La Política es un asunto muy serio, abordarla desde la mediocridad un error de consecuencias graves. El PRD nació bajo el objetivo de unir a una izquierda fragmentada y débil, que hasta 1988 participaba marginalmente en política y sin un proyecto capaz de conducir a la Nación.

Múltiples actores devenimos en la formación de un partido político que retaba al régimen hegemónico del PRI bajo un discurso que integró al nacionalismo cardenista con la diversidad de expresiones de una izquierda comunista, socialista, socialdemócrata, colectivista, urbano-popular, agrarista y libertaria. De los originarios, hoy quedamos muy pocos.

Se trataba de un collage cuyo propósito era acabar con el régimen de partido de Estado, cuya representación fáctica era el Partido Revolucionario Institucional, signo inequívoco de corrupción, autoritarismo y dominación antidemocrática. Democratizar el sistema electoral mexicano se convirtió en la razón y el objetivo político del PRD, acabar con un sistema electoral fraudulento que en esencia conculcaba el derecho ciudadano a elegir a sus gobernantes.

Hoy, todo eso ha sido tirado por la borda, la fractura política del partido insignia de la izquierda mexicana de finales del siglo XX y principios del XXI, trajo como resultado dos agrupaciones, una triunfante y con liderazgo (MORENA) y otra desahuciada y huérfana (el PRD).

La derrota de la Revolución Democrática comenzó mucho antes del primero de julio de 2018, con el advenimiento de la cultura política servil, la claudicación a gobernar la Nación, las alianzas pragmáticas y sin compromiso, y la conformación de una burocracia partidaria ignorante, cuya única evocación de la izquierda ha sido el discurso cursi y la imagen impuesta por los publicistas. La derrota del modelo de partido fragmentado en corrientes, grupos de presión por decirlo elegantemente, la dictaron los electores que en 6 años mudaron su voluntad política al líder carismático, que hoy no sólo ganó con amplitud la elección presidencial y del Congreso de la Unión, sino que construye la génesis de una nueva hegemonía política, no del todo halagadora.

Ser líder no es un estatus simple o casuístico, obliga a responsabilizarse del colectivo que se lidera, estar en todas las etapas del proceso. El PRD carece de liderazgos fuertes, porque sus micro-liderazgos nunca han tenido un sentido trascendental de la política y la conciben como una simple administración provinciana de privilegios, cuotas y benevolencias monetarias del monarca en turno.

Toda derrota obliga a la retirada inteligente para imponer responsabilidades y cambiar de mando, los generales derrotados deben pasar al sabático para que nuevos generales construyan la estrategia de un partido pequeño, audaz y trasformado radicalmente, el nuevo PRD. Un partido que abandone la política de masas y los viejos paradigmas ideológicos, que nada le dicen hoy a ese sector de mexicanos libertarios que no nos vemos representados en la propuesta populista de MORENA, y que estamos dispuestos a enfrentar a la nueva hegemonía con racionalidad, compromiso y sin estridencias.