Los habíamos perdido de vista, pero aun así parecía que nunca dejaríamos de ver la homérica barba de Omero González, ni la cara pintada de Raúl Ramos de León. Son imágenes de nuestra vida. Se fueron. Como se fue semanas antes Roberto Hernández Jr., “Don Rober”. Nunca olvidaremos aquél “sus amigos los Vips los saludan” con que Raúl iniciaba sus fiestas infantiles televisadas, o el “muévanse todos” de Omero, y el júbilo de Don Rober con cada victoria de Los Tigres. Son voces y rostros de la cultura popular regiomontana. Ahí siguen, siempre vivirán en nosotros.

Los medios en Monterrey han sido siempre un espejo de identidad y memoria, una superficie de proyección, donde los regios han podido reconocerse en los personajes arquetípicos que los pueblan y que solo un nativo es capaz de entender hasta la médula. Algo muy nuestro. Son esos tipos abiertos, norteños, rancheros y carrilleros, con su humor franco y elemental, cabezas visibles de una comunidad tradicionalmente cerrada a manifestaciones no surgidas de su propio acerbo.

Esa cultura y no otra es la que encarna y promueve Jaime Rodríguez, la misma que lo aupó a la gubernatura de Nuevo León. Nada que objetar, sino que no es esa la única cultura regiomontana. Regiomontano es también quien siente y comparte lo universal. Quien reconoce como propia una cultura que plantea retos y tiene un horizonte de aspiración. Y yerra quien no lo vea y no lo entienda. Podemos mantener una relación entrañable con lo nuestro, y a la vez hacer nuestro lo distinto. Cada cultura tiene su lugar, la una no debe prosperar a costa de otra. Sin embargo, esto es lo que sucedió cuando el gobernador decidió tomar la frecuencia de Opus 102.1 para crear Radio Libertad bajo el supuesto de que la música clásica era cosa de unos cuantos snobs y que lo que el pueblo necesitaba eran manifestaciones culturales localistas, más acordes a los niveles de ácido úrico producidos por la dieta tradicional. Música norteña, baladas, deportes, chocarrería y brocha gorda, con la voz del gobernador, como ornato institucional, hablando en causa propia. Pensaba el Bronco que a nadie le importaría la desaparición de una estación de corte cultural universalista. Craso error. Desde el secuestro de la frecuencia, los radioescuchas, fieles seguidores de la estación pública, no han dejado de manifestarse pacíficamente frente al Palacio de gobierno, para mostrarle al gobernador su inconformidad. Lo hacen solidariamente todos los domingos desde hace más de un mes.

Pero ahí no acaba la cosa. La nueva estación ha resultado ser un popurrí de quién sabe qué sin orden ni concierto. Un machacado sin salsa. En el arranque del proyecto, Olga Nelly García, locutora y creadora de conceptos exitosos en la radio comercial regiomontana, recibió el encargo de definir la nueva línea de programación, y así lo hizo hasta que las intromisiones del director, Osvaldo Robles y varios de sus colaboradores terminaron por aburrirla. Abandonó el proyecto que sigue ahí, descoyuntado. De nada sirven el profesionalismo y el buen quehacer de los colaboradores de la radio estatal, empleados que siguen instrucciones y siempre buscan dar lo mejor. Los conozco y me consta que aman la radio y su trabajo. La estación no tiene una identidad propia como la que tenía Opus en esa frecuencia.

Mirando atrás y viendo el destrozo, resulta incomprensible que cuando el gobernador decidió montar su estación no se le ocurriese explorar otras alternativas técnicas, como solicitar a la COFETEL una nueva frecuencia para FM, o siquiera compartir la frecuencia del 102.1 y transmitir al aire la nueva estación y por HD la programación de Opus.

La radio pública no tiene por qué competir con la comercial ni usurpar sus contenidos. Diversión y entretenimiento se encuentran sobradamente en los medios comerciales. Ahí están Chavana, Gomita, Mario Bezares, Oscar Burgos. Ahí están  Renán Moreno, Nena Delgado, la misma María Julia, y otros tantos que cultivan ese estilo que encanta a los regios. Ahí está la música norteña, El vallenato, el pop, la banda. Todo bien y en su lugar.  Pero la radio pública tiene su propio territorio, donde la tarea es formar ofreciendo a la audiencia una alternativa de calidad que no esté sometida a los imperativos del mercado y a la dictadura del rating. Su rentabilidad es otra, es calidad de vida individual y colectiva. Ningún proyecto de vida en común puede excluir lo sutil de su patrimonio. Opus era un oasis en la banda de FM, un hito en una ciudad que siempre ha arrastrado la rémora de una cultura rudimentaria y provinciana. Muchos la añoramos.

Antes que mantenerla en el destierro, debería el gobernador devolverle a Opus su espacio y auspiciar su renovación y diversificación para dar así mejor cumplimiento a su tarea social. Es posible, basta querer. En este México que a diario nos hiela la sangre, el trato con las artes posee un valor testimonial de valor incalculable. Es un acto de rebeldía: En cada instante, en cada obra, en cada esfuerzo reconocernos como una sociedad sensible y curiosa, defendiendo nuestra humanidad y dando testimonio de que nuestras aspiraciones no tienen tope.