Señores precandidatos, el 2018 está muy cerca. Aspiran y suspiran para ocupar el máximo cargo público de nuestra patria. Los invade el entusiasmo; han decidido participar; sin duda alguna es su máxima aspiración.
Reconociendo lo legítimo de sus deseos y avalando su determinación, en mi genuino derecho ciudadano, me habilito para formularles de manera atenta lo siguiente:
Primeramente, expresarles qué para tomarlos en serio, deberán todos que demostrar sus méritos y hacer una extensa labor para convencernos; los partidos y los políticos nos han hecho escépticos; cada campaña estamos más difíciles y decepcionados.
Nuestro cansancio es fundado y motivado; nos han mentido mucho; han jugado con nuestra ilusión de ver un México boyante y contento.
Tenemos la herramienta con la que ustedes pueden ganar; la fuerza del voto, pero no el ciego ni corporativo, sino el voto de la razón, que no será suyo si no nos convencen con argumentos sólidos, sus propósitos.
Ya arrancaron sus precampañas; ya llegó la hora de que ustedes oferten y nosotros demandemos. Tengan en cuenta que a la demagogia sabemos identificarla, aunque venga disfrazada; hemos convivido con ella por muchos años: su esencia sigue siendo la misma porque su olor es tan pestilente como la corrupción.
Deseamos que formulen propuestas lúcidas y viables; ni populistas ni fantasiosas; que nos expliquen claramente el qué, el cómo y el con qué.
No aspiramos a gobernantes que sean superdotados, pero sí que sean honestos y con gran capacidad a la hora de elegir a los que más capaces para conformar su equipo de colaboradores.
Pretendemos un México donde las soluciones sean más numerosas que los reclamos. Un país donde cumplir con las obligaciones sea más importante que reclamar los derechos.
Ambicionamos con el alma, un escenario donde la familia pueda regresar a jugar sin temor a los espacios públicos. Una patria en donde la plata y el plomo solo sean componentes químicos y no elementos a escoger.
Ansiamos una nación en la que las diferencias sean valoradas y no condenadas que los desacuerdos no se conviertan en batallas sino en espacios para respetarnos. Donde no exista la bien llamada oposición, sino contrapesos y proposición.
Por último, por ahora: soñamos, y ha sido un sueño recurrente, que las condiciones sociales de los mexicanos se emparejen para arriba y no para abajo, donde la ignorancia se revierta y no haya nadie sin escuela ni con hambre. Que el nuevo nombre del bienestar esté dado por la salud física y espiritual. Un México feliz.
Si alguno de ustedes comparte estas apetencias; se cree capaz; nos explica el cómo, con qué y convence; estamos dispuestos a cooperar.