El Secretario de Educación Pública Lic. Esteban Moctezuma Barragán informó que los niños, niñas y adolescentes (NNA) de este país regresarán a la escuela a partir del primero de junio y hasta el 17 de julio, fecha en la que se dará por terminado el ciclo escolar. Sin dar por hecho el cumplimiento de este plazo debido al momento de gran incertidumbre en el cual nos encontramos, es momento de reflexionar la forma de evaluar el ciclo escolar. Se propone la acreditación universal como mecanismo pertinente en tiempos de pandemia.
No es tiempo de evaluar
La evaluación es una parte sustantiva al proceso de enseñanza-aprendizaje. A través de ella es posible valorar en qué medida los aprendizajes esperados se han alcanzado así como detectar los factores que los promovieron o inhibieron. En este sentido, su fundamento es de naturaleza indagatoria y con miras al fortalecimiento de la relación educativa. En cambio, la acreditación tiene por objetivo singularizar el rendimiento de cada alumno a través de una valoración numérica. Los efectos de la calificación se dejan sentir en la individualidad de los estudiantes en rangos de aceptación o rechazo en el propósito de continuar avanzando dentro de la pirámide escolar. Es necesario hacer notar que ambos procedimientos no viajan todo el tiempo en paralelo, se observa más bien, una especie de reenvíos de significado y de correspondencia mutua.
Los profesores evalúan a sus alumnos de manera continua, los observan, platican con ellos, revisan sus trabajos y se percatan de la calidad de sus respuestas, entre otros. También de forma discontinua: exámenes, exposiciones o entrega de proyectos finales. La idea es que ambos caminos se complementen mediante registros e instrumentos que al final decanten en una valoración global del curso o de la unidad de aprendizaje en cuestión. La pregunta es si al regreso a las aulas será idóneo emprender la tarea evaluativa. Muy probablemente no, la evaluación es un proceso que requiere tiempo y hacerla por obligación administrativa a menudo obstaculiza las interacciones productivas para el aprendizaje.
De lo anterior, se propone que al volver, la vida escolar se concentre en los aprendizajes en espera bajo precaución de hacerlo de forma jerarquizada y sin prisa ni obsesión. Esto no solo porque este tipo de reacciones se traducen en estrés de alumnos y docentes sino porque entrañan una sensación de falso avance y en el mejor de los casos el tratamiento superficial de los contenidos, factores que son desfavorables para lograr aprendizajes de calidad. La propuesta anima a resistir la compulsión, casi enfermiza, de terminar rápidamente un listado de contenidos o peor aún emprender procesos mecánicos e inerciales de evaluación. Aspirar a que este regreso al aula se distancie de mecanismos de apariencia eficiente para acercar la práctica escolar más a procesos de acompañamiento educativo.
Por la acreditación universal
Por normatividad oficial, los niños y niñas que asisten de preescolar a segundo de primaria acreditan el grado escolar con el solo hecho de haberlo cursado (SEP, 2019). Para los grados siguientes y hasta secundaria se reglamenta a partir de dos requisitos: el cumplimiento mínimo del 80% de asistencia y la obligación de obtener en un número de asignaturas determinado (varía según el grado) un promedio final mínimo de seis. A continuación, una reflexión de usar el mecanismo de acreditación en las condiciones actuales.
De acuerdo a la calendarización de control escolar de la Secretaría de educación Pública (SEP) el tercer y último trimestre iniciaría a principios de abril para concluir a finales de junio. Por la suspensión temporal del servicio educativo presencial, las escuelas no estarán en condiciones de asentar la evaluación correspondiente a este periodo. Frente a ello, al menos dos caminos. Hacer el promedio con los dos trimestres previos y proceder a determinar la promoción o no del grado, o aplicar la acreditación universal.
La primera opción tiene por desventaja no respetar los tiempos y la recurrencia de los periodos de evaluación acordados. Un principio fundamental de la evaluación es la determinación y consecución precisa de los lineamientos previstos. Los estudiantes sabían que habría tres periodos de evaluación y que ello daría por efecto el promedio final, rematar el ciclo escolar únicamente con dos los deja inermes a cualquier acción que pudieran haber tomado para el último trimestre. Por otra parte, la literatura en el tema ha documentado suficientemente la relación entre reprobación y deserción escolar, con énfasis en secundaria y el nivel medio superior. Si la intención es mantener al mayor número de la población escolar dentro del sistema educativo se entiende entonces que la reprobación es contraproducente. En cambio, la acreditación universal se inclina a un modelo comprensivo de educación y se aleja de prácticas históricamente anquilosadas que usan la promoción como mecanismo de poder que tiene por efecto sostener la pirámide escolar bajo la lógica de filtro. Ascender en la escala graduada del sistema escolar separando aptos y no aptos es un tema que sin duda se debe discutir aparte. Por ahora, simplemente se apunta los riesgos e inviabilidad de aplicar ahora los mecanismos de promoción establecidos para épocas normales.
La promoción universal y los exámenes de selección han abierto un acalorado debate en algunos países del mundo, por ejemplo en España y Francia, que va desde posturas de carácter político y de control escolar hasta argumentos de raigambre pedagógica. En estos segundos habría que centrar la discusión para preguntarnos lo que implica en términos formativos destrabar el vínculo entre evaluar y el procedimiento de asignar un número con fines de promoción.
La evaluación implica “conversar” con el alumno para orientarle respecto a sus fallas, también reconocerle sus habilidades. Abrir un diálogo que se apunte a la mejora y que no se vincule con el proceso administrativo de certificar lo aprendido. Se propone tomar únicamente la versión formativa de evaluación y suspender, al menos bajo estas circunstancias, la asignación de notas a los estudiantes las cuales, al tener un carácter de atribución de responsabilidad personal, resultarían en un verdadero despropósito.