Michel Franco nos sorprendió con Después de Lucía (2012) o Las hijas de Abril (2017). Logra magia en la pantalla grande, eriza la piel con sus tomas de largos silencios e incluye espacios como personajes (toda una novedad si se piensa que en la literatura mexicana pocas plumas lo han logrado: Fuentes con La región más transparente, Monsiváis con Los rituales del caos o Paz con su célebre Laberinto de la soledad). Su capacidad artística no se cuestiona; su capacidad para entender el México profundo, sí.

Franco ha sido reiterativo con la lucha contra el clasismo y el racismo en México. En una funesta conferencia de prensa para presentar su nueva cinta Nuevo Orden (2020), que se convirtió màs en una apologética del racismo invertido o en explicar que ni él ni sus películas son racistas, tuvo el desatino de decir que el uso de término “whitexican” (mexicanos y mexicanas nacidas en el privilegio blanco) y quien produce estas distinciones es profundamente racista. Las redes sociales se volcaron en su contra, ya con burla, ya con argumentos fundamentados, quedó en claro su miopía social.

El error mediático intentó ser justificado con dos minutos de disculpa en donde comienza argumentando que es un mexicano orgulloso de México y que hasta en Venecia declaró que el reconocimiento a su obra era un reconocimiento para México. Incapaz de entender que su referencia al privilegio de regodearse en escenarios europeos es ya ofensivo, reitera que los principales problemas en México son el clasismo y el racismo...un análisis superficial que no dimensiona la diferencia entre problema y consecuencia. La disculpa fue poco menos que penosa, pide que se vea la película para después dialogar porque está abierto al diálogo; claramente no lo está. No dialoga con el México real, desigual y violento. Lo retrata para fines “artisticomerciales” pero no va más allá.

Michel Franco no es mártir ni sus palabras fueron descontextualizadas, lo mismo pasó con D. W. Griffith, Woody Allen o Lars von Trier: su producción artística es excepcional pero son directores racistas. Y si seguimos pensando que el arte no tiene una función social o no debe militar en lo social, estamos repitiendo el esquema que permitió dos guerras mundiales: Basta ya de arte indiferente a la sociedad, basta ya de tolerar artistas nacionales o extranjeros que surten de propaganda racista o clasista o que superficialmente lo abordan para beneficiarse de ello, basta ya de tolerar el pensamiento “independiente” de artistas y en cuya incorrección política abren heridas sociales que todavía duelen a gran parte de la población.

Si usted, como yo, considera que no debemos solapar más artistas racistas, le pido no ver la película, demostrando con la simple omisión pacífica que ese tipo de arte, de origen racista y clasista, de privilegio exaltado, debe terminarse.

No vea la cinta Nuevo Orden, ayudemos a que entienda el gremio artístico que el pueblo ya no tolerará ser depósito de caprichos aburguesados que no promueven la paz y la justicia social.