De cara al primer informe de gobierno, el constitucional y legalmente válido, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras de su soterrada vocación neoliberal.
Aunque siempre descalifica a ese modelo bajo el estigma de que es la causa de los problemas económicos y sociales del país, de los excesos de los sectores privilegiados de sociedad y de la corrupción galopante, siempre aparece en sus discursos institucionales.
Desde Palacio Nacional, al lado de la agenda tradicional construida para la galería, basada en la austeridad republicana, la importancia de los subsidios como fórmula de redistribución de un ingreso nacional escaso y limitado, y como parte del proceso de moralización de la vida pública reconoció abiertamente la importancia de incluir a los empresarios en el plan de transformación.
Estableció que la participación de la iniciativa privada y la intensificación del comercio exterior, junto con el impulso de proyectos para el desarrollo nacional y el fortalecimiento de la economía popular, son las cuatro acciones de su nueva política productiva.
Cuatro pilares que refuerzan desde la perspectiva económica la revisión del doble discurso en contra del neoliberalismo y de la globalización.
Días antes había dicho que su plan alternativo se denominaría “economía moral” en donde prevalecerá “la ética, la moral, no solo en la política, en la economía, en las finanzas…”.
Sobre esa línea discursiva y al fragor de la crisis de los medicamentos para enfermos con cáncer, lanzó que “si hay un niño enfermo y sin medicamentos, el médico o la enfermera deben comprarlo para salvarlo…”.
En los discursos subyacen argumentos centrales del neoliberalismo.
Milton Friedman, que le dio un abierto carácter político a la economía de mercado o neoclásica, establecía que, si se lograba incorporar entre la sociedad valores morales como la misericordia y el altruismo, las funciones mediadoras del gobierno podían destinarse hacia otros fines, que no necesariamente pueden ser de interés público sino político.
La autoridad puede canalizar esos recursos para subsidiar grupos o regiones con un interés específico e incluso clientelar.
De acuerdo con los discursos, especialmente el del primero de septiembre, traen a la memoria algunas ideas de Friedman sobre renta y consumo que, sin entrar a detalles, se observa que cuando las personas obtienen un apoyo regular, como los subsidios, el consumo crece de manera transitoria y con resultados de orientación política, mientras que quienes tienen ingresos elevados son más conservadores en sus decisiones y preferencias sociales, pero sobre todo políticas.
El tema ha sido punto de partida en diversas discusiones académicas porque las normas y las preferencias sociales son conceptos diferentes.
Por ejemplo, las normas se refieren a los principios que llevan a los individuos a comportarse en función de lo que se espera socialmente; tienen un motivo para desenvolverse de alguna manera, en función de un premio o reconocimiento, generalmente aprecio o valoración del grupo.
En cambio, las preferencias sociales son un concepto utilizado por los economistas para referirse a las decisiones donde se valoran los intereses de otros agentes por encima o en la misma medida que los propios, que se reflejan en términos de reciprocidad o aversión a la desigualdad y cuando hay filantropía, siempre a cambio de alguna utilidad.
Como se ve, en el fondo y en los hechos, el neoliberalismo está más presente que en el pasado y será un instrumento económico para la transformación anunciada: Caminar en círculos, quizá con algunos matices.
@lusacevedop