benigno (es lo que tiene vivir en una zona geográfica de crudos inviernos y de terrenos difíciles de cultivar). En sus expediciones e incursiones, en las que igual comerciaban que saqueaban, alcanzaron el mar Negro, las costas eslavas, Inglaterra, Escocia, el Mediterráneo, Constantinopla e incluso saquearon Sevilla en el siglo IX durante una rápida incursión a través del río Guadalquivir a bordo de sus drakkar -navío de escasa quilla e impulsado mediante remos que les permitía navegar tanto en mar abierto como en ríos-.

Crearon ducados y fundaron asentamientos permanentes en Islandia o Groenlandia, y otros que abandonaron posteriormente como los de Dublín o Terranova (actual Canadá).

Estas expediciones eran realizadas por los varones, las mujeres se quedaban en las poblaciones cuidando de la familia, de las granjas y protegiendo los territorios.

Los hombres valoraban a las mujeres por esto, porque una mala gestión de la granja podría llevar a la economía familiar al desastre y a la hambruna. Existieron casos de mujeres que no se quedaron en casa y combatieron junto a los hombres, pero no era la norma general. Una de estas excepciones fue Lagertha que fue una skjaldmö, semi-legendaria guerrera vikinga de Dinamarca, que según algunas fuentes y sagas nórdicas era una de las esposas del legendario caudillo Ragnar Lothbrok.

Según Gesta Danorum, de Saxo Grammaticus, era una guerrera y reconocida valquiria. Su carrera bélica se inicia cuando Frodo, un caudillo tribal de los suiones, invadió Noruega y mató a un jarl hacia el año 840. Frodo anunció que las mujeres de la familia del jarl debían formar parte de un burdel. Ragnar Lothbrok fue a batallar contra Frodo con su ejército, muchas mujeres se ataviaron como hombres y escaparon hacia el campamento de Ragnar para evitar la humillación, algunas se posicionaron para luchar junto a los hombres.

Lathgertha se unió a las fuerzas de Ragnar para luchar en combate, dejando una gran impresión en el caudillo vikingo:

Impresionado por su valor, Ragnar la cortejó. Lathgertha fingió interés pero cuando Ragnar fue a pedir su mano, se encontró con un oso y un gran perro protegiendo la morada. Ragnar mató al oso con su lanza y dejó al perro herido de muerte, y así ganó la mano de Lathgertha. Ninguna fuente aclara si ambos tuvieron descendencia, aunque Ragnar tuvo por lo menos siete hijos.

Pero regresando al primer tema, el papel de la mujer en la sociedad vikinga era muy importante, ya que era el vínculo transmisor de las creencias y tradiciones a los futuros vikingos eran el alma de la sociedad vikinga. Aunque ellas conocían el manejo de las armas para defender el hogar en ausencia de los hombres, las mujeres no podían portarlas.

Más que una simple prohibición o un menosprecio a su valor o pericia, era una cuestión de honor y de protección hacia ellas. De esta forma, igual que un vikingo nunca atacaría a otro vikingo desarmado, hombre o mujer, se evitaba la tentación de que alguno lo hiciese. De hecho, si algún hombre se atrevía a hacerlo era apartado de la sociedad y considerado un apestado.

En cuanto a tareas cotidianas, se dedicaban a preparar la comida, al cuidado de la casa, a la recolección de alimentos, a preparar la granja, a cuidar de los animales y a fabricar toda la ropa para la familia.

El respeto con el que eran tratadas las mujeres también llegaba hasta el mundo del matrimonio e incluso en el tema del sexo -si una mujer libre era objeto de violación, el violador era condenado a muerte-.

Los matrimonios eran concertados y suponían, más que la unión de dos personas, la alianza entre dos familias o clanes que, de esta forma, veían una oportunidad para aumentar sus riquezas y extender sus dominios. Lógicamente, lo normal es que los matrimonios se concertasen entre miembros de similar capacidad económica o poder, ya que ambos debían aportar una cantidad a la nueva “unidad de convivencia” ¡Cuántos vikingos de condición humilde habrán perecido echándose al mar en busca de riquezas para conseguir la mano de su amada!

Una vez dentro del matrimonio, lo que más puede sorprender teniendo en cuenta la época, es que en el mundo vikingo existía el divorcio. Tanto el hombre como la mujer podían divorciarse alegando sus motivos ante testigos. Si era el hombre el que solicitaba el divorcio alegando, por ejemplo, infertilidad o mala gestión de la granja, recuperaba el precio pagado por la vikinga y se quedaba con la dote aportada por ésta, a la que no le quedaba más remedio que volver a la casa familiar con una mano delante y otra detrás; si por el contrario era la mujer la que lo solicitaba, recuperaba la dote y si la culpa el divorcio era imputable al vikingo (impotencia, malos tratos…) podía pedir la parte aportada por él.

Así que, si hoy algunos matrimonios están unidos por la hipoteca, en tiempos de los vikingos quedaban unidos para evitar la ruina.