Gerardo Pérez Muñoz, El Guauchis, es de los escasos sobrevivientes de la vieja guardia de la dirección de Culturas Populares. Cenizas del estado benefactor mexicano. En esa orilla nació aquella institución bajo la égida de un grupo de notables antropólogos que, como la mayoría de la intelectuales de aquella época, postulaban que la única manera de hacer los cambios era desde Dentro. Entre los cambios pendientes estaba el de los indios. No como sujetos de bienestar, sino como protagonistas de la Revolución inminente.

Ante el sonado fracaso de la integración indígena en la vida nacional, el nuevo postulado era su reafirmación mediante la recuperación y promoción de su propios valores y saberes, negados sistemáticamente desde la Conquista. Era la cultura popular o subalterna. Corrían los finales de los setenta y principio de los ochenta, cuando las ciencias sociales y sus paradigmas fueron sometidas a revisión por el ´68. Años después, aquellas ideas de ruptura y cambio en la antropología dieron origen al México profundo de Guillermo Bonfil Batalla. El origen de todos los males de México se encontraba en la imposición de un modelo de país postizo sobre la matriz mesoamericana.

La nueva política de reafirmación nacional con base en los valores de los pueblos indios tendría como eje de acción la figura del promotor cultual. Gerardo Pérez comenzó su travesía en Culturas Populares por ahí. Por lineamiento, los promotores eran muchachos de comunidad, hablante de su lengua materna y del español. Los que a su vez se hermanaban técnicamente con investigadores académicos, generalmente antropólogos, biólogos, historiadores e ingenieros agrónomos. El mejor proyecto de nación era la síntesis de lo propio y lo ajeno.

En el alud de libros que se han escrito sobre el EZLN, hay uno que postula que muchos de sus milicianos y seguidores o fueron catequesis en la dioses de San Cristóbal o promotores de Culturas Populares, antes de unirse al movimiento. En aquel ambiente de activismo radical, se hizo El Guauchis. 

Estemos de acuerdo con él o no, hoy su persona es referencia en el día a día de los movimientos de protesta y sus luchas desde abajo, en Puebla y algunos municipios de las sierras. Desde esa condición de luchador social, y al amparo de sus diversos vínculos sociales, y de su paso por la unidad de Culturas Populares, ha lanzado su candidatura a la secretaría de cultura de la entidad. Un lance que de entrada e antoja suicida. Sin embargo, en ese lance se han visibilizado muchos grupos locales que de otra manera permanecerían en el anonimato. Entre las propuesta del gobernador electo esta reponer la Secretaría de Cultura, suprimida hace ocho años.

Es la primea vez en la historia que la cultura (como acciones de gobierno) es motivo de disputa pública entre grupos. Todavía más: que haya una candidatura para el puesto lanzada desde las redes sociales, con apoyo de grupos organizados, obliga a transparentar el proceso de designación. Se trata –me parece– de un poderoso signo de salud pública. Previo a la elección el todavía candidato Miguel Barbosa Huerta prometió que el próximo titular de la nueva secretaría, mujer u hombre, sería designado de cara a la comunidad cultural y artística. Otro buen signo de salud pública.

Con base a los trascendidos y díceres en los bebederos matinales, hasta ahora habrían sido cuatro los aspirantes al puesto que entregaron sus papeles en la oficina del gobernador electo. La señora Dalia Monroy, cuya experiencia en la materia es su paso fugaz por la dirección de lo que ahora es el Instituto Municipal de Arte y Cultura de la capital. Su contraseña es su oficio de pintora. Su nombramiento, se dice, sería una concesión a los Mier, una familia de ex priistas, con muchos vínculos con Enrique Doger. Otro aspirante es un tal Oscar Alejo, quien nadie conoce, pero en una democracia a todos por igual les asiste el derecho de aspirar. También ha pedido el puesto Mariela Arrazola. Su experiencia en políticas culturales es su paso por la dirección de un museo perteneciente a una institución privada de educación superior. Sus nexos políticos son con el PRI, a través de Rocío García Olmedo. También se dice que la señora Anel Nochebuena habría entregado su proyecto. Su eventual nombramiento es visto como una atención a la finada Marta Erika Alonso de Moreno Valle. También El Guauchis ha entregado papeles.

Si algo caracteriza a este grupo de aspirantes es su total desconocimiento de los diversos y hasta contradictorios procesos culturales que se suceden uno a uno fuera de la ciudad, y en algunos casos se ignora hasta lo que sucede en Canoa y Azumiatla. El Guauchis dice que no es su caso. Otro dato igualmente importante es que ninguno de los aspirantes tiene experiencia probada en el diseño y ejecución de programas y proyectos de cultura. Sin consenso en el gremio difícilmente se puede avanzar en ese pantanoso terreno que es el de la cultura. Una buena decisión sería que se hagan público los proyectos entregados, toda vez que tienen ese carácter, y eventualmente será la base para nombrar al próximo titular de la dependencia.

No se sabe si la señora Monserrat Galí ha entregado su propuesta, y en el caso de que no, habría que persuadirla de hacerlo, toda vez que hay un grupo de creadores que ve en ella a la persona indicada para encabezar la transición del sector y fundamentar sus bases de creación: institucionales y de acción. No hay razón para el engaño: en términos generales el desarrollo económico y la prosperidad social están determinados por la cultura.