Bueno, sacaron al loco furioso de la presidencia de los Estados Unidos, pero metieron al abuelo conservador en su lugar; lo cual, de entrada, no presagia nada bueno.

Siempre me ha sorprendido que los países más desarrollados y con harta lana, sean también los ideológicamente más atrasados. En Europa tienen reyecitos, como en cuentos de hadas, y hasta me extraña que los empleados gubernamentales no usen armaduras ni leotardos.

Los Estados Unidos, con todo y su apantallante tecnología, que deslumbra como los efectos especiales de una superproducción hollywoodense, están gobernados por un señor que pone la mano sobre la Biblia, una reliquia que data de1893 (el libro, no el nuevo mandatario). 

Esto que parece ritual de una tía de Celaya, lo hace el candidato del Partido Demócrata, ¡el partido liberal! ¡Cuando se supone que el partido conservador es el Republicano!

Lo llamativo es que el otro pre candidato demócrata (aunque más izquierdista) también era un viejito: Bernie Sanders. Al parecer, el único puesto al que pueden aspirar las personas de la tercera edad en estos tiempos, es para ser presidente de los Estados Unidos.

El debate entre Donald Trump y Joe Biden parecía una lucha a muerte, esperando a quien le daba primero un ataque cardiaco para quedar invicto. Incluso, el haberlo elegido parece un atentado mortal contra el presidente, como el de John F. Kennedy, pero en lugar de usar a un francotirador, confiaron en un médico geriátrico.

Estados Unidos es tan conservador que, en lugar de elegir directamente a una mujer como presidente, lo hicieron de manera indirecta, poniéndola como vicepresidente de un anciano; de ese modo, pueden argumentar: “Nosotros no pusimos ahí a Kamala Harris, está ahí por caprichos de la naturaleza”.

Dejando de lado la edad biológica (nuestro “Peje” tampoco se cuece al primer hervor), lo que importa es la edad mental. Bajo ninguna circunstancia se puede confiar en quien mezcla la religión con la política, por ello daba miedo Gilberto Lozano con sus guadalupanos amaestrados; no puede haber seriedad en un movimiento político donde sus militantes se arrodillan y cantan “La Guadalupana”.

Yo también creo en el Dios de la Biblia, pero sé distinguir entre un acto de fe y otro razonado. En cualquier momento Joe Biden puede decir que el Arcangel Gabriel le ordenó que invadiera México para evitar que las juventudes del mundo libre se vean destruidas por las drogas, y alégale.

Cuento aparte, jurar sobre la Biblia no es garantía de que el presidente no haga chingaderas. Cuando ponen a los convictos a jurar sobre la Biblia, y estos dicen: “Juro por este libro sagrado que yo no maté a ese cabrón”, es evidente que sí lo hizo. En caso de que los criminales de verdad sean creyentes, se dicen: “Me confieso con el cura, me receta tres Padres Nuestros de penitencia y Diosito me perdonará por haber mentado su nombre en vano”. Es tan estúpido como preguntar, al abrir una página porno por Internet: “¿Es usted mayor de edad?”, “¡Si, güey, soy hasta jubilado! ¡Ya déjame ver esas escenas puercas!”, responde el púber.

Los Estados Unidos son un país capitalista, imperialista, belicista, intervencionista, racista, inculto, profundamente retrógrado; con dos partidos tan diferentes como Televisa y TV Azteca. Ver a su nuevo presidente jurando sobre la Biblia me da miedo, me hace pensar en el uso del ciberespacio, el espionaje y las redes sociales, tan de moda, desde el enfoque del Señor Burns. Con los Estados Unidos nunca hay que bajar la guardia, como con el Coronavirus.