Durazo propone un renacimiento para Sonora

Alfonso Durazo supo de los amaneceres desde muy pequeño. Su padre, don Conrado, los levantaba a él y a sus hermanos asomándose al cuarto con una pregunta: 

“¿Cómo quieren que les vaya bien en la vida si se levantan después de que sale el sol?”

En el pequeño Bavispe, población serrana que no llegaba a los mil habitantes en la infancia de Alfonso, levantarse al salir el sol era la cotidianidad para una familia que vivía del trabajo en el campo. Durazo conoce de amaneceres porque los vio con sus propios ojos desde la niñez mientras se dedicaba a ayudar a su padre.

Recientemente, al iniciar su campaña como candidato a gobernador de Sonora, Durazo dijo que sus principales adversarios electorales habían nacido en tercera base pensando que estaban ahí porque habían conectado un triple. Se refería a que esos contendientes nacieron ahí gracias a las comodidades y privilegios que les da su pertenencia a familias de la alcurnia local. Yo diría que Alfonso falló en la comparación: él, de hecho, nació lejos, muy lejos de la cancha de beisbol en cuya tercera base se mecieron suavemente las cunas de seda de Ernesto Gándara y Ricardo Bours.

Lo que propone Alfonso Durazo a las y los sonorenses es un renacimiento; algo similar a lo que el sol hace cotidianamente al iniciar en el horizonte su viaje por el cielo. Renacer quiere decir abrirle paso a una regeneración de la vida pública de Sonora. En este estado, a pesar de su luminosa participación en los orígenes de la Revolución Mexicana simbolizada por la huelga minera de Cananea de 1906, el tiempo histórico se estancó en algo que bien merece la denominación de neoprofirismo.

El régimen político es muy sencillo de definir: un pequeño clan político y económico secuestro a las instituciones públicas y las convirtió en una máquina para hacer dinero en su propio provecho a costa de lo que sea. Para ello han hecho uso de la simulación política y la repartición de prebendas a fin de presentar mediáticamente a la sociedad una imagen rosa que se contrapone con la dura realidad que vive la inmensa mayoría de los habitantes del segundo estado más grande del país.

Había circo pero no pan

Este proceso de reparto oligárquico del poder fue retratado con precisión por Héctor Aguilar Camín —quizás a su pesar, por tal y como piensa actualmente— en su libro La frontera nómada: Sonora y la Revolución Mexicana. En este trabajo esencial nos presenta, en las páginas iniciales, a la estructura piramidal que era el régimen de los políticos-oligarcas que representaban al porfiriato. Había circo, pero no pan, y para quienes el circo les parecía insuficiente, había guerra de exterminio, como la sufrida despiadadamente por la nación yaqui en el sur del estado.

Una alianza que avergonzaría a revolucionarios en Sonora

Hoy en día los apellidos de aquellas familias ilustres ocupan no sólo el nombre de calles y avenidas en Sonora, sino también los contados espacios desde los que se ejerce, puro y duro, el poder de unos pocos que han hecho prácticamente invisibles a los más que hoy se alzan con Alfonso. La vieja historia del porfiriato está viva en Sonora y sus emuladores se han unido hoy en una alianza entre el PAN y el PRI que sin duda avergonzaría a aquellos revolucionarios mineros sonorenses de inicios del siglo XX. Esa mezcla representa fielmente a las décadas del neoliberalismo en los que estos partidos saquearon al erario y lo convirtieron, por vía rápida, en fortunas personales en las que no existe frontera entre lo público y lo privado.

Combate a la corrupción 

La cifras del declive del estado se llevarían varias páginas, pero baste con decir que en Sonora el 59.8 % de la población de 18 años y más, expresó que la corrupción es el problema más importante que sufre el estado.

Para esta bancarrota ética, Alfonso Durazo, formado en términos de una trayectoria vital institucional en el servicio público como expresión del interés general —que es decir el de las mayorías— es, por supuesto, una amenaza. Su propuesta es transitar, por el bien de todos, de este régimen acotado donde sólo juegan unos cuantos —y los mismos de siempre además— hacia una institucionalidad republicana y democrática. La disyuntiva de Sonora en las elecciones del próximo 6 de junio es simple: cambio o continuismo.

Lo que no han vivido los nacidos a unos pocos metros de la almohadilla del home, Alfonso Durazo lo conoció porque de ahí proviene, ahí nació y de ahí absorbió la sustancia que lo llevó años después a un largo trayecto en la administración pública, la política y la representación popular, en las que ha expresado siempre y de pie sus principios, como lo hizo al presentar sus renuncias al PRI y a la Secretaría Particular del presidente Vicente Fox en 2004.

No es el caso de Ernesto Gándara, quien aspirando a ser candidato del PRI en 2009 recibió del entonces gobernador Eduardo Bours la orden de sentarse y no moverse, que cumplió mansamente. Ricardo Bours, hoy también candidato y hermano de aquel gobernador que en aquellos años mandaba y decidía quién se sentaba y quién se ponía de pie, tampoco es recordado por haber dicho críticamente algo que valiera la pena en aquellos años dorados.

A diferencia de Alfonso, los candidatos del PRIAN y de Movimiento Ciudadano se mantuvieron cómodamente callados, siguiendo las reglas de la inmovilidad y el aprovechamiento de la repartición de los beneficios del pastel.

Durazo arriba en las encuestas 

Alfonso Durazo ganará la elección de este año —tal y como lo indican todas las encuestas públicas y privadas— porque no se representa a sí mismo, sino a un movimiento social creciente de hartazgo frente a la continuidad de la corrupción, el despilfarro y el gobierno de los poquitos, por los poquitos y para los poquitos. Tengo 37 años de conocerlo. Alfonso se ha preparado toda su vida, tanto académicamente como en el ejercicio político, para ser vocero e instrumento de ese reclamo de cambio de todas y todos los que están diciendo basta.

Esta elección no es asunto de uno solo, sino manifestación de una mayoría que ya no es silenciosa y a la que ya le queda chica, muy chica, la camisa de fuerza del neopofirismo sonorense.

A Sonora le llegó, con Alfonso Durazo la hora del renacimiento democrático.