El primer debate entre los candidatos presidenciales mostró el poder de comunicación que conserva la televisión; después de su transmisión fue notable cómo incrementó su popularidad el candidato del Partido Nueva Alianza, Gabriel Quadri de la Torre, pero evidenció también que la inequidad en el acceso a los medios no ha podido ser desterrada, pese a la regulación electoral, pues tanto Quadri como Andrés Manuel López Obrador están en campaña desde el 30 de marzo, pero parecía que las masas que conforman las audiencias televisivas se percataban de su existencia por vez primera.

 

Otra lección del debate fue mostrar el desfase entre la dinámica de los medios electrónicos tradicionales como la radio y la televisión y la de internet, especialmente las redes sociales, donde se concentró el apoyo a los dos candidatos mencionados.

 

La protesta que enfrentó el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, en la Universidad Iberoamericana y su inesperada secuela bien pueden ser producto de este desequilibrio entre lo que sucede en las plazas públicas digitales llamadas Facebook y Twitter y el manejo tradicional de las campañas políticas que privilegian las encuestas y la transmisión de spots televisivos. Si bien todos los candidatos tienen una página oficial en la red, una cuenta en Facebook y otra en Twitter, todavía hay una ausencia de comprensión de las características específicas de estos medios. Las redes sociales suelen manejarse como una extensión de los medios electrónicos, no se ha comprendido, como señala Ricardo Zamora que el modelo de comunicación en la red dejó de ser “uno para todos” y pasó a ser “todos para todos”.

 

La interpretación de un movimiento en su contra orquestado desde la oposición que diera Peña Nieto a las movilizaciones convocadas por jóvenes de universidades privadas refiere a ese modelo del “uno para todos”, uno movilizando a una masa. En las redes sociales esa premisa resulta muy elemental e insuficiente. Un análisis más profundo acerca de la comunicación digital debería encender el semáforo rojo en la casa priista, porque una comunidad digital formada a partir de una comunicación multidireccional, como la de Twitter, que logra trasladar la acción a la plaza pública real involucra un nivel de reflexión que va más allá del contagio y una disposición a actuar que va más allá de la reacción frente al teclado. Se pasó del “tuit” a la movilización. Los hashtags #soyel132 y #marchayosoyel132 para protestar contra el candidato del PRI y contra la inequidad en los medios mostraron que las redes pueden crear las condiciones necesarias para detonar la acción de la ciudadanía o aprovechar las que ya existen para favorecer la movilización social.

 

La formación del movimiento resultó más sorprendente por el perfil social de los iniciadores; muy pocos habrían apostado por ser testigos de una politización de esa naturaleza entre los estudiantes de universidades particulares, lo cual fue revitalizante para muchos sectores de la sociedad, pues independientemente de la filiación política, la apatía —rayana en la indolencia— de los jóvenes era, por lo menos, decepcionante. Atinadamente, afirmó el rector de la UNAM, José Narro, “prefiero ver a un joven que protesta a un joven que vive en la desesperanza”.

 

Todavía está por estudiarse si las redes crean las condiciones para propiciar la acción social o si las condiciones están creadas y sólo necesita la chispa que encienda la movilización. Ahí está para el análisis la primavera árabe.

 

Otro caso es el Movimiento 15-M de España (en referencia a la fecha 15 de mayo de 2011) que comenzó con una convocatoria hecha en las redes sociales para protestar por la falta de empleo. A la primera cita sólo acudieron 25 personas al centro de Madrid, grupo que después derivo en miles de indignados contra la situación económica y social en ese país, inspirados en el libro ¡Indignaos! del escritor y diplomático francés Stéphane Hessel. Este movimiento aparentemente espontáneo y pasajero adquirió una participación tan amplia apoyada por una organización estructurada horizontalmente, que sus reivindicaciones no pueden ser ignoradas por la clase política.

 

Los medios electrónicos tradicionales sin duda conservarán todavía por mucho tiempo una gran influencia e importancia, pero las redes sociales están adquiriendo un gran poder para definir agendas políticas cuya magnitud no se había valorado suficientemente.

 

Esta falta de ponderación ocurre por no poner las barbas a remojar, pues hemos sido testigos de que los barberos de varios vecinos surgieron precisamente de las redes sociales.

 

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