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Podría parecernos que aquello de no presenciar el debate no es criticable porque, a primera vista, en la superficie de las apariencias, dicho acto no afecta a los demás ciudadanos en nada. Pero esto es artificial. Lo cierto es que, en el campo gravitatorio de la política, hay leyes de experiencia que se cumplen indefectiblemente y que desmienten esa visión irresponsable de las cosas públicas.  

Una de esas leyes nos dice que el vació que deja cada ciudadano con su abstención o falla cívica –como puede ser no ver el debate -, siempre otorga un grado de libertad más para la existencia de políticos autoritarios y gandules que trabajan la cosa pública para su propio provecho. Aquí, en este contexto, cada ciudadano es un grado de libertad potencial para el tirano.

Como aclaración al margen, quiero decir que, en el caso de los “abstencionistas” irresponsables, incluyo también a los “racionalizadores” del escepticismo político como Sicilia y Marcos, porque, pese a lo respetable de sus críticas respectivas al mundo público, que son muy ciertas en gran parte, no ofrecen alternativas para la acción que impidan el otorgamiento de esos grados de libertad a los tiranos con nuestra abstención. Al menos yo no he visto hasta el momento que Sicilia o Marcos ofrezcan un plan concreto de acción viable que supla a la política formal, ya bien se trate de protesta callejera, renuncia tipo brazos caídos o hasta guerrilla en forma. Y quiero remarcar que, en mi opinión, ese vacío de propuestas concretas en los “racionalizadores” del escepticismo, me parece, más que un eco de cierto purismo o idealismo – la exigencia por lo perfecto en la Tierra -, una resonancia de vanidad. En otras palabras, parece que Sicilia y Marcos, movidos más por su deseo de ser ellos los líderes absolutos, no tanto por alguna exigencia teórica, se resisten a la necesidad de entender que AMLO no es perfecto, y que, por ende, tienen que aceptarlo como el Second Best viable después de lo óptimo o teórico.

¿Pueden Sicilia o Marcos encabezar a México hacia una nueva ruta, según dictan sus modelos de universo y mundo humano? En lo personal, le confieso que yo estaría encantado con esos modelos, los apoyaría, porque hacen eco en mi forma de percibir las cosas y la realidad de último fondo. Pero desde luego que no debemos ser románticos y demasiadamente utópicos si queremos que las cosas cambien en este país. Y para eso debemos reconocer que el estado actual y las posibilidades del espíritu en el hombre moderno no apuntan hacia el concepto de mundo en Sicilia y Marcos. Decepcionante, sí; pero real, y debemos afrontarlo así.     

Otra ley de la política nos dice que las acciones particulares de cada uno de nosotros están indefectiblemente ligadas a la condición de bienestar de los demás, de tal forma que lo que usted haga o deje de hacer hoy o mañana, siempre terminará afectando a los otros tarde que temprano.

Viendo las cosas así, se puede decir que todo aquel que privilegie el futbol, la farándula y la hueva, por sobre el debate presidencial de hoy domingo, estará demostrando palmariamente que es un mal ciudadano, fuente potencial de conductas incívicas, padre legítimo y orgulloso de tiranos y un egoísta consumado. Estará demostrando, asimismo, que es parte activa de los problemas nacionales, desde la crisis económica que padecemos y la miseria de sesenta millones de mexicanos, hasta la violencia, y no así parte de las soluciones viables a estos problemas.

Y esto es así porque, como dijimos arriba, el no presenciar el debate da más grados de libertad a los políticos rapaces y eso nos afecta y afecta también a los demás miembros de la sociedad.

Si ve a los ciudadanos como una columna de hoplitas en plena batalla entenderá esto más fácilmente. El que un ciudadano deje de cumplir con una obligación cívica, como puede ser ver el debate para ponerse a ver el futbol o la farándula o a tirar hueva, equivale a que un hoplita deje su formación y arroje sus armas para ponerse a jugar a los dados en plena refriega. Además de que con esto define su muerte inminente, también deja espacio a que el enemigo – el político con sueños de tirano – rompa la formación y haga trizas a la columna de hoplitas.

Pero no se trata solamente de presenciar el debate por presenciarlo, sin más, por mero trámite. Se trata de presenciarlo con espíritu crítico. Y para este efecto, me permito hacerle las siguientes recomendaciones, si es que no las ha considerado.

No vea el debate desde la óptica exclusiva de los posicionamientos explícitos de cada uno de los aspirantes. Véalo también desde la óptica de los presupuestos implícitos en los posicionamientos, pero que nadie toma en cuenta por ignorancia o por obviedad – porque se dan como cosas sabidas -. Y esto no quiere decir que, en la búsqueda de lo implícito, vayamos tras verdades de perogrullo, sino que  vayamos hacia las ideas y creencias fundamentales que son el cimiento último de los posicionamientos explícitos, los que usted escuchará en labios de los contendientes. 

