En una noche iluminada de neón, Minerva y su novio buscaban entre los contactos de su celular dónde divertirse después de una semana fatigante. Acontecía la época de las modas y la juerga irresponsable. Era lo más popular y alucinante. Pensadores afirman que es una contradicción, casi antinatura, el ser joven y no ser rebelde. El gobierno implementa retenes, redes bien pensadas, en dónde las personas alcoholizadas son su presa, como los pescados, aturdidos por las burbujas del agua, atrapados yacen en mortal trampa. La comunicación cibernética, por la cual hacen fluir la información a velocidades demoniacas. Todos se comunican libres. Hay tanta información alojada en los aíres que respiran como nunca la humanidad ha conocido. Las llamadas y textos dieron resultado; preguntas hicieron y respuestas recibieron. Direcciones y amigos. Llegaron pronto a su destino. Música, baile, gozo. Las reuniones de este tipo son incomprensibles: a unos los pone tristes a otros alegres. La noche no tan larga fue, sus excesos tampoco; bebieron apenas dos cervezas cada uno. No todos en la ciudad hicieron lo mismo. Los trataron de convencer de continuar con el festejo. No aceptaron. El mundo se ramifica en millones de prioridades. Se despidieron, aseguraron pronto volverse a ver. Por las venas de la ciudad avanzan automóviles con tripulantes esperando llegar a casa, otros revolucionar su convivencia. La pareja de Minerva observa un obstáculo a lo lejos: policías de tránsito deteniendo automóviles. Todos saben qué es lo que buscan. Ella maneja. Él le sugiere dar vuelta una cuadra antes. No tienen nada que temer; aún así lo hacen. Son muy listos. Él, con celular en mano advierte en las redes sociales, con textos bien intencionados, con gran sentido de amistad, que en esa avenida hay un dispositivo que detendrá a quien no pueda conducir por exceso de alcohol. Solidario. La autoridad es enemiga de ellos, del desmadre. Continúan su camino por calles aledañas, hay algo excitante en burlar las reglas, algo eufórico, y de paso avisar a los compañeros de noche, como espía develando planes macabros. Dos pájaros de un tiro.

Las ruedas giraron un poco más. El motor quemó combustible unas calles más. En poco tiempo se sacudieron ante la embestida. Apenas recuerda la luz en el retrovisor cegadora, vidrios golpeando y cortando carne, sangre cálida, humo, rechinidos, fierros retorcidos, alaridos y después silencio. El armatoste demolió una noche hermosa. Destruyo los sueños y la unión terrenal de los jóvenes. Él se despierta en el hospital, Minerva ya nunca.

Eran borrachos conduciendo fierros sin vida. Embrutecidos por el alcohol en demasía, en su noche deseada. Ellos, quienes por el pertinente mensaje de un desconocido solidario, que advertía de la pesquisa en un reten, uno que seguramente los detendría, gracias a las palabras lo lograron burlar. Aceleraron sobre calles solitarias, entre risas, sorbos y tragos, humo y bebida, derrame de líquido, cruzando sin pericia, a alta velocidad, eufóricos, rebeldes, salvajes. Cuándo en una calle pararon de seco, un gran estruendo contra el automotor sosegado. Devastaron las vidas de aquellos dos jóvenes solidarios que sólo querían informar, advertir… prevenir a sus asesinos.