Si ve el debate solamente desde lo explícito, de lo dicho, lo más seguro es que todos los posicionamientos le parezcan exactamente iguales. Sin embrago, si camina por esa ruta es altamente probable que se equivoque en sus decisiones después del debate. Y esto es así, porque en lo implícito, en lo no dicho en el debate, en lo oculto por obvio, está el quid de todo, lo verdaderamente importante, porque es ahí donde encontrará la diferencia esencial entre los posicionamientos, las oposiciones y semejanzas reales, y los elementos críticos para decidir con sabiduría en torno a quién es el mejor.

Vaya un ejemplo para entender a cabalidad lo anterior.

Ninguno de los candidatos optará por expresar alguna intención declarada por desalentar el crecimiento económico del país. Todos ellos propondrán más crecimiento económico. Esto es lo explícito. Desde esta óptica, todos serán equivalentes, los cuatro serán opciones iguales, toda vez que su diferencia estribará solamente en la tasa de dicho crecimiento, algo meramente secundario. Y por supuesto que es previsible que todos apuntarán a la tasa más alta posible.  

Mas, lo importante es qué ideas o modelos proponen para que dicho crecimiento se verifique. Este es el campo de lo implícito en el debate. Y sobre lo implícito, hay muchas preguntas que el espectador debe resolver.

El crecimiento que propone este candidato – caso Peña Nieto, Josefina y Quadri - es desde la ruta del neoliberalismo. No lo dice, pero me queda claro por su silencio al respecto, por su ausencia de críticas a este modelo, que es el vigente, y por las políticas específicas que propone, que son más de lo mismo. Si las cosas son así, desde la ruta del neoliberalismo, ¿me conviene esto aun y cuando este modelo ha demostrado ser injusto a más y mejor y ser fuente de males sociales en buena copia?

 Este otro candidato propone un crecimiento sobre la base de un nuevo sistema de relaciones económicas más justas – caso AMLO –. La historia ha demostrado que esto sí es posible y que funciona. Pero si se trata de un nuevo modelo de economía más justo, ¿es posible concretarlo en nuestro contexto de país dependiente y supeditado a ejes de poder global? ¿Tenemos los tamaños como para hacer valer por fin nuestra soberanía como nación? ¿Estaría dispuesto yo a apoyar a este señor a fin de que goce de legitimidad y de la fuerza política necesaria para que doble resistencias internas y externas y haga valer nuestros derechos legítimos como pueblo y nación y al fin aspirar a un verdadero estado de bienestar?

¿Estoy enterado de que si me desentiendo de los demás, su desgracia tarde que temprano me alcanzará de manera indefectible? Si soy empresario o trabajador por cuenta propia, ¿estoy enterado de que el empobrecimiento progresivo de los mexicanos, bajo el modelo neoliberal, terminará por arruinar mi propio negocio y mi proyecto de vida? ¿Qué es más importante para mí: yo o los desafortunados, yo o todos? ¿Cuál de los candidatos me habla de la necesidad de acudir a estos actos de conciencia sobre lo social y lo humano, y sobre la necesidad de recuperar la simpatía por los demás?

Por supuesto que no es fácil ver el debate desde este ángulo de lo implícito. Esto nos exige reflexionar por nuestra propia cuenta, y a renunciar a la tutoría intelectual de la TV y la propaganda. Pero tenemos que hacerlo porque la verdadera revolución política está, no en los partidos, sino en la revolución de conciencia en los individuos, en su atrevimiento a emanciparse de la autoridad y sus falacias propagandísticas a través de los actos concatenados que van desde la percepción de la realidad social y política, el razonamiento, la deliberación y la acción final en el voto.  

No basta, pues, con presenciar el debate como mero trámite, ateniéndonos solo a lo explícito, a lo que dirán los aspirantes a la presidencia. Hay que atender a lo implícito, a las ideas y creencias que obran como cimientos de lo que se dice. Y tenemos que asistir así al debate si queremos salir por fin de este ingrato infierno de miseria y anarquía moral en que nos han metido el PRI y el PAN.

Así que, todo aquel que privilegie al futbol, la farándula, la hueva y al escepticismo, por sobre el debate, o todo aquel que vea el debate sin espíritu crítico, dejándose llevar por la divisa partidista, por la cara bonita, por las palabras bonitas al estilo “Yo no critico porque quiero la unidad de la nación” – argumento típico del hipócrita Tartufo que trae una cola inmensa que quiere dejar a buen resguardo-, que mejor se vaya mucho a…a las Antípodas. Y que se vaya para allá, porque un voto sin un acto de conciencia libre, es el voto de un esclavo apatronado, un voto basura que solo alienta tiranías y la prosecución de la desgracia de este pobre país, que se llama PRIAN.

Buen día.